La modernidad nos enseñó que los gobernantes son representantes políticos con responsabilidades ante los demás
Si hay algo que debemos agradecer a la modernidad es habernos enseñado que los gobernantes no están ungidos por Dios ni por ninguna fuerza sobrenatural. Son seres humanos a quienes les ocurre poseer ciertas cualidades útiles para convertirse en políticos que han de lidiar con un montón de circunstancias para ser los responsables de decisiones que afectan a millones de personas. En Venezuela, como en muchas otras naciones, habíamos establecido que ese poder se otorgaba por un tiempo determinado y para asuntos específicos. Lo que universalmente se conoce como la democracia representativa.
Pero en los últimos tres lustros ese modelo se dejó de lado y hemos asistido a la fábrica artificial, sistemática, con el uso descarado del erario, del mito de que el presidente estaba ungido por el que se supone es nuestro Dios propio: Bolívar.
Ignorando los mecanismos democráticos, ese presidente moribundo, el que decía que estaba curado, el que engañó a millones, logró ser re-electo por otros seis años (siempre abusando de todo el aparato del Estado para beneficio de su propaganda personalista), para luego, a los pocos días, presentarnos a su sucesor. Sí, como si se tratara de un monarca absoluto, nos dijo “este es el hombre” y lo señaló con el dedo.
Un gesto arcaico y zángano, propio de un político instalado en el poder por el voto popular, pero atornillado a éste con prácticas que son la más absoluta negación del ejercicio democrático.
Pasados unos meses, el desastre no puede ser mayor. El “heredero” asume, con la anuencia de todos los poderes públicos, una presidencia temporal espuria y se hace candidato de las siguientes elecciones al mismo tiempo. Estos poderes cómplices lo reconocen como presidente a pesar de todas las evidentes violaciones de las leyes electorales. Se rodea de un entorno aún más militarista que el de su predecesor para meter al país en la más grave crisis política y económica que hemos vivido. Entre sus asesores y beneficiarios principales están los hermanos Castro, los dictadores de Cuba.
Estamos asistiendo a un giro político siniestro que puede llevar al país a perpetuar la simulación de un régimen democrático y darle cabida a que se hagan del poder de manera permanente los que están al margen de la legalidad e institucionalicen la miseria como sistema y, al final, lograr el diseño de una nación fallida, sentada sobre enormes reservas de petróleo.
La única esperanza que tenemos en esta hora es que, así como la gente no se dejó llevar al saqueo generalizado, convocado por el inefable heredero en cadena nacional, sí acuda a la cita electoral del 8D y vote y cuide su voto. Si esto no ocurre habremos perdido la república.
Artículo de Jaime Bello León, publicado originalmente por Reporte Católico Laico