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JMJ Río: así comenzó la historia

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El Observador - publicado el 22/07/13

Una crónica de los peregrinos en vísperas del comienzo de la JMJ

La emoción no me dejó dormir.  El vuelo desde la Ciudad de México estaba programado para las 10 de la mañana, pero deberíamos estar en el aeropuerto mínimo a las 8. Todo el día anterior fue de hacer y deshacer la mochila: al final de cuentas ha sido mínimo el equipaje de decidí traer conmigo. No faltaron, desde luego, las estampas de la virgen de Guadalupe y algunas postales de nuestro país para compartir con los jóvenes de otros países.

Sobra decir que el transcurso del hotel donde nos hospedamos mis amigos y yo me pareció eterno: el tráfico de la capital del país era intenso ya en horas de la madrugada. Gracias a Dios llegamos sin ningún contratiempo. Todo lo demás fue rápido y sencillo: documentar las maletas y tener el pase de abordar, la espera en la sala y la subida al avión. Despegamos a tiempo y en cuanto pude saque el rosario para musitar esta oración. No sé cuántos rosarios recité a lo largo de las casi 20 horas que duró el viaje, pero con la aproximación anunciada al país carioca mi corazón se sentía cada vez más agradecido a Dios por esta oportunidad de participar en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ).

Llegamos a Río de Janeiro el domingo 21 de julio, y en cuanto pisamos tierra brasileña nos sentimos envueltos ya en el extraordinario ambiente de esta reunión de fe. En el aeropuerto grandes lonas, escritas en varios idiomas, daban la bienvenida a los peregrinos provenientes de todos los rincones de la Tierra. Los voluntarios, con rostro sonriente y con su distintiva playera amarilla o verde, nos recibieron y dieron información suficiente para que pudiéramos llegar a nuestro lugar de acogida.

Hospitalidad de los pobres

Todos los peregrinos empezaron a ser recibidos en los campamentos que para este fin se prepararon en toda la ciudad: grandes concentraciones en los polideportivos, con sus carpas multicolores; pero también en hogares, instalaciones parroquiales, instituciones militares y conventos. Los lugares se organizaron por áreas lingüísticas con el propósito de unir a los peregrinos que hablan una lengua común. Los participantes más numerosos son los de lengua española e inglesa. Cerca de las zonas de hospedaje se encuentran los lugares donde se impartirán las catequesis durante tres días.

A mí y a otros de mis compañeros nos han alojado con familias. Me sorprende de entrada la pobreza del hogar donde he sido recibido con mucho cariño. La señora Irene y su esposo Joao nos cuentan que sus hijos adolescentes los motivaron para que recibieran peregrinos. “Somos una familia pobre, pero nuestro corazón quiere ser generoso”, nos  dijeron mientras nos daban un abrazo. También nos comentaron que se sienten bien de acogernos estos días, porque sienten que es a mismo Jesús a quien reciben. En la sala de la casa hay un pequeño altar presidido por una modesta cruz, al lado de la cual se encuentra una imagen de Nuestra Señora Aparecida. Junto a ella les dejé una estampa de la Virgen de Guadalupe. La señora Irene la tomó con cariño y le depositó un beso, una lágrima expresó su emoción.

La Jornada es nuestra

“¡Ahá, uhú: La jornada es nuestra!”. Este es el grito que se escucha en las calles de la enorme zona metropolitana  de Río de Janeiro. Y de esa manera sencilla se sintetiza el espíritu de la JMJ, donde se reconoce quiénes son los verdaderos protagonistas de este encuentro. Los organizadores de Río13 han dicho más de una vez “Son ellos, los jóvenes, los protagonistas de este gran encuentro de fe, esperanza y unidad”.  Los que venimos a esta convocación del Papa nos queda claro que la JMJ tiene como objetivo principal dar a conocer a todos los jóvenes del mundo el mensaje de Cristo –a través de los que tenemos la bendición d estar presentes y quienes por los modernos medios de comunicación lo puedan presenciar–, pero, como han dicho los organizadores: “también a atreves de ellos (los jóvenes), el rostro joven de Cristo se muestra al mundo”.

