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Francisco y Gutiérrez: encuentros y desencuentros con la teología de la liberación

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Jaime Septién - publicado el 17/09/13

La reunión no sería ni un golpe de timón del Papa, sino reconocer los aspectos positivos de esta corriente de pensamiento

El Papa Francisco recibió la semana pasada al sacerdote dominico, de origen peruano, Gustavo Gutiérrez con la consigna –seguramente—de poner en su lugar las cosas y romper con las expectativas de quienes lo quieren ver como un nuevo líder al servicio de la revolución. Gutiérrez es uno de los “padres” fundadores del movimiento teológico latinoamericano que, a la postre, se llamó teología de la liberación.

La audiencia privada fue un gesto que, para muchos, ha sido una trepidante muestra de la “cultura del encuentro” promovida por el Santo Padre; pero que, para otros, fue un error que desempolva ese viejo fantasma que se pretendía ya “superado”.

La recepción de Gutiérrez por el Papa ha rebotado en todos los rincones de la Iglesia latinoamericana, hasta llegar a los oídos de Leonardo Boff y de los seguidores de este movimiento teológico surgido tras la II Conferencia General del Consejo Episcopal Latinoamericano, celebrada en Medellín, en Colombia, en 1968, con la presencia del Papa Pablo VI.

Un movimiento caracterizado por la opción no preferencial sino exclusiva de los pobres; que concibe a la Iglesia como una institución revolucionaria, que debe cambiar las estructuras de una sociedad y que tiene que ir acompañando el viaje de los marginados para liberarlos liberándose ella misma de su “compromiso histórico” con la burguesía, el poder económico y el político.

Entre los moderados de la Teología de la Liberación, Gustavo Gutiérrez no ha sido llamado a cuentas por el Vaticano, y a sus 85 años de edad, con una influencia imposible de negar en gran parte de la Iglesia católica sudamericana, ha tenido la capacidad de escribir un texto junto con el actual prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Gerhard Ludwig Müller, quien trabajó en el Perú en comunidades pobres, junto a Gutiérrez.

Un acuerdo esencial: los pobres

El libro de Gutiérrez y Müller, “De la parte de los pobres, teología de la liberación, teología de la Iglesia”, quiere tender un puente entre los elementos positivos de la teología de la liberación y la opción preferencial por los pobres, que es la que emana de la Doctrina Social de la Iglesia.  Con la salvedad de que no se trata de una “novedad en librerías”.  Se había escrito es alemán hace más de una década.

Esta opción ha sido enfatizada por el Papa Francisco, desde que –al inicio de su pontificado—exclamó el 16 de marzo, ante los periodistas de todo el mundo acreditados en el cónclave que lo eligió sucesor de Pedro, aquella frase que se hiciera ya famosa: “¡Ah, cómo desearía una Iglesia pobre y para los pobres!”

Obviamente, se han hecho interpretaciones erróneas, como la del presidente de Bolivia, Evo Morales, quien dijo que el Papa Francisco era un “partidario” de la teología de la liberación.  Aunque el mismo ex fraile franciscano Leonardo Boff haya sido inusitadamente cauto y hasta cercano al Papa, sin poner en duda ninguno de sus postulados, quizá porque confunda, como muchos otros, las expresiones del Papa sobre la teología del pueblo y la asimile a teología de la liberación, lo cierto es que entre el ala radical de la Iglesia latinoamericana, el Papa tendría que dar el salto hacia posturas heterodoxas, que se salgan de lo que ellos califican como “imposiciones” de Roma.

Pero Francisco no lo va a hacer.  Para él la “vanidad autorreferencial” es uno de los lastres más pesados de los grupos, movimientos, laicos y sacerdotes.  Y el tema del grupo de teólogos de la liberación como el de los anti teólogos de la liberación es ése: que no están abiertos al otro.

Enfrentada duramente por las corrientes católicas de derecha, la teología de la liberación incorpora –de manera matizada, pero constante—las categorías de interpretación marxistas, llegando a justificar –también, veladamente—el uso de la violencia para derribar estructuras caducas y regímenes de opresión al pueblo.  Se trata de una interpretación cerrada, de “lobby”.  Y lo dejó muy claro en el vuelo de regreso a Roma desde Río de Janeiro: “todos los lobbies son malos”.

Iluminar las prácticas sociales

«L’Osservatore Romano» dedicó amplio espacio a comentar el libro de Gutiérrez y Müller.  Analistas y teólogos enfrentaron la dura tarea de desenmarañar las páginas de un texto escrito a cuatro manos, que involucra elementos delicados a la hora, por ejemplo, de afrontar los pontificados de Juan Pablo II y de Benedicto XVI.

Con tino, el periódico de la Santa Sede ha hecho ver a sus lectores lo que muchas veces no se ha podido o no se ha querido ver: que la teología de la liberación posee aspectos positivos.  Y que la entrevista sostenida por Gustavo Gutiérrez con el Papa, no sería un golpe de timón de Francisco, ni un “reconocimiento” del movimiento en contra de sus antecesores, sino que la teología de la liberación habría superado ya las «enfermedades de adolescencia».

Por lo demás, la Iglesia ha realizado  dos pronunciamientos oficiales sobre este la imposibilidad de cuadrar la teología de la liberación tal cual, y el Magisterio de la Iglesia: la “Instrucción Libertatis nuntius sobre algunos aspectos de la teología de la liberación” (Congregación para la Doctrina de la Fe, 6 de agosto de 1984) y la “Instrucción Libertatis conscientia sobre la libertad cristiana y liberación” (Congregación para la Doctrina de la Fe, 22 de marzo de 1986).

El documento de 1986 decía que la liberación, “en su primordial significación que es soteriológica, se prolonga de este modo en tarea liberadora y exigencia ética. En este contexto se sitúa la doctrina social de la Iglesia que ilumina la praxis a nivel de la sociedad”.

En otras palabras, la liberación genuina no es la de las ataduras de la política, la economía, la justicia o el poder; sino la liberación del mal y del pecado.  Esta liberación –querida por la Iglesia—tiene a Cristo por camino, verdad y vida.  Y es una exigencia de perfección, de moral, de ética que ilumina todo el quehacer de los católicos, con el compromiso de construir, en la tierra, un orden católico, y no un ordenamiento marxista o de ningún otro jaez ideológico.

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