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Lampedusa: la vergüenza del mundo

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Salvador Aragonés - publicado el 14/10/13

Europa debe tomar en serio el problema antes de que sea demasiado tarde

La isla de Lampedusa (Italia) se ha convertido en el símbolo de la vergüenza mundial, donde centenares de inmigrantes, si no millares, han perecido en sus aguas intentando alcanzar la “tierra prometida”, la libertad, el bienestar, una nueva patria donde puedan comer y vivir con un mínimo de dignidad. El Mediterráneo está siendo un mar con muchos muertos.

Hombres y mujeres, niños y niñas, explotados por las mafias del contrabando de seres humanos, se lanzan al agua en maltrechas barcazas para conseguir su sueño: vivir con libertad y mayor dignidad, vivir sin persecuciones a causa de las guerras o salir de regímenes despóticos. Para ello pagan centenares de euros  que han tenido que ahorrar en años para alcanzar el otro lado del mar Mediterráneo, desafiando vientos y tempestades, aguas del mar encrespadas, e incluso desafiando la propia vida.

No es Lampedusa el único punto de Europa donde ocurre este fenómeno de la inmigración a cualquier precio. Es en todo el Mediterráneo. La alcaldesa de esta pequeña isla  que tiene sólo  20 kilómetros cuadrados, Giusi Nicolini, ha clamado para que Italia, Europa y el mundo se den cuenta que en esa pequeña isla es imposible albergar a tantos africanos que llegan con lo único que les queda: la esperanza. Una vez en llegados a la isla los inmigrantes tienen que pasar otro calvario, la mala acogida de los países adonde van, otro drama que se añade a las penas ya pasadas antes de zarpar de tierras africanas. Giusi Nicolini consiguió, después de mucho rogar, que las autoridades tanto de Europa como de Italia (el presidente de la Comisión José Manuel Duaro Barroso, el presidente de Italia Enrico Letta y la Comisario de Interior de la UE, Cecilia Malstrom) visitaran el centro de acogida donde se encuentran hacinados los refugiados de los naufragios. ¡No querían verlo! La gente les gritaba “¡Vergüenza! ¡Asesinos!”. No tuvieron más opción que visitarlo.

Esto ocurrió gracias a la energía de la alcaldesa Giusi Nicolini, pues las autoridades querían mirar a otra parte. Todo el mundo mira hacia otra parte. La inmigración ilegal como muchas otras explotaciones del hombre de hoy, no se quiere ver, y la solidaridad humana es un valor que no ha conseguido la globalización, a nivel de autoridades nos referimos. Las autoridades italianas y europeas fueron a Lampedusa, porque con casi 300 muertos no les quedaba otra solución, y fueron más para hacerse las foto, lo cual es ya de por sí una vergüenza. “No sabemos dónde poner los muertos, ni tampoco los vivos”, dijo la alcaldesa Nicolini, pero hasta ahora sus palabras han sonado en el vacío.

A Italia llegan especialmente inmigrantes de sus vecinos y antiguas colonias, amén de sirios, egipcios, tunecinos y subsaharianos. Vienen de las ex colonias Libia y Etiopía, y de sus vecinos de Kosovo, Albania, Macedonia, Bosnia Herzegovina, y gitanos procedentes de Hungría, Bulgaria  y otros países del Este. En Italia el agravante es que la inmigración sin papeles es un delito, pero esta inmigración no hace más que aumentar y no la para la ley.

Lampedusa ha abierto de nuevo, ante la opinión pública mundial, la llaga de las diferencias en desarrollo entre el Norte y el Sur, pero los organismos internacionales están sordos cuando ven que sus políticas de desarrollo han fracaso y que el Sur sigue siendo el subdesarrollo. También están sordos cuando piden asilo político, porque huyen de guerras y de despóticos dictadores

Como dijo el papa Francisco, el primer mandatario que visitó Lampedusa: “eso es una vergüenza”. Y en estos momentos de la historia, sólo vemos que solo está el Papa de Roma para levantar la voz y denunciar la pobreza, la injusticia de que unos tienen mucho y mueren de colesterol, cuando una capa amplia de la población pasa hambre, y hasta muere de hambre.  Y para denunciar que se impide a tantos refugiados su anhelo de libertad.


El problema radica en una falta de conciencia social y de solidaridad democrática en los países ricos. No se trata de hacer demagogia, sino de resolver los problemas de la paz y el subdesarrollo mediante políticas que eliminen la corrupción en los países pobres, y en lugar de darles ayudas económicas para su desarrollo, este esté basado en programas de capacitación en la agricultura, en la pesca, en la industria y en el tratamiento de las materias primas.  No se trata de dar dinero para que compren pescado, sino enseñarles a pescar, como dice el viejo aforismo para el desarrollo de los países. En eso Occidente hasta ahora ha fracasado.

Grave, gravísima es la situación de la inmigración en la Europa del Sur procedente de África, pero Europa no actúa solidaria. Es una Europa dominada por los países del Norte, que no han querido ni quieren resolver el grave conflicto migratorio del sur del Mediterráneo. ¿Cuánta gente tendrá que morir todavía? A principios de los años 2000, la Comisión Europea elaboró un estudio que señalaba que la baja demografía entre los europeos, hacía necesario más de 20 millones de trabajadores inmigrados para cubrir las necesidades productivas y de servicios de Europa. Ahora en plena crisis este estudio se ha quedado obsoleto, pero de todas formas se necesita que Bruselas mire más al Mediterráneo y  resuelva  los problemas de África, un continente colonizado mayoritariamente por los europeos en el siglo pasado. No hacerlo agravará el problema y cada vez las desigualdades entre Norte y Sur serán mayores. Ya no es sólo una cuestión de justicia, sino que a medio y largo plazo hay que salvaguardar la paz.

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