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La Biblia y la Ciencia: los dogmas del “nuevo ateísmo”

Centro de Estudios Católicos - publicado el 23/10/13

La Iglesia católica no defiende el creacionismo ni la interpretación literal de la Biblia, como algunos pretenden

El falso conflicto entre ciencia y fe ha sido estimulado recientemente, como sabemos, por el Nuevo Ateísmo. El argumento de que en Estados Unidos los cristianos han intentado que el creacionismo pase como una teoría científica equiparable al evolucionismo, y que se enseñe en las escuelas, ha servido de excusa a los negacionistas (ateos beligerantes) para señalar con el dedo a los cristianos como incultos, intransigentes e incompatibles con el conocimiento que hoy tenemos gracias a la ciencia.

La clave del conflicto parece hallarse en la contradicción aparente entre el texto bíblico (y en particular, el Antiguo Testamento) y el estado actual de las ciencias. Si interpretamos literalmente el texto sagrado es indudable que hay una distancia insalvable entre lo que nos dice y lo que sabemos por la ciencia.

Sin embargo, cualquier católico con algo de formación doctrinal sabe que la Biblia no puede interpretarse en sentido literal. El literalismo bíblico es ajeno al catolicismo, es consecuencia de la reforma protestante del siglo XVI. No es de extrañar, entonces, que tanto los creacionistas como los impulsores del Nuevo Ateísmo sean angloparlantes, pertenecientes al ámbito cultural protestante.

A los católicos este conflicto ciencia-fe (que es en realidad una batalla creacionismo-ateísmo) nos viene de rebote, aunque la preponderancia bibliográfica y audiovisual norteamericana y la confusión entre creacionistas y “todos los cristianos” nos hayan colocado en una guerra que en realidad no debiera haber ido con nosotros.

Todavía hay quien piensa (llevado por la ignorancia, como Dawkins, Dennet o Harris) que la postura católica en relación a los textos bíblicos es una impostura. Que en realidad los católicos somos más hábiles que ciertos protestantes y que hemos reaccionado a tiempo con tal de que el fuego no prendiera toda la casa. De este modo creen que el catolicismo ha dejado de ser literalista con la Biblia cuando –y solo a partir de que- se ha demostrado por la ciencia que es insostenible la lectura literal.

Pero el caso es que la lectura literal de los textos bíblicos nunca ha pertenecido al catolicismo. No es que desde hace cien o doscientos años los católicos comenzáramos a escudriñar las formas en las que podíamos sostener nuestra fe y hacerlas compatibles con los conocimientos que las ciencias nos iban proporcionando. No. Desde sus comienzos, la Iglesia nos enseña que la Biblia tiene especialmente un significado alegórico que debe ser interpretado: Dios habla al hombre en un tiempo pero para todos los tiempos.

Orígenes (s. III) llegó a decir que era de imbéciles creer, por ejemplo, que cuando en el Génesis se dice que Dios creó el mundo en seis “días”, debíamos interpretar esta palabra en su uso corriente (es decir, lapso de tiempo compuesto por veinticuatro horas). Orígenes (1),  Ambrosio de Milán (2), San Basilio el Grande (3), Agustín de Hipona (4), Buenaventura, Tomás de Aquino (5), son notables ejemplos de lo que decimos. Por otra parte, los católicos disponemos desde Jerónimo de una larguísima tradición de labor exegética.

Esto tampoco significa que la Biblia no contenga, lógicamente, pasajes de veracidad histórica. La arqueología ha avanzado mucho en este sentido, corroborando no pocos de ellos. E incluso milagros como el de la separación de las aguas que se narran en el Éxodo, encuentran hoy apoyo científico. Baste leer los trabajos que realizaron por separado Humphreys, de la Universidad de Cambridge, o el investigador atmosférico Carl Drews, sobre el “golpe de viento” y la “ola perforada” para comprobar su factibilidad física (dejando por tanto el milagro en la sincronización: es posible físicamente pero lo extraordinario –lo milagroso- sería que hubiera ocurrido justo cuando era necesario).

La manipulación obsesiva y obscena del caso Galileo y de la institución de la Inquisición por parte de los negacionistas, ha querido hacer olvidar esa tradición inherente al ser católico, con la intención de deslegitimar nuestras creencias y suscitar un conflicto ciencia-fe que en modo alguno es el que se plantea por este reducto de intelectuales ateos. Tal vez hayan logrado entre el gran público, con escasa formación doctrinal, imponer la imagen derivada de dicha manipulación. De ahí que sea imprescindible una labor de pedagogía encaminada a colocar las cosas en su exacto lugar.

Dicho todo esto, tampoco es asumible para el catolicismo que la ciencia pretenda convertirse en el único modo de conocimiento posible (dado que entonces estamos no ante la ciencia en sentido estricto, sino ante el “cientificismo”). En primer lugar, la ciencia tiene límites epistemológicos infranqueables por el ser humano, algo que hemos visto en el último post y comprobado en otros anteriores de este mismo blog.

En segundo lugar, la comprensión total de las preguntas últimas no corresponde a la ciencia, porque escapa al método científico.

En tercer lugar, la ciencia no es neutra en relación a los procesos de investigación. Está financiada (y por tanto, dirigida) con propósitos ajenos a la ciencia (la empresa, la política o la ideología) que determinan la dirección de los programas de investigación y, por tanto, sus conclusiones. Y reacciona defensivamente contra cualquier avance cognitivo que contradiga el paradigma establecido, como demostró Kuhn.

Añadamos a estas objeciones, por último, que la ciencia tiene dificultades inherentes a establecer verdades. Una cosa es la certeza y otra la verdad. La verdad es, por definición, objetiva e invariable; pero dado que la ciencia es siempre susceptible de refutación, como demostró Karl Popper, sería ilógico depositar una confianza ciega en teorías que pueden ser superadas más adelante (y de hecho, en la actualidad sabemos que el paradigma en la física actual, la mecánica cuántica, será superado cuando hallemos el medio de compatibilizarla con la teoría de la relatividad).

En este mismo sentido, cabe decir que el “dato” científico es susceptible de interpretaciones que, en última instancia, dependerán del observador, por lo que es imposible una objetividad absoluta en sus conclusiones cuando van más allá de proporcionar precisamente eso, el dato puro y simple.

La ciencia es un método de conocimiento altamente positivo. Nos ha permitido avanzar en la comprensión de la realidad circundante y sus logros técnico-prácticos, como en la industria, las telecomunicaciones o la sanidad, son indiscutibles. Pero no es el único medio de conocimiento posible. La ciencia ha tardado más de dos mil años, por ejemplo, en demostrar las teorías atomistas que, por medio de la razón, abrazaron los filósofos presocráticos.

Entronizar a la ciencia como único medio de saber es, sin lugar a dudas, un fundamentalismo semejante al que sostiene la lectura literal de los textos bíblicos. De ahí que algunos autores hayan denominado al Nuevo Ateísmo como el “ateísmo evangélico”.

© 2013 – Pepe de Rosendo para el Centro de Estudios Católicos – CEC

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