Nada puede contra la asistencia del Espíritu Santo
La celebración de la JMJ en Brasil traerá, como una gracia pedida y esperada, un golpe desde la libertad de los ciudadanos a la proliferación de las sectas.
En Brasil las sectas están redoblando sus esfuerzos para influir en la vida política del país a nivel nacional, regional y local. En el estado de Río Grande do Norte, en el noreste de Brasil, los miembros de la “Assembleia de Deus” copan desde hace años el poder local, mientras la “Iglesia Universal del Reino de Dios” se lleva la palma al contar con cientos de políticos repartidos en todos los ámbitos del poder brasileño.
Si un mayor compromiso social por parte de los católicos será siempre el mejor antídoto ante esta avalancha, es precisamente este compromiso, inherente a la vida de la Iglesia, especialmente la que peregrina en Sudamérica, una de las principales causas del fenómeno de las sectas que comenzó hace décadas de un modo muy bien planificado y fuertemente subvencionado.
Es bien conocido el Plan Rockefeller promovido en los años 70 desde la administración norteamericana para neutralizar la concienciación social en los países iberoamericanos que lideraba la Iglesia Católica, y que forma parte sustancial de su misión evangelizadora.
En ese plan el principal medio a largo plazo era la financiación de las sectas de todo tipo cuyo mensaje fuese o bien anti-político de resignación ante las injusticias y desigualdades sociales, o bien de formación de políticos con un fuerte mensaje religioso vinculado a un planteamiento político y económico hiper-liberal. Un plan que se prometía exitoso al encajar como anillo al dedo con las propias carencias sociales y educativas de unos pueblos sin clases medias y con una fuerte atomización cultura y religiosa.
Pero este plan forma parte de una campaña mucho más grande que la dinastía Rockefeller esta lidiando con el apoyo siempre implícito y a veces también explícito de Naciones Unidas, cuya sede en Nueva York fue donada por la misma Fundación Rockefeller. Hablamos de una campaña de ingeniería social impresionante para la cual la Iglesia Católica esta el centro de la diana, pero cuyo propósito es el de una transformación social mundial a través de políticas internacionales de población y de educación.
Si en las primeras es primordial el control de la población a través del aborto y la eugenesia, en las segundas es fundamental promover una educación laicista en la que los derechos humanos quedarían desligados tanto de su fundamentación en el derecho natural, como de su identidad con la raza humana, como de su formulación (ni derecho a la vida, ni protección de la familia ni libertad religiosa). Dejarían de ser derechos y de ser humanos.
El propósito de la saga Rockefeller de acabar con la Iglesia Católica se esta convirtiendo en la operación más costosa de la historia y que, al parecer, no tiene visos de conseguirse.
Seguramente porque la Fundación que lleva el nombre de esa familia de origen alemán asentada en Estados Unidos desde el siglo dieciocho se niega a admitir un factor en contra: la asistencia del Espíritu Santo, la misma que ha congregado a tantos millones de jóvenes católicos en la capital de las sectas promovidas por los infaustos Rockefeller.