Rechazaron los halagos o las propuestas para arrancarles un signo de apostasía
Campaña de Cuaresma 2025
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Siempre que reconocemos el testimonio de los mártires, y esta es una oportunísima y acertadísima hora de hacerlo en el día en que desde Tarragona la Iglesia celebra las “Beatificaciones de los mártires del Año de la fe”, reconocemos una gran lista de “virtudes heroicas” que el martirio lleva consigo por si mismo, y que hace que no sea necesario indagar a lo largo de la vida de los mártires la realización de esas mismas “virtudes heroicas”, pues las vivieron todas en el desenlace de su martirio. Entre estas virtudes solemos reconocer la de la firmeza, y casi siempre decimos, sin equivocarnos, la firmeza en la fe, de la que tanto nos alentó San Pablo en sus epístolas.
Resulta interesante destacar que los obispos españoles, con los relatos escalofriantes y al mismo tiempo emocionantes de las actas martiriales de estos cientos de españoles, hayan hablado no sólo de la firmeza en la fe, sino también de la firmeza en la lucidez de la verdad, en la humildad, en la entereza ante la adulación y ante el intento de manipulación. Dicen así: “Los mártires no se dejaron engañar con teorías y con vanas seducciones de tradición humana, fundadas en los elementos del mundo y no en Cristo (Col 2, 8). Por el contrario, fueron cristianos de fe madura, sólida, firme. Rechazaron, en muchos casos, los halagos o las propuestas que se les hacían para arrancarles un signo de apostasía o simplemente de minusvaloración de su identidad cristiana”.
A mí no me cabe duda de que, a pesar de la secularización interna y externa que sufrimos, también hoy el catolicismo español daría prueba de una fe firme y de una fidelidad inquebrantable ante una eventual campaña martirial como la sufrida el pasado siglo. Pero no sé si, víctimas de tanta manipulación y relativismo, estaríamos tan mentalmente preparados para no dejarnos seducir y engañar por las artimañas de los verdugos, que a la poste no son sino las del enemigo de siempre que se sirve de ellos como peones de su perversión.
Para defender la fe, y más aún para defenderla con la vida, no hace falta sólo valentía y arrojo, ni siquiera solo convencimiento. Hace falta criterio, certidumbre, y sobre todo amor, porque el amor supera toda duda y enseña que siempre es mejor entregarse sin medida que calcular mucho las posibilidades de mantenerla.