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“Inmigrantes muertos en el mar, por esas barcas que, en lugar de haber sido una vía de esperanza, han sido una vía de muerte. Así decía el titular del periódico. Desde que, hace algunas semanas, supe esta noticia, desgraciadamente tantas veces repetida, mi pensamiento ha vuelto sobre ella continuamente, como a una espina en el corazón que causa dolor”.
Así comenzó el Papa Francisco la homilía de la misa celebrada la semana pasada en Lampedusa, la isla siciliana donde ocurrieron los hechos de los que el Papa rememora el titular leído en el periódico. Porque al leerlo sintió que tenía que ir allí, como él explicó, “a rezar, a realizar un gesto de cercanía, pero también a despertar nuestras conciencias para que lo que ha sucedido no se repita”. Este es el Papa Francisco. Se entera de una desgracia por el periódico y decide inmediatamente que tiene que ir allí donde ha ocurrido. Y va.
“Que no se repita, por favor”, dijo en la misa, después de navegar desde la Cala Pisana al Puerto de Lampedusa, y haber lanzado al agua, escoltado por barcos pesqueros, una corona de flores en memoria de todos los emigrantes que habrán perdido la vida en el mar. Saludó a los inmigrantes musulmanes que comenzaban esa misma tarde el Ramadán, diciéndoles que “la Iglesia está a su lado en la búsqueda de una vida más digna”.
Recordó la comedia de Lope de Vega en la que los habitantes de Fuente Ovejuna contestan al unísono cuando son preguntados por el autor de la muerte del gobernador y todos responden Fuente Ovejuna, Señor. “¡Todos y ninguno!” También hoy, decía el Papa, todos respondemos igual. “Adán, ¿dónde estás? ¿Dónde está tu hermano?, son las preguntas que Dios hace al principio de la humanidad y que dirige también a todos los hombres de nuestro tiempo, también a nosotros”.
Entonces el Papa Francisco miro fijamente a los ojos de todos. ¡Se dirigía también a ti y a mí! Y dijo: “me gustaría que nos hiciésemos una tercera pregunta: ¿Quién de nosotros ha llorado por este hecho y por hechos como éste? ¿Quién ha llorado por esas personas que iban en la barca? ¿Por las madres jóvenes que llevaban a sus hijos? ¿Por estos hombres que deseaban algo para mantener a sus propias familias? Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia de llorar, de sufrir con: ¡la globalización de la indiferencia nos ha quitado la capacidad de llorar!”