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Papa Francisco: Cristo es el centro de la historia de la humanidad

papa y pedro

© CTV

Aleteia Team - publicado el 24/11/13

Homilía de la Misa de clausura del Año de la Fe

La solemnidad de Cristo Rey del Universo, coronación del año litúrgico, señala también la conclusión del Año de la Fe, convocado por el Papa Benedicto XVI, a quien recordamos ahora con afecto y reconocimiento por este don que nos ha dado. Con esa iniciativa providencial, nos ha dado la oportunidad de descubrir la belleza de ese camino de fe que comenzó el día de nuestro bautismo, que nos ha hecho hijos de Dios y hermanos en la Iglesia. Un camino que tiene como meta final el encuentro pleno con Dios, y en el que el Espíritu Santo nos purifica, eleva, santifica, para introducirnos en la felicidad que anhela nuestro corazón.

Dirijo también un saludo cordial y fraterno a los Patriarcas y Arzobispos Mayores de las Iglesias orientales católicas, aquí presentes. El saludo de paz que nos intercambiaremos quiere expresar sobre todo el reconocimiento del Obispo de Roma a estas Comunidades, que han confesado el nombre de Cristo con una fidelidad ejemplar, pagando con frecuencia un alto precio.

Del mismo modo, y por su medio, deseo dirigirme a todos los cristianos que viven en Tierra Santa, en Siria y en todo el Oriente, para que todos obtengan el don de la paz y la concordia.

Las lecturas bíblicas que se han proclamado tienen como hilo conductor la centralidad de Cristo. Cristo centro de la creación, del pueblo y de la historia.

1. El apóstol Pablo, en la segunda lectura, tomada de la carta a los Colosenses, nos ofrece una visión muy profunda de la centralidad de Jesús. Nos lo presenta como el Primogénito de toda la creación: en él, por medio de él y en vista de él fueron creadas todas las cosas. Él es el centro de todo, es el principio. Jesucristo es el Señor. Dios le ha dado la plenitud, la totalidad, para que en él todas las cosas sean reconciliadas (cf. 1,12-20). Señor de la creación, Señor de la reconciliación.

Esta imagen nos ayuda a entender que Jesús es el centro de la creación; y así la actitud que se pide al creyente, que quiere ser tal, es la de reconocer y acoger en la vida esta centralidad de Jesucristo, en los pensamientos, las palabras y las obras. Y así, nuestros pensamientos serán pensamientos cristianos, pensamientos de Cristo. Nuestras obras serán obras cristianas, obras de Cristo. Nuestras palabras serán palabras cristianas, palabras de Cristo. En cambio, la pérdida de este centro, al sustituirlo por otra cosa cualquiera, solo provoca daños, tanto para el ambiente que nos rodea como para el hombre mismo.

2. Además de ser centro de la creación, y centro de la reconciliación, Cristo es centro del pueblo de Dios. Y precisamente hoy está aquí al centro de nosotros, ahora está aquí en la Palabra y estará aquí en el altar, vivo y presente en medio de nosotros, su pueblo. Nos lo muestra la primera lectura, en la que se habla del día en que las tribus de Israel se acercaron a David y ante el Señor lo ungieron rey sobre todo Israel (cf. 2S 5,1-3). En la búsqueda de la figura ideal del rey, estos hombres buscaban a Dios mismo: un Dios que fuera cercano, que aceptara acompañar al hombre en su camino, que se hiciese hermano suyo.

Cristo, descendiente del rey David, es precisamente el «hermano» alrededor del cual se constituye el pueblo, que cuida de su pueblo, de todos nosotros, a precio de su vida. En él somos uno, un solo pueblo; unidos a él, como centro, participamos de un solo camino, un solo destino.

3. Y, por último, Cristo es el centro de la historia de la humanidad y el centro de la historia y de todo hombre. A él podemos referir las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias que entretejen nuestra vida. Cuando Jesús es el centro, incluso los momentos más oscuros de nuestra existencia se iluminan, y nos da esperanza, como le sucedió al buen ladrón en el Evangelio de hoy.

Mientras todos se dirigen a Jesús con desprecio -«Si tú eres el Cristo, el Mesías Rey, sálvate a ti mismo bajando de la cruz»- aquel hombre, que se ha equivocado en la vida pero se arrepiente, en el final, se agarra a Jesús crucificado implorando: «Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino» (Lc 23,42). Y Jesús le promete: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (v. 43), a su Reino. Jesús sólo pronuncia la palabra del perdón, no la de la condena; y cuando el hombre encuentra el valor de pedir este perdón, el Señor no deja de atender una petición como esa.

Hoy todos nosotros podemos pensar en nuestra historia, en nuestro camino, cada uno de nosotros tiene su historia, cada uno de nosotros tiene también sus errores, sus pecados, sus momentos felices y sus momentos oscuros … Nos hará bien este día pensar en nuestra historia, mirar a Jesús y desde el corazón repetirle muchas veces, pero con el corazón, en silencio, cada uno de nosotros: Acuérdate de mí, Señor, ahora que estás en tu Reino, Jesús acuérdate de mi, porque yo quiero ser bueno, yo quiero ser buena, pero no tengo fuerza, no puedo, soy pecador, soy pecadora. Pero acuérdate de mí, Jesús, tu puedes acordarte de mí porque estás en el centro, estás en tu reino. Que hermoso, hagámoslo todos hoy, cada uno en su corazón, muchas veces: acuérdate de mí, Señor, tú que estás en el centro, tú que estás en tu Reino.

La promesa de Jesús al buen ladrón nos da una gran esperanza: nos dice que la gracia de Dios es siempre más abundante que la plegaria que la ha pedido. El Señor siempre da más de lo que se le pide, es tan generoso: pídele que se acuerde de ti y te lleve a su Reino. Jesús es precisamente el centro de nuestros deseos de alegría y salvación. Caminemos todos juntos por este camino.

Palabras pronunciadas durante el rezo del Ángelus

Antes de concluir esta celebración, deseo saludar a todos los peregrinos, a las familias, los grupos parroquiales, las asociaciones y movimientos, llegados de tantos países. Saludo a los participantes en el Congreso nacional de la Misericordia; saludo a la comunidad ucraniana, que recuerda el 80° aniversario del Holodomor, la "gran hambre" provocada por el régimen soviético que causó millones de víctimas.

En esta jornada, nuestro pensamiento reconocido va a los misioneros que, durante los siglos, han anunciado el Evangelio y diseminado la semilla de la fe en tantos lugares del mundo; entre estos, el Beato Junípero Serra, misionero franciscano español, del que se celebra el tercer centenario de su nacimiento.

No quiero acabar sin un pensamiento a todos aquellos que han trabajado para llevar adelante este Año de la Fe, a monseñor Rino Fisichella, que ha llevado, que ha guiado este camino. Le doy las gracias  de corazón a él y a todos sus colaboradores, muchas gracias.

Ahora recemos juntos el Ángelus. Con esta oración invocamos la protección de María, especialmente por nuestros hermanos y hermanas que son perseguidos a causa de su fe. Son muchos.

Angelus Domini…

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