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El Amor del Papa a María: vivir con fe la esperanza en su Hijo

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Rafael Tavares - publicado el 26/07/13

Mirando a Nuestra Señora, el cristiano ve el rostro de la Iglesia triunfante

En su tercer día en Brasil el Papa Francisco, que vino también como peregrino al país, no podía dejar de “tocar a la puerta de la Madre de Dios”, y con ese objetivo, visitó Aparecida, lugar del mayor Santuario Mariano del mundo.

Hablando desde el punto de vista teológico, escuchamos frecuentemente el orden de las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. Y esto es cierto, como afirman las Escrituras o el Magisterio de la Iglesia. Pero Francisco, es su devoción a la Virgen María, algo que lo acompaña desde muy temprano en su vida sacerdotal, consigue ver en la Madre de Dios una manera dinámica de vivir las virtudes no como una especie de escalera de una a otra, sino una espiral en que una virtud va fortaleciendo a la siguiente para llevarnos al amor que vemos reflejado en el rostro de la Madre de Jesús, sea en el dolor como en la alegría.

Para su poco tiempo de pontificado, Francisco viene haciendo una verdadera serie de llamamientos a la esperanza, y los dirige especialmente a los jóvenes. En Aparecida, el Santo Padre dio, de forma audaz a la Iglesia entera, un mensaje emotivo “tengan siempre en el corazón esta certeza. Dios camina a su lado, nunca los deja desamparados. Nunca perdamos la esperanza”.
Un Papa hablando de esperanza al lado de la imagen de María. Seguramente una escena conmovedora, hasta emocionante, pero leyendo de manera atenta el gesto y las palabras históricas de Francisco notamos que el Papa latino no teme pronunciarse, de manera tan segura como un pronunciamiento Ex Cathedra, que Dios sigue en busca del ser humano.

Vivimos en un tiempo de grandes y rápidos cambios. Un tiempo en que el hombre parece haber llegado al culmen del desarrollo, y tenemos a nuestra disposición la tecnología soñada desde hace 20 o 50 años. ¿Qué nos faltaría, entonces, para ver el mundo con optimismo? Mientras, parece que a medida que el hombre se eleva, se levanta sobre el mundo una sombra: la desesperanza.
El mundo creado bien por Dios parece hoy un lugar inhóspito con escenarios de guerra, de una manera como jamás se había visto, de caos y soledad. No son pocos los que simplemente se frustran y siguen la vida con poca o ninguna perspectiva de alcanzar algo que realmente los haga feliz. Son hombres en medio de cosas, o como decía un autor del siglo pasado: “traidores de su humanidad”.

Cuando el hombre pierde la esperanza, lo que además es un gran pecado, pierde noción de su existencia, pues ninguno de nosotros estamos en el mundo para permanecer en él. Este aspirar a la existencia auténtica es un anhelo muy latente en la juventud. El Papa sabe bien de esto. El gesto o las palabras de Francisco en Aparecida no son sólo partes de un discurso alentador. Son también una llamada a una introspección de nuestra parte a modo de examen de conciencia para entrar en una dimensión mucho más profunda que la devoción. Se trata de preguntarnos: ¿Creo que Dios ocupa el centro de mi existencia? ¿Soy o no soy un cristiano que vive la esperanza?

No existen medios términos en cuanto a la esperanza, afirma el Papa. O la vivimos o caemos en la desesperación. Cuando el Papa nos pide no dejarnos abatir por la tristeza, sabe que no nos faltan motivos para entristecernos, frustrarnos y hasta desesperarnos hasta el punto de decir que nada tiene solución y en el fondo, terminar creyendo que no hay salvación, todo está perdido. Frente a esta perspectiva, Francisco señala a la Madre de Dios como modelo.

Con palabras conmovedoras, Francisco se dirigió a los brasileños diciendo: “Queridos amigos, venimos a tocar la puerta de la casa de María. Ella nos abrió, nos hizo entrar y nos apunta a su Hijo. Ahora, Ella nos pide: ‘Hagan lo que Él les diga’ (Jn 2,5). Sí, Madre nuestra, nos comprometemos a hacer lo que Jesús nos diga. Y lo haremos con esperanza, seguros de las sorpresas de Dios y llenos de alegría”.

Si algo podemos destacar como la máxima expresión de esperanza en la vida de la Madre de Jesús podríamos señalar el momento de la crucifixión. El Papa Francisco tiene la virtud de ser un hombre realista. Él sabe que la vida cristiana está hecha de dolor y alegría, tanto la vida de la Madre de Dios como la nuestra. Cuando Francisco exhorta a la alegría, no pide que esquivemos los momentos de dolor, de fragilidad humana o de angustia. Sin embargo, si realmente creemos como María que Jesús todo lo puede, la vida se vuelve diferente.

No se puede ser cristiano sin amar a la Madre de Dios, ni se puede ser cristiano sin vivir la alegría. Por eso las palabras del Papa recordando a su antecesor ganan tanto peso cuando él afirma: “Si estuviéramos verdaderamente enamorados de Cristo y sintiéramos cuánto nos ama, nuestro corazón se ‘encendería’ de tal alegría que contagiaría a quien estuviera a nuestro lado. Como decía Benedicto XVI: “El discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro”.
Por la fe sabemos que el mundo fue redimido; por la esperanza sabemos que ni la muerte, ni el sufrimiento tienen la última palabra, pero es por el amor que alimentamos esta perspectiva y nos elevamos hacia un horizonte mucho mayor.

Esto parece ser la esencia de este discurso de Francisco. Sin utilizar palabras monumentales, el Santo Padre resalta que, mirando a Nuestra Señora, el cristiano ve el rostro de la Iglesia triunfante y, por eso, podemos tener la esperanza de que veremos al mundo ser renovado en Cristo. El camino de la alegría, resalta el Papa en Brasil, pasa por aquel “Hagan lo que Él les diga”.
Francisco destaca que en la obediencia se alcanza la plenitud. En la obediencia podemos regocijarnos, en el cumplimiento fiel del proyecto divino alcanzamos la paz.

El Papa Francisco resalta que la generosidad que caracteriza a los jóvenes, deber ser animada, y ellos deben ser protagonistas de la construcción de un mundo mejor. El Papa vino a Brasil para enseñar justamente que construyendo los valores es como se construye el futuro. Será una alegría para toda la Iglesia que el entusiasmo visto en estos jóvenes que llenaron el Santuario Nacional y hoy llenan las calles de Río de Janeiro se concretice en un compromiso sincero que edifique la Iglesia.

Del corazón mariano de Brasil, Francisco levanta un clamor en los jóvenes de todo el mundo: vivir alegres por la esperanza de que Jesucristo es capaz de hacer nuevas todas las cosas, estar alegres porque Dios no nos abandona, y prueba de eso es que nos dejó la suya para estar cerca de cada uno de nosotros en la alegría y el dolor.

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