Tras la dimisión de los responsables del IOR: la “novedad” Bergoglio

Para la prensa italiana, la era Bergoglio se abre – respecto a los “aparatos” vaticanos – con una revolución. Además de la Comisión de Cardenales para la reforma de la Curia, la del IOR ha producido, aparte del reciente arresto del prelado Nunzio Scarano, un primer paso hacia la renovación de los organismo y sobre todo de las prácticas que regulan el Instituto. Así deben leerse de forma unívoca las dimisiones (probablemente para prevenir una destitución) del director general Paolo Cipriani y del vicedirector Massimo Tulli.

Una aceleración dramática que se desató el sábado a raíz de los resultados de una investigación interna del IOR, ordenada por el comité después del arresto de monseñor Nunzio Scarano. “Desde el 2010 el IOR y su dirección ― ha dicho Ernst von Freyberg, presidente del IOR ― han trabajado seriamente para llevar las estructuras y los procedimientos en línea con los estándares internacionales de lucha contra el blanqueo de dinero. A pesar de que estamos agradecidos por los resultados conseguidos, hoy está claro que necesitamos una nueva dirección para acelerar el ritmo de este proceso de transformación” (Corriere della Sera, 2 julio)

Mientras tanto, el Consejo de Superintendencia – refiere la Sala Stampa vaticana – “ha puesto en marcha un procedimiento de selección con el fin de nombrar un nuevo Director General y un Vicedirector en el próximo futuro. El pasado mayo, el Promontory Financial Group, dirigido por Elizabeth McCaul y Raffaele Cosimo, ha sido encargado por el Presidente del Consejo de Superintendencia de potenciar el programa anti blanqueo del Instituto en siete flujos de trabajo, llevando a cabo una forensic review y el control de las relaciones con los clientes. Ernst von Freyberg ha pedido también a Elizabeth McCaul y a Raffaele Cosimo que actúen como Senior Advisors para la gestión del Instituto, dada su gran competencia y experiencia” (Radio Vaticano, 1 julio).

Como se ha dicho, esta aceleración ha sido provocada por el arresto, con la acusación de blanqueo de dinero, del prelado italiano anteriormente responsable del servicio de contabilidad analítica de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica (APSA), el cual ha afirmado – durante el interrogatorio preventivo en la cárcel Regina Coeli – que sabía que estaba realizando una acción arriesgada, en los límites de la legalidad, cuando con la ayuda de un agente secreto (Giovanni Zito, al que habría dado una “propina” de 400.000 euros) y de un bróker, se prestaba para traer desde Suiza, a bordo de un avión privado, la considerable cifra de 20 millones en metálico propiedad de los armadores D’Amico. Sin embargo, el prelado afirma que había actuado “movido por el deseo de hacer una buena obra hacia personas que conocía desde hacía treinta años y que siempre había considerado benefactores” (Unità, 2 julio).

No es, sin embargo, el único problema del IOR, sólo el más reciente. Ya en 2010, el dimisionario Cipriani, delegado que efectuaba los movimientos junto con el entonces presidente Ettore Gotti Tedeschi, dispuso dos ingresos por la suma de 23 millones de euros. Dinero que se enviaba a una filial alemana de la Jp Morgan. Una operación que para la policía financiera italiana resultó sospechosa hasta el punto que se ordenó el secuestro del dinero y se pusieron en marcha una serie de comprobaciones que sacaron a la luz otras transferencias ilegales. El descubrimiento fue dramático: se supo que los depósitos dirigidos a religiosos se ponían en realidad a disposición de clientes laicos y, en algunos casos, de conocidos mafiosos. Pero se descubrió sobre todo ― también gracias a la colaboración del propio Gotti Tedeschi ― la opacidad de numerosas gestiones realizadas con el aval de los dirigentes del Instituto. La “desgracia” de Scarano es confirmación de esto (Corriere della Sera, 2 julio).

Emerge un cuadro desolador: con los contactos adecuados, cualquiera durante años ha podido abrir una cuenta en el IOR y blanquear ingentes sumas de dinero. Y en el último conclave, el que eligió al Papa Francisco, se decidió acabar con ello. Para hacerlo se ha elegido a un sacerdote alejado de las lógicas curiales y que – con ayuda de la documentación sobre el Vatileaks querida por Benedicto XVI – ha empezado a llevar a cabo una acción decidida, de reforma contra las deformaciones de una estructura nacida en el Renacimiento para ayudar al Papa, pero que está lastrada por siglos de camarillas y de prácticas opacas (Repubblica, 2 julio).