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Castidad: la valentía de parecer trasnochado

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Juan Ávila Estrada - publicado el 16/07/13

Lo común es el sexo antes del matrimonio, pero lo común no es lo mejor

“Queridos jóvenes, orad mucho, y, si es necesario, sed decididos en ir contra la corriente de las opiniones que circulan y los slogans propagandísticos. No tengáis miedo del amor, que presenta exigencias precisas al hombre. Estas exigencias son capaces de convertir vuestro amor en un amor verdadero”. (Beato Juan Pablo II, Carta apostólica 1985).

Cómo cuesta ser profeta en estos tiempos de relativismo moral, donde los valores fundamentales de la vida se ven supeditados a los intereses particulares y al vaivén de las opiniones de la mayoría, que por ser precisamente de la mayoría, convertimos en verdades para nuestra vida sin que lo  lleguen a ser en verdad. La verdad no es democrática, no se llega a ella ni se determina por voto popular sino que está establecida en las leyes de la naturaleza, leyes inscritas en el corazón del hombre, inmutables y eternas y que, por lo mismo, deben ser respetadas por siempre.

Pero cuesta más aún ser testigo de Cristo, verdadero discípulo suyo capaz de ir contra los criterios extendidos del mundo que proclama a los cuatro vientos que no hay verdades, que no hay leyes naturales, que todo debe quedar bajo la libre opinión y desarrollo del individuo. En ese sentido es fácil encontrar una mentalidad endémica que en vez de formar, educar y ayudar a esperar, por el contrario, impulsan a asumir comportamientos que terminan perjudicando notoriamente la vida futura. Me refiero específicamente al futuro esponsal. ¿Qué tiene de malo tener relaciones sexuales pre matrimoniales? ¿No es acaso el noviazgo la etapa en la que tenemos la posibilidad de llegar a conocer y que ese conocer implique tener relaciones sexuales? Pero lo más peligroso aún es cuando esas relaciones se vuelven un hobby entre los chicos, que a falta de imaginación y ante un ocio no asumido, no tienen mas medio de entretenimiento que las prácticas sexuales.

¿Y es posible acaso la castidad en este periodo por el que atravesamos? ¿No es mejor tenerlas, responsable y de modo protegido, para que desde temprana edad puedan tener la habilidad suficiente para ser un buen amante de su propia esposa?  Sin duda alguna esta forma de pensar no requiere de exigencia alguna de nuestra parte y por el contrario, nos aventura a experimentar incansablemente de todo hasta llegar al hastío.

 Pero hoy existe un nuevo movimiento en la Iglesia en diversas partes del mundo, jóvenes que han decidido, no sin esfuerzo, hacer una opción por la castidad hasta el matrimonio. Este reto trae, sin duda, la admiración o la burla de muchos de sus amigos y conocidos, planteándolo incluso como algo inalcanzable. ¿Pero es acaso imposible lo que Dios nos propone? No creo que el Señor ponga sobre nuestros hombros cosas inasequibles. Claro está que para lograr esto es necesaria la Gracia de Dios, la ayuda de una buena comunidad que viva los mismos ideales y en la que podamos apoyarnos y cuidar profusamente los sentidos, me refiero a lo que se ve, lo que se oye y lo que se habla. Cuando somos permisivos con nosotros mismos y no tenemos veto alguno con el contenido de lo que cargamos a nuestra imaginación es imposible vivir la castidad como una virtud dada por Dios.

¿Cuál es el peligro de una temprana y habitual práctica sexual entre novios? Primero, la obnubilación que produce el sexo, esto es, la incapacidad para poder ver a la otra persona realmente como es, ya que solo le miramos con el lente erótico; dificultad para conocer la otra persona en su dimensión realmente humana: cómo es fuera de la cama, en la mesa, en el día a día, qué es lo que lleva por dentro, qué tan profunda es su dimensión espiritual y sentido de trascendencia; la dependencia que esto crea en los dos  hasta convertirlos en una pareja simbiótica; el peligroso tedio que acarrea dichos encuentros sexuales, la imposible novedad de sentirse verdaderamente esposos si algún día llegaran a casarse, etc. No es fácil ser casto, esperar, darse tiempo, conocer bien y donarse totalmente al cónyuge en cuerpo y alma el día de su matrimonio, pero nunca ha dicho el Señor que sus propuestas sean fáciles y ser cristiano verdadero tampoco lo ha sido. Pero actuar distinto, vivir distinto, pensar distinto es lo que marca la diferencia con la gran masa de la humanidad que ha vuelto normal lo que ha sido común. ¿Por qué mas bien en vez de sexo, castidad? A riesgo de parecer ridículos desubicados y extrapolados es menester mostrarnos como ciudadanos del cielo, peregrinos en la tierra pero capaces de tomar distancia de los criterios del mundo.

Lo común es el sexo antes del matrimonio, pero lo común no es lo virtuoso y no requiere de esfuerzo alguno; estamos ante una propuesta para gente arriesgada y valiente que han tomado seriamente su vida de fe y su opción radical por Jesús.

Ánimo, no estás solo, cuentas con la Gracia de Dios. “Permanece unido a mi, pues sin mi, nada puedes hacer” (Jn. 15).

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