Comparte los vasos comunicantes de la vida
Donar sangre es un gesto de fraternidad capaz de salvar muchas vidas humanas.
¿Cómo sabe uno si algún día necesitará sangre?
El 13 de mayo de 1981 el papa Juan Pablo II estaba recorriendo lleno de vitalidad la plaza de San Pedro. Eran las 17,13 horas cuando sonaron unos disparos. Minutos después el Papa llegó al hospital Gemelli desangrándose.
Perdió tres litros antes de que el cirujano, doctor Crucitti, lograra atajar la hemorragia producida por los graves desgarros de las balas.
Todo el mundo contuvo la respiración, mientras se debatía entre la vida y la muerte en la mesa del quirófano. La transfusión tuvo éxito.
Gracias a ella el ilustre paciente puso vivir aún 24 años más, tan decisivos para la Iglesia y para el mundo.
En la gran mayoría de casos nunca sabremos el beneficiado. Sólo sabemos, ya ahora, que será una persona necesitada de estos vasos comunicantes de la vida.
Hace un tiempo leí que en algunas ciudades se hacía una experiencia que nació en Italia con el nombre de “café pendiente”.
Se trata de que una persona, cuando va a una cafetería, no sólo paga su consumición sino otra para quien no pueda afrontarla. De ahí el nombre, porque el establecimiento lo servirá al primer pobre que se asome y pregunte si hay algún “café pendiente”.
Se me ocurre pensar que esto mismo hacen los donantes de sangre. La dan para el primero que pueda necesitarla. ¡Y es sangre lo que dan, no un simple café!
La entregan haciendo el pequeño pero muy meritorio sacrificio de someterse a una extracción y con ello ayudan a alguien desconocido, cuya vida podrán salvar gracias a su generosidad.
Cuando pienso en este gesto solidario, me viene a la cabeza la parábola del Buen Samaritano. No era alguien que pasara aburrido por aquel lugar, sino alguien que va a su trabajo; pero, aunque tenga prisa, no pasa de largo ante la necesidad ajena. Se detiene y se asegura de que el posadero, con la ayuda prestada por él, podrá atender a aquel herido.
Podríamos decir que la posada es el hospital y que los donantes son aquel buen hombre, a quien Cristo ensalza, que se solidarizó con su prójimo.