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Deshaciendo equívocos históricos: Lutero, la Sagrada Escritura y la Iglesia

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Jaime Septién - El Observador - publicado el 04/09/13

Monseñor De Gasperín: el error del protestantismo es pensar que la Iglesia se cree dueña, y no servidora, de la Palabra de Dios

El hoy obispo emérito de Querétaro, México, monseñor Mario De Gasperín Gasperín, vivió el Concilio Vaticano II como sacerdote recién ordenado y como estudiante de Biblia en la Universidad Gregoriana de Roma.  A lo largo de su vida sacerdotal y episcopal, ha sido un constante animador del estudio de la Palabra de Dios y una de las mentes más brillantes de la Conferencia del Episcopado Mexicano.

A últimas fechas ha venido escribiendo una serie de más de treinta reflexiones sobre el Concilio Vaticano II y el Año de la Fe en El Observador, rememorando aquella cita de la Iglesia universal con el cambio de época y el Año de la Fe lanzado por Benedicto XVI para recoger los frutos del Concilio, uno de ellos, el encuentro con las confesiones protestantes.

– ¿Qué reflexión mereció al Concilio la reforma protestante?

Entre las tareas que se fijó el Concilio Vaticano II está el diálogo con los hermanos protestantes como parte integrante del movimiento ecuménico. Martín Lutero había intentado una reforma de la Iglesia en su tiempo. La Iglesia, decía él, se ha atrincherado detrás de tres murallas: la supremacía del poder eclesiástico sobre el secular; la superioridad del concilio sobre los fieles; y la interpretación de la Biblia sometida a la Iglesia. En estos tres campos la iglesia jerárquica tenía el sartén por el mango y nadie podía levantar la voz, menos para reformarla. Esta “triple muralla” es la que él pretendía derribar. A eso dedicó su vida y no escatimó esfuerzos ni medios para lograrlo, recurriendo inclusive al poder secular.

– En el centro de todo está la interpretación de la Biblia, ¿no es así?

De aquí arranca la acusación protestante contra la Iglesia católica, de querer someter la Biblia a su dominio y a su voluntad. Con esto se está declarando –decían los reformadores-, superior a la santa Escritura y dueña de la Palabra de Dios, lo cual es inaceptable. Lutero pretendía liberar a la Biblia de esta esclavitud. Por eso propuso y declaró, como principio interpretativo de la Biblia, el “libre examen”, o sea, la interpretación individual de la Escritura. Cada uno debe leerla e interpretarla según el Espíritu Santo le inspire. El cristiano deberá guiarse por la Biblia sola. La expresión latina “sola Scriptura” significa que “la sagrada Escritura se interpreta por sí misma”, y que no está sometida al magisterio de la Iglesia.

– Esto, evidentemente, no era el sentido de la Iglesia…

Era el proclamar el principio de que la sagrada Escritura es el libro de la Iglesia y para la Iglesia; y que, por tanto, debe leerse en sintonía con la Iglesia, bajo la guía de sus pastores. A éstos, dice san Pablo, Dios encomendó el oficio “de custodiar el depósito de la fe”, y de transmitirlo íntegro a las nuevas generaciones. De este modo, el magisterio de la Iglesia no se proclama superior o mangoneador de la Palabra de Dios, sino su servidor.

– La idea del Concilio fue poner las cosas en orden, primero la Palabra, luego el magisterio, ¿no cree usted?

El magisterio eclesiástico sirve a la Palabra de Dios, interpretándola de acuerdo a la tradición eclesial, recibida de los Apóstoles y del mismo Jesucristo. De esta manera, dice el Concilio, que el pueblo cristiano entero, unido a sus pastores, persevera siempre en la doctrina apostólica, en la unión, en la eucaristía y en la oración, como lo hacía la primera comunidad cristiana. Es un servicio a la unidad y a la verdad, y evita el individualismo y la fragmentación.

– Hay en esto una misión de la Iglesia…

La primera actitud de la Iglesia, especialmente de los pastores, es la de escuchar con atención y respeto la santa Palabra de Dios.

– Y de obediencia…

Con esta actitud humilde comienza el Concilio a hablar sobre la Divina Revelación. Dice que la Palabra de Dios la escucha con devoción y la proclama con valentía el santo Concilio, obedeciendo aquellas palabras de Juan: Les anunciamos la vida eterna, que estaba junto al Padre y se nos manifestó. Lo que hemos visto y oído se lo anunciamos para que también ustedes vivan en esta unión nuestra que nos une con el Padre y con su Hijo Jesucristo.

– Da la impresión de un Concilio que más que escucharse a sí mismo estuvo atento a lo que le decía Dios…

Lo primero que hace el Concilio es escuchar la Palabra de Dios. Lo hace con devoción y obediencia. No tiene miedo en proclamar esta Palabra al mundo entero, para que, el que la escuche y crea, tenga la vida eterna.

– ¿Se equivocó Lutero?

La Iglesia no es dueña, sino fiel servidora de la Palabra de Dios

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