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¿Por qué la hipocresía en la política internacional?

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María Teresa Romero - publicado el 18/07/13

Naciones e instituciones miran a otro lado ante la falta de respeto a los derechos humanos

Artículo de la María Teresa Romero, presentado en la Asamblea Nacional Anual de Laicos, el 29 de junio de 2013. Ofrecido por Reporte Católico Laico

La edificación de las sociedades nacionales como de la comunidad internacional, no se hace en un día ni desde arriba, sólo desde el Estado por  medio de los lineamientos  constitucionales  y las políticas públicas de los gobiernos,  sin ser realmente estos discutidos y acordados con los pueblos que representan. Por el contrario, esa construcción  es un proceso lento  y complejo en el que se hacen necesarios la interacción, el diálogo, la negociación y el acuerdo permanente de y entre  todos los actores que hacen vida dentro de las naciones  (los poderes públicos, los partidos políticos, las ONG, las empresas, los sindicatos, las instituciones educativas, artísticas, científicas, religiosas), y aquellos de naturaleza internacional (organizaciones multilaterales, grupos y entes trasnacionales, ONG, parlamentos, medios internacionales).

Hoy, como nunca antes, en un mundo signado por la globalización y donde, lamentablemente, han aumentado los problemas y conflictos  de todo tipo  (terrorismo, delincuencia organizada, hambre,  pobreza, autoritarismo,  polarización, pragmatismo, individualismo, ateísmo, para sólo nombrar algunos) es imperiosa la acción en favor de esa interconexión y comprensión entre actores.

El caso venezolano es uno de los más apremiantes. Conocemos bien que en nuestro país se conjugan todos los males citados y otros más, con el agravante de que tenemos un gobierno que los  auspicia y alienta en virtud de que su proyecto ideológico y de poder busca desmantelar el Estado y la sociedad de democracia representativa y liberal para instaurar otros de signo neocomunista, el denominado Socialismo Bolivariano del Siglo XXI.

A ello cabe sumar que la mayoría de la comunidad internacional democrática, por lo general ha jugado un papel complaciente con los gobiernos de Hugo Chávez y ahora de Nicolás Maduro, haciendo caso omiso a los principios, deberes y derechos democráticos que estipulan instrumentos jurídicos internacionales, en particular la carta de las Naciones Unidas y la Carta Democrática  Interamericana. Los intereses  de las élites gubernamentales y de poder, en vez del bien común de los pueblos, son los que han guiado las relaciones diplomáticas con Venezuela. Hasta los más genuinos gobiernos democráticos del mundo han preferido utilizar una política de apaciguamiento con el gobierno venezolano, esconderse bajo el manto de las formalidades diplomáticas y no ejercer la capacidad de presión pacífica y democrática que sin duda tienen.

De allí que muchos venezolanos se sientan defraudados, enojados, desamparados  y llenos de interrogantes: ¿Por qué los gobiernos extranjeros  se comportan como si no fuera con ellos cuando un país sufre y es injustamente dominado y maltratado por su gobierno?: ¿Por qué la diplomacia tiene que circunscribirse a lo comercial, a los negocios, mientras se dejan de lado la defensa real de las múltiples violaciones a los derechos humanos?; ¿Cómo podrían los organismos internacionales como la ONU, la OEA, la UNASUR y el MERCOSUR reformarse de forma que respeten y hagan valer, por ejemplo, las decisiones de la Comisión y la Corte de derechos humanos, o la  Carta Democrática Interamericana o sus cláusulas democráticas específicas?; ¿Por qué ocurre lo de la FAO hoy, que le da un premio al Estado venezolano por combatir el hambre mientras los ciudadanos venezolanos  sufrimos una de las peores escaseces de nuestra historia?;  ¿Por qué la hipocresía parece ser el manual de comportamiento de las naciones y sus organismos multilaterales? …

La experiencia  en Medio Oriente, el Norte de África y ahora en Brasil demuestra que llega un momento que las poblaciones se indignan y no dejan de expresar su indignación hasta que los gobiernos cambien. La historia mundial también nos enseña que de las protestas masivas al comienzo de un guerra civil hay sólo un paso, especialmente el sociedades política e ideológicamente polarizadas. Hasta el momento el conflicto venezolano no ha llegado, gracias a Dios, a esos límites pero nadie puede asegurar que no explote en el momento menos pensado. Las condiciones están dadas.

Como todas las fuerzas democráticas de la sociedad, y aún más por su  influencia espiritual y moral,  la Iglesia Católica en toda su extensión, clero y laicos, deben redoblar sus esfuerzos para la urgente necesidad de que se establezcan buenos y perdurables procesos de  interacción,  diálogo y acuerdo entre los venezolanos y entre la sociedad y el gobierno, así como con las diversas naciones y organizaciones del mundo,  especialmente las  que comparten con nosotros el continente americano. La Iglesia Católica debe colaborar  más aún de lo que lo ha hecho hasta ahora, en la difícil tarea de lograr que el actual gobierno, junto a los poderes públicos, regionales y locales, desarrolle conjuntamente con la sociedad civil  políticas nacionales e internacionales verdaderamente democráticas, que sirvan para el desarrollo integral de nuestro país, de todos sus habitantes de cualquier clase social y posición política.

El encuentro del Papa Francisco con el presidente Nicolás Maduro, que dio como resultado inmediato un diálogo entre la Iglesia y el gobierno, es un paso esencial en este momento,  pero insuficiente. El diálogo tolerante debe ampliarse y bajar a todos los poderes públicos y sectores sociales y económicos. Y aunque será difícil, como hasta ahora ha sido, es posible con la ayuda de una acuciosa y realista planificación estratégica. Si, estrategia y organización son los instrumentos esenciales para cumplir lo que el Sumo Pontífice, como los papas anteriores, han venido insistiendo: en que los católicos asumamos el compromiso de la política como una manera de cumplir nuestra misión como cristianos en la sociedad.

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