Comentario a la exhortación apóstolica, primer documento oficial enteramente escrito por el Papa Francisco“La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de quienes se encuentran con Jesús”: así comienza la Evangelii gaudium, con la que el Papa Francisco afronta el tema del anuncio del Evangelio en el mundo de hoy. Es un llamamiento a todos los bautizados, sin distinciones de papel, para que lleven a los demás el amor de Jesús en un “estado permanente de misión” (25), venciendo “el gran riesgo del mundo actual”: el de caer en “una tristeza individualista” (2).
El papa invita a “recuperar la frescura original del Evangelio”: Jesús no debe quedar apresado en “esquemas aburridos” (11). Hace falta “una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están” (25) y una reforma de las estructuras eclesiales para que “se vuelvan todas más misioneras” (27). En este plano Francisco se pone a la obra en primera persona. Piensa, de hecho, también en “una conversión del papado” para que sea “más fiel al significado que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización”.
El papel de las Conferencias Episcopales debe valorarse realizando concretamente ese “sentido de colegialidad” que hasta ahora no se ha concretado plenamente (32). Más que nunca se necesita “una saludable descentralización” (16) y en esta obra de renovación no hay que tener miedo de revisar costumbres de la Iglesia “no directamente ligadas al núcleo del Evangelio” (43).
El verbo puesto el centro de la reflexión es “salir”. Las iglesias deben tener en todas partes “las puertas abiertas” para que todos aquellos que están buscando no encuentren “la frialdad de una puerta cerrada”. Ni siquiera las puertas de los sacramentos deberían cerrarse nunca. La misma eucaristía “no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles”. Lo que determina “también consecuencias pastorales que estamos llamados a considerar con prudencia y audacia” (47). Mucho mejor una Iglesia herida y sucia, que ha salido por las calles, que una Iglesia prisionera de sí misma. No tengamos miedo de dejarnos inquietar por el hecho de que muchos hermanos viven sin la amistad de Jesús (49).
En este camino la amenaza más grande es ese “gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia, en el que todo aparentemente procede en la normalidad, mientras que, en realidad, la fe se va desgastando” (83). No nos dejemos apresar por un “pesimismo estéril” (84). Que el cristiano sea siempre signo de esperanza (86) a través de “la revolución de la ternura” (88).
Francisco no oculta su desaprobación hacia los que “se sienten superiores a los demás” porque son “inquebrantablemente fieles a un cierto estilo católico propio del pasado” y “que en vez de evangelizar, clasifican a los demás”. También es claro el juicio negativo hacia los que tienen “un cuidado ostentoso de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, pero sin que les preocupe la real inserción del Evangelio” en las necesidades de la gente (95). Esta es “una tremenda corrupción con apariencia de bien… ¡Que Dios nos libere de una Iglesia mundana bajo los ropajes espirituales o pastorales!” (97).
La predicación tiene un papel fundamental. Que las homilías sean breves y que no tengan el tono de lección (138). Que quien predique hable a los corazones, evitando el moralismo y el adoctrinamiento (142). El predicador que no se prepara “es deshonesto e irresponsable” (145). Que la predicación ofrezca “siempre esperanza” y no nos deje “prisioneros de la negatividad” (159).
Que las comunidades eclesiales se guarden de las envidias y celos. “¿A quién queremos evangelizar con estas actitudes?” (100). De fundamental importancia es aumentar la responsabilidad de los laicos, hasta ahora “mantenidos al margen de las decisiones” a causa de “un excesivo clericalismo” (102). Importante es, también, “ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia”, en especial “en los distintos lugares donde se toman las decisiones importantes” (103). Frente a la escasez de las vocaciones , “no se pueden llenar los seminarios sobre la base de cualquier tipo de motivación” (107).
Además de ser pobre para los pobres, la Iglesia querida por Francisco es valiente a la hora de denunciar el actual sistema económico “injusto desde la raíz” (59). Como dijo Juan Pablo II, la Iglesia “no puede ni debe permanecer al margen de la lucha por la justicia” (183).
El ecumenismo es “una vía imprescindible de la evangelización”. De los demás siempre se puede aprender algo. Por ejemplo “en el diálogo con los hermanos ortodoxos, nosotros los católicos podemos aprender más sobre el significado de la colegialidad episcopal y sobre la experiencia de la sinodalidad” (246). El diálogo interreligioso es a su vez, “una condición necesaria para la paz en el mundo” y no oscurece la evangelización (250-251).
En la relación con el mundo que el cristiano dé siempre razón de su propia esperanza, no como un enemigo que señala con el dedo y condena (271). “Puede ser misionero solo quien se siente bien al buscar el bien del prójimo, quien desea la felicidad de los demás” (272). “Si consigo ayudar a una sola persona a vivir mejor, esto ya es suficiente para justificar el don de mi vida” (274).
Texto introductorio a la edición italiana de la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, de la casa editorial Ancora