Las estadísticas sobre la violencia doméstica son desgarradoras. Según una encuesta de 2010 llevada a cabo por los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades, una de cada cuatro mujeres y uno de cada siete hombres han sido víctimas de violencia física grave por su pareja ( novio, novia o cónyuge) en algún momento en su vida.
Casi la mitad de todos los hombres y mujeres han sufrido agresiones psicológicas por parte de su pareja. La violencia doméstica comienza temprano: más de la mitad de las personas que han sufrido algún tipo de violencia doméstica la sufrieron por primera vez antes de los 25 años de edad.
La violencia doméstica rompe la paz que debe residir en las relaciones y sobre todo en la familia, Iglesia doméstica. El beato Juan Pablo II describió a la familia como "cuna de la vida y el amor".
La violencia doméstica sustituye a la vida con daño e incluso con la muerte; sustituye al amor por la ira y el miedo. Rompe la confianza entre marido y mujer, entre padres e hijos.
Y, por desgracia, es un ciclo que tiende a repetirse en la próxima generación porque los niños imitan a sus padres abusivos y las niñas aprenden a esperar el abuso de los hombres.
La respuesta de la Iglesia: "Cuando pido ayuda"
Detrás de las tristes estadísticas sobre violencia doméstica hay personas individuales, hombres y mujeres creados a imagen de Dios. ¿Cuál ha sido la respuesta de la Iglesia católica a una experiencia tan trágica para tantas personas?
En su declaración Cuando pido ayuda. Una respuesta pastoral a la violencia contra la mujer, publicada en 1992 y reafirmada en 2002, los obispos de Estados Unidos rechazaron inequívocamente la violencia doméstica:
"Como pastores de la Iglesia en los Estados Unidos, nos unimos a los obispos de otros países, especialmente Canadá y Nueva Zelanda, al declarar tan clara y fuertemente como podamos que la violencia contra la mujer, en el hogar o fuera del hogar, nunca es justificada. La violencia en cualquier forma - física, sexual, psicológica, o verbal - es pecaminosa; muchas veces es también un crimen".
Cuando pido ayuda sigue siendo la piedra angular de la respuesta de la Iglesia a la violencia doméstica. En ella, los obispos se dirigen a cuatro tipos de personas: las víctimas de la violencia doméstica (principalmente, aunque no exclusivamente, mujeres), el clero y los empleados de la Iglesia, los abusadores (predominantemente , aunque no exclusivamente, hombres), y la sociedad en general.
La declaración proporciona primero una visión general de la violencia doméstica, definiéndola como "cualquier clase de comportamiento utilizado por una persona para controlar a otra a través del miedo y la intimidación".
El abuso, no solo físico
El abuso no es sólo físico (golpes, puñetazos, etcétera), sino que incluye también el abuso sexual, psicológico, verbal y económico. Los obispos también identifican la esterilización forzada y el aborto como una forma de abuso.
Los obispos dicen muy claramente que la violencia nunca puede justificarse por la Escritura o el Magisterio de la Iglesia. "Una interpretación correcta de las Escrituras permite a las personas llevar una relación basada en el amor y la mutualidad", destaca el documento, y añade que la víctimas de malos tratos no tienen la culpa.
Respecto a las mujeres que sufren abusos de sus cónyuges, los obispos afirman claramente que en última instancia "deberán tomar sus propias decisiones sobre quedarse o marcharse del hogar”.
En la última sección de Cuando pido ayuda, los obispos ofrecen sugerencias para la acción de las mujeres maltratadas, los hombres que maltratan, los sacerdotes y los agentes de pastoral, que suelen ser " los primeros en responder " a una situación de abuso. El comunicado concluye con una oración extraída de Salmo 55 . Leer más.
Cuando pido ayuda está disponible en línea aquí.
Artículo traducido por Aleteia del original en inglés.