Mucho se ha hablado del “efecto Francisco” en el mundo, y no cabe duda que aunque se espera la participación de unos dos millones y medio de jóvenes, este mismo efecto estará provocando que se rompan todas las  previsiones de participación. Por lo pronto, en el ambiente se respira esta expectación por ver al Papa y escucharlo con ese mensaje sencillo y profundo al que ya nos ha acostumbrado desde que fue electo.

Acá en Río sigue habiendo manifestaciones contra los programas del gobierno del país; nuestras familias nos recomendaron que tuviéramos cuidado. Sin embargo ha sido muy significativo ver que muchos jóvenes que participan en esas movilizaciones para reivindicar algunos derechos, también ya aguardan a Francisco con esperanza: según los noticiarios locales señalan que muchos brasileños, particularmente las nuevas generaciones, esperan que esta visita Papal traiga “cambios significativos. No cabe duda que este es un encuentro que marcara la historia moderna de Brasil”.

Discípulos  misioneros

Tanto cuando salimos de México, como ahora que nos encontramos en Brasil, nos han preguntado: “qué esperas, cuáles son la expectativas”. Yo he dicho que en mi corazón hay una gran alegría: sentirme y saberme Iglesia, encontrarme con el Papa, aunque esté a muchos metros de distancia; pero el hecho de escucharlo, de recibir directamente de él el mensaje del evangelio, me llena de muchas ganas para asimilarlo y transmitirlo, deseos de cumplir a sin cortapisas la misión: “Ve y anuncia el Evangelio”. Así que en las catequesis, en la misa, en el viacrucis, en la vigilia de oración, en el encuentro con otros jóvenes peregrinos espero cargarme de la novedad de la Buena Nueva, para darle sentido a mi vida y a la de muchos otros.

Un momento privilegiado será, como me han dicho algunos jóvenes que llegaron desde hace más de una semana, el encuentro con el pueblo de Brasil: compartir en el día a día con las familias, en las parroquias. Me llamó mucho la atención lo que compartió un chico brasileño que le tocó cargar con la cruz-símbolo de las JMJ: “Un día Jesús murió en una cruz como esta; ahora nosotros la cargamos en señal de que queremos ser sus seguidores por todo el mundo: es fácil, basta con tener los sentimientos que tuvo Cristo y pasar por la vida haciendo el bien, como el lo hizo; porque él sigue vivo, no solo en el recuerdo, él está en nuestro corazón, en nuestra entes, en nuestras vidas”.

Aquí, en el país con mayor número de católicos en el mundo, más allá del hecho de sus encantos turísticos, la participación en la Jornada requiere, como han dicho los organizadores, “un cuerpo preparado para la peregrinación y un corazón abierto para las maravillas que Dios tiene reservado para cada uno. Son catequesis, testimonios, acciones, ejemplos de amor al prójimo y a la iglesia, festivales de música e actividades culturales. Al final, un encuentro de corazones que creen movidos por la misma esperanza de que la fraternidad en la diversidad es posible”.

Francisco, al encuentro de los jóvenes

A la hora que me encuentro redactando este reporte, hemos recibido el twit del Papa al abordar el avión que lo trae a nosotros: “En unas horas llegaré a Brasil. Mi corazón está ya lleno de  alegría porque en unas horas estaré  celebrando con ustedes la 28 JMJ”. Él viene, como nos dijo días atrás, para “encontrarme con jóvenes procedentes de todo el mundo y animarles a ser testigos de esperanza y artífices de paz, me agrada dirigir a usted señor presidente y a todos los italianos mi cordial saludo, que acompaño con los deseos más fervientes de serenidad y confianza en el futuro”.

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