El escritor y sacerdote inglés Robert H. Benson intuye y describe el espíritu del mundo y sus consecuencias sobre la feEn su homilía del pasado 18 de noviembre de 2013, el Papa Francisco añadió un nuevo volumen a su biblioteca. Aún habiendo confiado en varias ocasiones sus propios gustos literarios, El Amo del mundo nunca había entrado en su lista de preferencias personales conocidas. Un libro que, advierte el Papa, “casi como si fuera una profecía, imagina qué sucederá. Este hombre se llamaba Benson, se convirtió al catolicismo e hizo mucho bien. Vio precisamente este espíritu de la mundanidad que nos lleva a la apostasía”.
Cuarto hijo del entonces arzobispo de Canterbury Edward White Benson, Robert Hugh Benson (1871-1914), del que está a punto de celebrarse el centenario de su muerte, se convirtió al catolicismo y se ordenó sacerdote en Roma. Escritor, conferenciante y paladín del antimodernismo, Benson ha sido prácticamente olvidado en el mundo literario de habla hispana, con la excepción de la reciente reedición por parte de la editorial española San Román. Otras obras suyas que se han reeditado en España recientemente son sus bellísimas Confesiones de un convertido, Alba Triunfante y La amistad de Cristo.
Ambientado en un futuro de gran desarrollo tecnológico, se narra el ascenso al poder de Julian Felsenburgh, el misterioso político que conseguirá traer la paz a la tierra, reuniendo bajo de sí a todas las naciones. Pero con la condición de desarraigar toda creencia en Dios de sus súbditos, con cualquier medio. Felsenburgh tolera solamente el culto a la vida – a esta vida – reconocida como “única verdad”, una religión de Estado donde no se adora al hombre, sino “la idea de hombre despojada de toda concepción sobrenatural”. Le resiste solo un rebaño cada vez más disminuido de fieles, guiados por el papa Silvestre III, encerrado en Roma (la Iglesia ha cedido todas sus propiedades a cambio de la “ciudad santa” del papado). En un clima cada vez más angustioso, parte finalmente la orden de destruir hasta los cimientos el último bastión de los opositores. La publicación, en 1907, fue explosiva. Y numerosos católicos, más familiarizados con la Iglesia triunfante que con el libro del Apocalipsis, lamentaron su excesivo pesimismo.
Benson respondió a las críticas con otra novela, Alba triunfante (1911), que cambia la perspectiva. Contentando a los cristianos seguros de su “magnífico destino y progreso”, imagina cómo sería la sociedad mundial si el mundo entero acogiera el mensaje de la Iglesia. La novela es una amplia ilustración de esta realidad alternativa hecha al protagonista, monseñor Mastermann, afectado por una amnesia total (evidente parodia de los “desmemoriados” modernistas). A través de algunos viajes guiado por el padre Jervis, el monseñor intenta comprender el nuevo mundo, pero su escándalo aumenta al mismo tiempo que su confusión: una Iglesia que goza de pleno poder temporal, de fuerzas armadas y que ha restablecido la pena de muerte lo deja conmocionado.
Son demasiadas las analogías entre los ordenes mundiales descritos en ambas novelas, independientemente del hecho de que el jefe sea el anticristo o el Papa. Pero hay una diferencia sustancial: El amo del mundo concluye con la vuelta de Cristo a la tierra, Alba triunfante no. Casi no haría falta. Se advierte el eco de los Hermanos Karamazov, en el que Iván expone al monje Zósimo la necesidad de que el Estado se transforme en Iglesia. Sólo para revelas pocas páginas después, con el conocido relato del Gran Inquisidor, el rostro oscuro de esta teoría.
Por Paolo Pegoraro. Artículo publicado originalmente por RomaSette.it