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¿Es malo querer mucho a una mascota?

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Julio de la Vega-Hazas - publicado el 23/09/13
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El verdadero remedio a la soledad humana no es un animal: son las personas¿Es malo querer mucho a una mascota? Se podría zanjar la cuestión diciendo sencillamente que no, pero, desde el punto de vista moral, la pregunta no está muy bien formulada. No se trata tanto de cuestionarse si se quiere más de la cuenta a un animal, sino más bien si nos encontramos ante un sucedáneo, un amor que apantalla la carencia de amor por las personas. Y esta carencia puede ser o no culpable, dependiendo de muchas circunstancias.

Es muy difícil aquí dar reglas generales. En un extremo, podemos encontrar el amor de un ciego a su perro guía, que para él es una ayuda necesaria e inestimable. En el otro extremo, una famosa actriz, todo un sex symbol de los años 60 y 70, que en la actualidad vive rodeada de perros declarando que está profundamente decepcionada de los hombres, sin que parezca darse cuenta de que esa actitud es consecuencia de una vida irresponsable y fruto de un orgullo herido.

La amistad (incluida la particular amistad entre esposos y entre padres e hijos) se da de modo propio solo entre personas. Un animal, aunque a veces tenga reacciones semejantes a las humanas, no puede corresponderla. De ahí que el Catecismo de la Iglesia Católica afirme que “se puede amar a los animales, pero no se puede desviar hacia ellos el afecto debido únicamente a los seres humanos” (nº 2418).

Empobrece la vida humana tapar la carencia de afecto con el afecto por un animal de compañía. A veces se puede ver por la calle una señora llevando en brazos un perrito como si fuera un niño pequeño, pero en buena razón suscita más bien pena, porque es el exponente visible de una soledad que entristece el alma.

Incluso si se pudiera comparar ese afecto con el que se tiene a las personas, quedaría también distorsionado, porque es un amor posesivo, algo que no es malo para con un animal –son realmente una posesión nuestra-, pero resulta inadecuado –es egoísta- para las personas.

Se podría objetar que hay soledades no buscadas. Pongamos por caso una señora que ha enviudado, y sus hijos apenas le prestan atención. Qué cosa más lógica buscar la única compañía que puede tener a mano, en algún animal doméstico.

Cierto, pero una cosa es que no tenga nada más a mano, y otra distinta que se conforme con ello y se encierre física y afectivamente con su o sus simpáticos animalitos. Se le podría aconsejar, no que deje los animales, sino que busque amistades.

Ya lo dice el Génesis: “no es bueno que el hombre esté solo” (2, 18). Y el remedio a esa soledad no es un animal: son personas. Conformarse con el animal no es un remedio, es solo un anestésico.

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