“¡Cuánta gratitud y reconocimiento merecen nuestros abuelos!”
Desde hace algunos años, el Padre Ángel, fundador de la Asociación Edad Dorada, viene impulsando la celebración del “Día de los Abuelos”. Aunque esta hermosa iniciativa tiene su momento celebrativo el día 26 de julio, festividad de San Joaquín y Santa Ana, padres de la Santísima Virgen y, por tanto, abuelos de Jesús, cada día del año todos tendríamos que agradecer a Dios el regalo de los abuelos.
En su momento los abuelos han hecho grandes sacrificios para educar a sus hijos, inculcándoles unos valores absolutamente necesarios para establecer sólidas relaciones entre los seres humanos. Frecuentemente, con escasos recursos económicos nos han enseñando a todos que, aunque el dinero es necesario para vivir, no puede convertirse en un absoluto. La convivencia alegre, fraterna y cordial en la familia y en la sociedad no será posible, si falta el amor, la solidaridad y el servicio desinteresado.
Con el paso de los años, los abuelos no sólo siguen atentos a las necesidades humanas, laborales y espirituales de sus hijos, sino que acompañan el crecimiento de sus nietos, observando cada uno de sus movimientos y haciéndoles comprender que el objetivo último del ser humano no puede estar en la búsqueda del propio interés, sino en la preocupación por los más necesitados y en la búsqueda del bien común.
Estos desvelos por el bien integral de hijos y nietos se hacen especialmente patentes en estos momentos en los que tantas familias están pasando por graves dificultades como consecuencia de la crisis económica. Ante las estrecheces económicas de los hijos, las casas de los abuelos permanecen siempre abiertas para brindarles un plato de comida. En muchos casos, sus exiguas pensiones de jubilación tienen que estirarse de forma casi milagrosa para que los hijos y nietos puedan vivir con dignidad, aunque ellos tengan que pasar por privaciones y sacrificios. ¡Cuánta gratitud y reconocimiento merecen nuestros abuelos!
Desde el punto de vista religioso, bastantes abuelos que en su día pidieron la fe de la Iglesia para sus hijos, los llevaron a la pila bautismal y les enseñaron a invocar a Dios como Padre, hoy sufren al ver que se han alejado de la fe recibida y que caminan por la vida sin rumbo seguro. A pesar de la crisis religiosa, los abuelos oran cada día al Señor para alimentar su fe y ponen todos los medios a su alcance para enseñar a orar a sus nietos y para ayudarles a descubrir que sin Dios no puede haber esperanza en el futuro.
Gracias, queridos abuelos, por mantener firmes aquellas convicciones que os ayudaron a vivir y a esperar. No dudéis nunca que vuestro testimonio de fe en Jesucristo y vuestra madurez humana, forjada en el sacrificio y en la renuncia, son la mejor herencia que podéis legar a vuestros hijos y nietos a fin de que puedan tomar decisiones acertadas, libres y responsables ante el futuro.
La Iglesia os contempla con amor y confianza, agradece vuestro testimonio creyente y de humanidad y os acompaña con su oración para que, a pesar del paso de los años, no dejéis de ser auténticos educadores de vuestros hijos y nietos. Que el amor y la ternura que todo ser humano necesita dar y recibir en cada instante de la vida, permanezcan siempre vivos en vuestros corazones.
Con mi afecto y gratitud, os encomiendo a todos ante el Señor.