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¿Cómo afrontar el problema de los desaparecidos?

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Julio Cesar Aguilar

Vida Nueva - publicado el 15/07/13

Celebrado en México el I Foro Internacional sobre Desaparición Forzada e Involuntaria

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En los últimos cuatro años, más de 24.000 personas han desaparecido de manera forzada en México. De manera callada, la Iglesia se ha implicado en este drama acompañando y asesorando a los familiares, pero también denunciando una situación que, en muchas ocasiones, las autoridades prefieren mantener en un silencio criminal.

Esta realidad ha quedado reflejada en el I Foro Internacional sobre Desaparición Forzada e Involuntaria, que tuvo lugar en México el pasado mes de junio, del que se hace eco la revista Vida Nueva en un completo artículo.

“Son miles los casos que hemos documentado –dijo Raúl Plasencia, ombudsman [defensor del pueblo] mexicano–. De hecho, tenemos contabilizadas más de 24.000 desapariciones forzadas e involuntarias en el país en los últimos cuatro años.

La situación de la desaparición forzada e involuntaria en México es catalogada, tanto por autoridades nacionales como instancias internacionales, como “crisis humanitaria”.

La Convención de la ONU contra la Desaparición define así el crimen: “Se considera desaparición forzada la privación de la libertad a una o más personas, cualquiera que fuere su forma, cometida por agentes del Estado o por personas o grupos de personas que actúen con la autorización, el apoyo o la aquiescencia del Estado, seguida de la falta de información o de la negativa a reconocer dicha privación de libertad o de informar sobre el paradero de la persona, con lo cual se impide el ejercicio de los recursos legales y de las garantías procesales pertinentes”.
Las desapariciones actuales en México tienen nuevos componentes y características con respecto al pasado, pues si bien en muchas ocasiones se cometen con la participación directa, indirecta o con la aquiescencia de las autoridades, en otras es el crimen organizado quien lo hace.

El papel de los cristianos

Los cristianos han estado muy presentes en los procesos de búsqueda de los desaparecidos en América Latina. Han formado parte de las comisiones de búsqueda, de investigación y de verdad. De hecho, algunas diócesis y arzobispados han generado espacios para acoger a las víctimas y para hacer procesos de investigación.

El arzobispado de Santiago de Chile, que formó abogados como Roberto Garretón, ahora multipremiado internacionalmente, es un caso ejemplar. Hace pocas semanas, el Gobierno francés lo condecoró con el grado más alto que un extranjero puede obtener de ese país.

El Socorro Jurídico de El Salvador, con sede en el Arzobispado de San Salvador, fundado por monseñor Óscar Romero, fue luz para miles de salvadoreños en tiempos de la guerra. La labor de monseñor Juan Gerardi en Guatemala otorgó a los guatemaltecos y al mundo entero los documentos sobre la verdad histórica de los tiempos del general Efraín Ríos Montt y los siguientes dictadores en los documentos de la memoria histórica (REMHI).

Verdad, duelo y memoria

Para toda la humanidad, el no saber la verdad, el no saber del paradero del ser querido, el vivir en la incertidumbre sobre la vida y la muerte genera una situación de estrés psicológico que se puede manifestar como ansiedad, desesperación, angustia permanente o depresión.

Tania Ramírez contó en el encuentro que su familia no ha podido cerrar el duelo: “No podemos hacer una ceremonia de exequias, un funeral, un entierro, pues todos vivimos en la paradoja de la espera con vida de mi papá y de una noticia que un día nos diga que ya está muerto”.

Alicia, hermana de José Luis Ángeles, desaparecido en la carretera de Coatzacoalcos, dice que hace ya un año que todos los días la familia se reúne para hacer oración en las tardes, implorando a Dios que pronto aparezca. “Que los zetas [organización criminal mexicana dedicada al narcotráfico, la extorsión y el secuestro y trata de personas] lo liberen de donde lo tienen, que la policía actúe y dé con su paradero”.

La pastoral con las familias y amigos de los desaparecidos es aún incipiente: ¿cómo acompañar a estas familias en esta espera? ¿Cómo alentar el sentido de la vida a quienes aún aguardan que el hijo o el esposo retorne? ¿Cómo consolar a la madre que espera que su hija pueda escapar de algún antro o table dance y sea socorrida para que pueda regresar a casa?

El duelo es la pena simbolizada en rituales, es el sufrimiento y el desamparo
emocional causados por la muerte o la pérdida de un ser querido, que se expresa en gestos simbólicos que ayudan a la transición y a cerrar un momento de la vida-muerte que no pueden hacer las miles de familias del país aguardando que los desaparecidos regresen.

Pero estas personas no tienen la posibilidad del luto, pues no están formalmente muertas, pero tampoco están con nosotros.

La memoria es un elemento fundamental para los familiares. Saber la verdad es un derecho jurídico ahora consagrado por los tratados internacionales en México. Saber qué pasó erradica la calumnia y el terror.

