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¿De qué ha servido la Jornada Mundial de la Juventud?

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Elton Chitolina - publicado el 28/07/13
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La visión de un “observador no creyente” de estos seis días de JMJDurante esta Jornada Mundial de la Juventud, participé en la cobertura de Aleteia como “observador invitado laico”, lo que me hizo prestar más atención al evento y a las reacciones que éste provocó, tanto de apoyo como de críticas.

Comencé observando el clima general de las redes sociales y seleccioné dos casos sin relación directa con la JMJ. Eran dos imágenes colgadas en Facebook: la de la perra y el chimpancé bebé y la del Papa tachado de pedófilo. El llamativo entorno de las imágenes eran los comentarios: motivados por impulsos pasionales, que afirmaban generalizaciones radicales y carismáticas, que conquistaban los “me gusta” de otros internautas aunque atropellaran los criterios más básicos del raciocinio lógico, e incluso, ultrapasando en varios momentos los límites de la deshonestidad intelectual (http://www.aleteia.org/pt/tecnologia/noticias/o-papa-o-chimpanze-e-a-cadela-2729002).

La fuerza de este elemento pasional fue observada también y, principalmente, fuera de las redes sociales, en la mezcla de nieve, cuento de hadas e histeria colectiva que se apoderó del clima el lunes, con el frío histórico en el sur de Brasil, o el nacimiento del nuevo príncipe británico y la exultación popular alrededor del Papa Francisco en Río de Janeiro (http://www.aleteia.org/pt/estilo-de-vida/noticias/a-neve-o-pequeno-principe-e-o-papa-do-fim-do-mundo-2782001).

Esta mezcla llamativa de pasión, de arrobos instintivos e indicios de racionalidad insuficiente continuó en la pauta con la relación entre la Jornada Mundial de la Juventud y los resultados poco claros de las protestas populares de junio en las ciudades brasileñas, que nos llevaron a la furia contra la corrupción y la incompetencia de los representantes de los poderes públicos, pero rápidamente se disolvieron, devolviendo a la cotidianidad la tradicional y casi mansa convivencia directa con los resultados de esa incompetencia (http://www.aleteia.org/pt/mundo/noticias/santo-padre-apresentamos-lhe-vinte-centavos-2786002).

Frente a una escena en que las emociones y la inconsistencia predominan tan claramente, fue inevitable preguntar: ¿cuál es el espacio que queda hoy para la razón, en todos los ámbitos de lo cotidiano? Y, ¿qué se puede entender racionalmente como “fe”, yendo más allá del sentido estrictamente religioso? (http://www.aleteia.org/pt/estilo-de-vida/noticias/jmj-ha-vagas-para-quem-nao-acredita-2861001).

La necesidad de más racionalidad es patente en todos los ámbitos, incluso el de la fe, entendida como el crédito dado a aquello de lo que no se pueden tener pruebas empíricas.

No obstante, el Papa Francisco fue incisivo en insistir que la esencia de la Iglesia católica no está en lo comprensible, que podría ser representada por sus numerosas obras sociales en todo el planeta, por más que éstas tengan el potencial de ser el mínimo común denominador en el diálogo entre la Iglesia y quien no cree en su propuesta religiosa. Pero esta perspectiva filantrópica, según el Papa, no es la propuesta fundamental del Catolicismo, que no se dirige sólo a la razón humana ni a las cuestiones de la materia. Ésta exige, necesariamente, una adhesión a la fe religiosa porque su propuesta fundamental es de naturaleza espiritual (http://www.aleteia.org/pt/religiao/noticias/santa-e-meretriz-afinal-a-igreja-e-o-que-2907001).

Al final de cuentas, no es ninguna gran novedad. Pero es, para mí, el aspecto más interesante de esta experiencia de observar como laico un gran evento católico internacional e intentar contextualizarlo de modo que haga sentido.

Esquematizando burdamente la realidad cotidiana, yo acostumbro sintetizarla en tres ámbitos: yo, los otros y el mundo.

En el ámbito “mundo”, nos relacionamos más intensamente con nuestro propio núcleo doméstico y de trabajo; un poco menos intensamente con la localidad en que vivimos; y bastante genéricamente con el “resto del mundo”. En el ámbito “los otros”, nos relacionamos más intensamente con el núcleo familiar y de amigos más íntimos, menos intensamente con los parientes, amigos y conocidos del día a día; y bastante genéricamente con “el resto de la sociedad”. En el ámbito “yo”, nos relacionamos inmediatamente con nuestra dimensión física y corporal; un poco menos intensamente con nuestra dimensión intelectual, mental, racional; y bastante genéricamente con aquella dimensión confusa de anhelo de sentido existencial, de anhelo de transcendencia, de totalidad, de realización plena, que es difícil definir y que no parece limitable al ámbito de racionalidad estricta. Es la dimensión del “yo” que más descuidamos.

La JMJ, a mis ojos de laico, es una demostración de ese interés profundamente humano por la búsqueda de un sentido mayor para nuestra existencia.

Desde esta perspectiva, que es independiente de las creencias o descreencias religiosas podemos, tal vez, intuir lo que el Papa quiso decir al afirmar que la propuesta cristiana va más allá de lo racional y lo filantrópico.

Y este es el balance, para mí, de estos seis días de observación de la Jornada: existe un mínimo común denominador entre todas las religiones, entre todas las ideologías, entre todas las visiones del mundo. Ese anhelo de sentido existencial, que todos compartimos y que nuestra racionalidad consigue vislumbrar, aunque no sepa explicarlo satisfactoriamente, puede servir de base para un diálogo humano que supere las pasiones, las generalizaciones y los arrebatos fundamentalistas y proselitistas, tanto a favor como en contra.

Es una jornada que va más allá de la juventud.

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