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“La libertad, ¿para qué?”: el grito de un profeta del siglo XX

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Enrique Chuvieco - publicado el 18/09/13

Se cumplen 65 años de la muerte del escritor Bernanos, un adelantado sobre la deriva del hombre y de Europa

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Recientemente celebrábamos el 55 aniversario de los lanzamientos de la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki, hechos que provocaron la indignación de, entre otros, el escritor francés George Bernanos (1888-1945), profético en muchos aspectos sobre la civilización occidental, que plasmó en su La libertad, ¿para qué?. De este lúcido polemista que utilizaba un lenguaje vigoroso y combativo contra la mediocridad, se cumplen 65 años de su fallecimiento.

Católico de convicciones profundas, observó el desnorte de los países continentales cuando subrayó que “Europa no solamente está dividida, sino descompuesta (…), no sólo porque no está dispuesta a sacrificar sus intereses particulares a los generales (…), sino porque su pavor retrospectivo no la hace exclamar a todos juntos: ¡Dónde íbamos, Dios mío!”, en referencia a la Segunda Guerra Mundial, pero aplicable también al momento convulso y errático actual en la Unión Europea.

Hombres libres

El autor de Diario de un cura rural fue al núcleo de la condición humana, que está trufada por pequeños heroísmos y vilezas, y ve en reconocer la huella del Misterio (“Todo es Gracia”, más allá del pecado y del defecto, hace decir al cura de Ambricourt), el único camino de sentido y salvación que aletea en todo.

Esta fue una seña de los existencialistas, pero no la única, pues se bifurcó en los que palpaban la presencia de Dios, que no había dejado al ser humano a su álbur, fue el caso de él mismo, Mauriac, Claudel, Peguy y Graham Greene, por citar algunos de ellos; y aquellos que rechazaron la existencia de todo sentido en el devenir del mundo, como Sartre, Pirandello, Beauvoir y Camus, aunque en éste hay atisbos de búsqueda de algo más grande.

Ambas vías estructuran buena parte de la cosmovisión occidental en sus últimas décadas, pero es la segunda quien consiguió imponerse, antes por la vía de la ideología de izquierda, y, actualmente, por establecer un pragmatismo económico sin alma que lleva a entronizar el beneficio y por instaurar nuevos derechos humanos (aborto, eutanasia, matrimonio entre homosexuales…).

“El Estado –proclamó Bernanos- no teme más que un rival: al hombre libre (…), no al refractario y brutal, no al anarquista intelectual que es el más ridículo de todos los intelectuales (…). Hablo del hombre libre, del hombre capaz de imponerse su disciplina, aunque tenga que pagar con la soledad y la pobreza este testimonio interior (…), del hombre que se da o se rehúsa, pero jamás se presta”. No hablaba de seres impolutos. Alertaba de que, cuando disminuían “triunfa el espíritu de legalidad sobre el espíritu de justicia, la obediencia se convierte en conformismo y las instituciones para proteger a individuos y familias las sacrifican a su furioso crecimiento”. Este lúcido argumento tiene constatación diaria en actuaciones gubernamentales y de partidos.

Mallorca 1936: ¡Injuriáis a Cristo, llamándoos cristianos!”

La libertad de Bernanos le llevó a valorar hechos políticos, culturales y sociales de la derecha francesa (se definía católico y monárquico), con la que rompió en 1932. En su estancia en Mallorca en 1936 (ciudad que luego le dedicó una calle), alabó la ideología falangista, que rechazó furibundamente horrorizado por la salvaje represión de las tropas de Franco sin que hubieran existido previamente actuaciones injustas por parte del gobierno republicano de la Isla antes de la sublevación: “Vosotros injuriáis a Cristo, llamándoos cristianos! ¡Y sois enemigos de la Iglesia, al ir unidos a Hitler”

Algunos de sus comentadores tildan de pesimista a Bernanos por sus desencantos políticos y sociales expresados, pero él nos descubre lo digno y luminoso en sus personajes, sin omitir sus miserias. Más allá de normas y ritos cumplidos para satisfacer conciencias, entroncó la verdadera alegría en la relación con Dios en su Iglesia en la que era posible encontrar la fuerza para vivir una vida digna de la condición humana y en derramarse en amor a los cercanos. En su condición de escritor y ensayista, canalizó su ofrecimiento con la asistencia a continuas tribunas públicas de aquellos que se la requerían.

El amor salva la libertad

En definitiva, se apuntó denodadamente al aforismo clásico “Conócete a ti mismo” y, así, reconoció en lo divino el fundamento para una vivencia honda que supera limitaciones propias y ajenas mediante el amor. Para Bernanos, la libertad era el don más misterioso de los concedidos por Dios, indispensable para que el hombre sea verdaderamente hombre, esto es, capaz de utilizarla bien o mal. Esto deja de ser un vértigo existencial que nos aboca al abismo cuando se une al acontecimiento de la Encarnación de Cristo mediante el amor.

Como confirmaron sus monjas en Diálogo de carmelitas, subiendo a la guillotina en la Revolución francesa, éste es del que estamos hechos, el que anhelamos para nosotros y los demás. “El infierno –escribirá Bernanos en la boca del cura de Ambricourt- es haber dejado de amar. Pero para un hombre vivo, significa amar menos (…), también comprender menos porque es una manera de amar (…). La inconcebible desgracia de esas piedras ardientes que fueron hombres” es que no tengan nada “que compartir entre sí”.

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