El miedo es un factor que cunde después de un hecho criminal de esta magnitud; por ello, miles de familias aún no denuncian formalmente la desaparición de su ser querido, aguardando que, quizá, pronto regrese. El miedo es factor de control social y de inhibición personal ante los acontecimientos criminales: es factor fundamental de impunidad, pues, al no denunciar, se asegura la perpetración del crimen y la pronta repetición de otros.
La justicia, ahora, tiene expresiones muy importantes que la pastoral de acompañamiento a desapariciones forzadas e involuntarias ya tiene en cuenta: es necesario no solo castigar a los culpables; es necesaria la reparación de la falta, la restauración de la fama del desaparecido, pues a veces ha sido calumniado diciendo que era un “criminal” o se trató de “ajuste de cuentas”. También requiere la justicia la garantía de no repetición y la necesidad de expresar públicamente la verdad de los hechos.

Una “nueva” justicia

“No es venganza lo que queremos –explicó Yannete Bautista, de Colombia, en su exposición pública en el Foro–. Lo que queremos es, simple y llanamente, que se nos haga justicia y que no se repitan nunca más este tipo de crímenes”.

En otros contextos, a esto se le llama justicia transicional, una justicia amplia que ve muchos aspectos y no solamente al perpetrador. Esta justicia “nueva” ve a la víctima por encima de la situación del crimen para evitar re-victimizar, para fortalecer, darle prioridad y protegerla (pro-persona), generar mecanismos de resarcimiento del daño material y moral, generar medidas de no repetición y recuperar la verdadera historia: fortalecer la verdad, dándola a conocer (comisiones de verdad).

Esta “nueva” justicia se aproxima a los verdaderos procesos del sacramento de la reconciliación, que no es solamente un pedir perdón y “borrón y cuenta nueva”. No se trata de generar un “punto final”, sino un proceso de “a partir de ahora en adelante”. No es “perdono, pero no olvido”. No es la banalidad de colocar a los malos en la cárcel. Es un proceso doloroso, difícil y participativo, donde se reconstruye el tejido social con cuidado, teniendo en cuenta asimetrías culturales, de género, edad y de raza. Atendiendo el dolor y lento proceso de reconstruir la humanidad perdida por la falta.

Cuando los cristianos trabajan en la búsqueda de los desaparecidos están no solamente buscando al ser querido de alguien, sino que también restauran la humanidad en su conjunto vulnerada por el crimen.

Cómo acompañar

Bruce Daniel, experto guatemalteco en atención psicosocial, destacó que “hay que atender en muchas dimensiones a las familias de los desaparecidos. El daño que sufren tiene impactos en la manera de hacer las cosas, es decir, en la cultura, en la manera de relacionarse con los demás, en la relación con los principios más fundamentales del ser humanos: la vida, la muerte, Dios, el bien, el mal. De ahí que el acompañamiento no es solo de un psicólogo con buena voluntad; es necesaria la presencia de la comunidad, del líder espiritual, del maestro, de los vecinos: todos están afectados y todos se alivian entre sí verbalizando, reconstruyendo la verdad y la memoria, perdonando y exigiendo justicia integral”.

De ahí también surge el cauce pastoral de acompañamiento a los familiares de los desaparecidos. ¿Cómo acompañar pastoralmente los procesos de tantas familias? En la diócesis de Saltillo, por ejemplo, se combina la Eucaristía, memorial de “Cristo, que vendrá de nuevo y ya está en medio de nosotros”, con la demanda de una justicia integral.

¿Qué hacer en caso de Desaparición?

Realizar inmediatamente una denuncia de los hechos de la desaparición del familiar ante el Ministerio Público. No aceptar esperar 72 horas después de la desaparición con el argumento de que “ya aparecerá”, o bien “se fue con su novia”, etc. Ir inmediatamente después a la Comisión de Derechos Humanos.

Acudir al centro de derechos humanos civil más cercano, o bien dirigirse a la Red Nacional de Organismos Civiles de Derechos Humanos “Todos los derechos para todas y todos”.

Acudir con el agente de pastoral conocido, llevándole los datos para que informe a la comunidad y ponga letreros en la parroquia de “ayúdenme a encontrarlo”.

Llevar un cuaderno con todos y cada uno de los detalles, las entrevistas, denuncias y acciones en torno a la desaparición.

Abrir un blog y un espacio en las redes sociales.

No mantener el silencio.

Buscar ayuda profesional para la contención y proceso de acompañamiento psicosocial.

Acudir al programa pro-víctima. Recordar que los familiares también son víctimas.
Cómo acompañar Pastoralmente a los familiares de los desaparecidos

La celebración de la Eucaristía es memorial de vida: sea ese el espacio de encuentro frecuente.

Generar un espacio de reflexión bíblico-teológico en torno al acompañamiento pastoral.

Generar liturgias por el desaparecido, con expresiones creativas. No son de exequias; son liturgias de vida.

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