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¿Por qué es tan “aburrida” la misa?

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Juan Ávila Estrada - publicado el 20/09/13

Para entender la Eucaristía es necesario conocer a Cristo

Esa es la pregunta que suelen hacernos a los sacerdotes muchos de nuestros feligreses que asisten frecuente u ocasionalmente a ella.

La gran batalla que libran en su interior aquellos que descubren, de alguna manera, la necesidad de mantener con el Señor una relación de amor y de culto es precisamente tratar de entender algo que a veces, por falta de formación, no entienden.

Asistir a algo que les parece monótono, repetitivo e incomprensible con fidelidad, o por “mandato divino”, pero que suele ser más fuerte que su propia rutina interior, no es fácil para estos hermanos nuestros que terminan, en no pocas ocasiones, haciendo tránsito a las sectas evangélicas donde hacen de la predicación y del culto a Dios un espectáculo que a veces raya en lo circense.

Para entender la Eucaristía es necesario conocer a Cristo, no se pude entender ésta sin entender y conocer al Señor. Es en Jesús donde todas las cosas adquieren comprensión, sentido, valor y belleza.

Es muy difícil que  alguien que no tenga una relación personalizada con el Señor Jesús pueda llegar a disfrutar el inmenso valor de la Eucaristía, que no es otra cosa que el Sacrificio renovado de Cristo que se entrega con su Palabra y se nos da de comer con su Carne y con su Sangre.

Para entender y  vivir la Eucaristía es importante dar pasos y el primero de ellos es el contacto permanente con la Sagrada Escritura.

Si no vas a la Eucaristía por “aburrida”, entra a un grupo de oración, un grupo bíblico, pero empieza a reunirte, trata de vivir  comunitariamente la fe pues la Eucaristía es vivencia de comunidad; ahí empezarás a conocer al Señor y lo que Él desea de nosotros.

Centra tu vida en Cristo, Él ayuda a dar sentido a todo. En Él, todas las cosas se comprenden mejor y se viven de una manera diferente.

Nadie puede hacer esto por nadie, pues la relación con Dios siempre es personalizada, llevada al ámbito comunitario. O lo haces tú mismo, con disciplina y perseverancia, o nadie lo hará por ti.

DISCIPLINA Y PERSEVERANCIA: Estas son las palabras claves de la vida espiritual. Que nuestra espiritualidad no dependa de los estados anímicos, de las ganas, del  humor, ni de nada que se le parezca. Sería muy pendular la vida espiritual de esa manera.

Muchas veces la oración, la lectura de la Palabra y la celebración eucarística es como la comida sin ganas: no siempre se come por hambre sino por necesidad.

Cuando llegue el momento de disfrutar, se disfruta y cuando toque por bienestar, hagámoslo por bienestar aunque no se disfrute.

Orar se necesita, como se necesita comer. No podemos permitir que el desánimo, el aburrimiento o la no comprensión nos arrastre al abismo de la tibieza o frialdad espiritual.

Las armas que tiene el enemigo son precisamente estas, pues cada uno de estos sentimientos negativos son usados por él para apartarnos de Dios.

No necesita retarnos de frente ni presentarse, como se lo imaginan muchos, con cuernos y una larga cola en medio de las llamas para conquistarnos. Su trabajo es más sutil, imperceptible y callado.

Si no vamos a misa porque nos parece aburrida, batalla ganada; si no nos confesamos porque el cura es más pecador que yo, batalla ganada; si no oro porque no me concentro, batalla ganada; si no leo la Palabra de Dios porque no la comprendo, batalla ganada; si no me congrego con nadie porque todos me parecen hipócritas, batalla ganada.

Es decir, estamos perdiendo la guerra sin haber dado la pelea, porque nos hemos declarado derrotados antes de empezar a luchar.

Sabemos que el enemigo contra el que luchamos es fuerte, pero ese enemigo empieza en nuestro propio interior, no de una manera diabólica sino anímicamente diabólica, difícil de captar, pues nuestra frase más humana es: no tengo ganas.

Le  encanta esa frase, ríe socarronamente cuando la pronunciamos y más aún cuando decimos: “no puedo”, “no me confieso”, “no necesito la misa para creer en Dios”.

ahí es donde frota sus manos como un vencedor y hace aquel gesto que hemos aprendido de  los jóvenes cuando mueven el  brazo y  dicen: ¡¡¡“Yes”!!!

Pero así como sabemos de la fuerza poderosa del Maligno, debemos aprender que hay uno que es más poderoso que él, que lo venció en la cruz, a quien le teme cuando lo ve, que le huye, que se postra ante sus pies, no para adorarlo sino por puro miedo cobarde.

En Él, dice el apóstol Pablo, “somos MÁS que vencedores. Toda esa rutina, monotonía, confusión se vencen en el amor y adoración de nuestro Salvador. Sólo en Jesús se puede entender y dar sentido a todo.

Sin conocer a Jesús y sin amarle, la Eucaristía siempre será aburrida.

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