El Papa Francisco y el Concilio Vaticano II

El viernes pasado terminó en la Casa Emaús de Torremocha de Jarama en Madrid el Curso Fe y Cultura del Aula Malagón Rovirosa, del Movimiento Cultural Cristiano, con el tema La Iglesia en el mundo. Testigos de esperanza a los 50 años del Concilio Vaticano II, en el que han participado entre otros ponentes Monseñor Elías Yanes, Arzobispo emérito de Zaragoza y Monseñor Ricardo Blázquez, Arzobispo de Valladolid y Vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española. Junto a ellos, militantes laicos de España e Iberoamérica así como misioneros en África reflexionaron sobre un Concilio con 50 años de madurez.

Monseñor Ricardo Blázquez habló del Papa Francisco y dijo que “es una bocanada de aire fresco que necesitábamos”. “El Papa ha bajado a la calle” señaló, para a continuación alertarnos de que “está habiendo una literatura cristiana que ha perdido la confianza en el Concilio”.

Por su parte monseñor Elías Yanes, arzobispo emérito de Zaragoza, expresó la imperiosa necesidad de defender hoy el Concilio, preocupación que compartió posteriormente monseñor Ricardo Blázquez. Monseñor Yanes señaló que el Concilio nos dejó como enseñanza el diálogo, resaltando que “dialogo supone entender al otro y hacer el esfuerzo por ponerse en el punto de vista del otro”.

Atendiendo a estas dos intervenciones podríamos decir que ante la latente sospecha sólo reconocida en voz baja de no pocos eclesiásticos y teólogos con respecto al “bien” que supuso el Concilio Vaticano II, el Espíritu Santo ha tenido su particular manera de celebrar el 50 Aniversario del Concilio enviándonos un Papa que encarna como nadie su espíritu, su letra y su realización concreta.

El Papa Francisco ha mostrado en estos cinco primeros meses de servicio apostólico que aún queda mucho por realizar el gran desafío inspirador del Concilio, cuya antorcha han mantenido viva sobre todo aquellos movimientos, como el Movimiento Cultural Cristiano, que siempre han estado en la vanguardia de la presencia y de la defensa de los crucificados vivos de nuestro tiempo. Que no han perdido el ardor por hacer una “Iglesia pobre para los pobres”, para la que, como dice el Concilio, “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (Gaudium et spes, 1).