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¿Cabe la opinión pública dentro de la Iglesia?

Manuel Bru - publicado el 19/12/13

La pluralidad de opiniones no traiciona, sino que enriquece la unidad de la Iglesia.

Podría parecer un tema que sólo interesa al gremio de los informadores religiosos, pero no es así, interesa a toda la Iglesia y a toda la sociedad. Me refiero a la libre opinión pública intra-eclesial que es una de las claves de la renovación eclesial del Concilio Vaticano II. 
 
El desarrollo de una sana y plural opinión pública dentro de la Iglesia, con la que no se hace una concesión a la mundanidad, responde a una exigencia del mismo misterio de la Iglesia, que es la comunión. Una comunión, una unidad, que lo es en la pluralidad: de vocaciones, de carismas, de acentos, de ministerios, de ámbitos, de comunidades, de personas… y al servicio de todas ellas, de opiniones que no cuestionan su identidad y su fe, sino que al contrario lo que hacen es estar al servicio, desde el diálogo sincero y abierto, caritativo y respetuoso, de la Iglesia y de su misión. 
 
Y es que ni cada posible solución a un problema eclesial o social es por si sólo acaparador del Evangelio, ni en la pluralidad de opiniones sobre muchos temas se traiciona, sino que por el contrario se enriquece la unidad de la doctrina de la fe de la Iglesia. En la Instrucción Pastoral
Communio et Progressio, se explica que “
como la Iglesia es un Cuerpo vivo necesita de la opinión pública para mantener el diálogo entre sus propios miembros”, de tal suerte que "le faltaría algo en su vida, si careciera de opinión pública. Y sería por culpa de sus pastores y fieles" (51), porque esta en juego ni más ni menos que “la libertad de expresar su pensamiento, que se basa en la caridad y en el sentido de la fe" de los católicos, pues Cristo mismo “nos hizo capaces de juzgar libremente”.
Es más, “esta libertad de expresión en la Iglesia, lejos de dañar su coherencia y unidad, puede favorecer su concordia y coincidencia, por el libre intercambio de la opinión pública”, siempre que sea orientada por “una auténtica voluntad de construir, no de destruir, a la vez que con un ferviente amor a la Iglesia y con aquel afán de unidad que Cristo puso como signo de la verdadera Iglesia y de sus verdaderos discípulos” (54).
 
Recordemos que una de las principales diferencias entre Babel y Pentecostés consiste en que en Babel (cf. Gn 11,1-9) todos tenían “un mismo lenguaje e idénticas palabras” (divididos en la uniformidad); mientras en Pentecostés cada uno entendía en su propia lengua (cf. Hch 2,6), y esto les unía (unidos en la diversidad).
 
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