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El TS de los Estados Unidos no podrá modificar la antropología del hombre

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Salvador Aragonés - publicado el 27/06/13

Reflexiones ante la sentencia DOMA en Estados Unidos

El reconocimiento de la igualdad entre el matrimonio gay y el formado entre un hombre y una mujer decidido ayer en el Tribunal Supremo de los Estados Unidos es una noticia que sacude los fundamentos de la familia en todo el mundo por la importancia y el eco mundial de la noticia. La familia (paternidad y maternidad) no puede tener como miembros a dos personas del mismo sexo. La familia es una comunidad de amor abierta a la procreación. Las personas del mismo sexo podrán amarse, pero no podrán procrear, de ahí que la paternidad y la maternidad no existirán nunca desde el punto de vista natural.

El problema, o mejor dicho el espejismo, que se está creando en el mundo es que a base de leyes positivas aprobadas por los distintos parlamentos y por medio de sentencias, creemos que modificaremos la antropología humana, como ya noveló Aldous Huxley, y por lo tanto no solo cambiaremos la genética humana, sino la substancia del amor y de la propia procreación. El Siglo XXI, gracias a un presidente del gobierno español que gobernó con el desagrado de muchos y dejó al país en el ruina económica y moral, José Luis Rodríguez Zapatero, sin embargo cambió las leyes de la familia de modo que cualquier unión entre personas del mismo sexo puede formar una familia, y cualquier familia y cualquier mujer puede destruir, ley en mano, al hijo que tiene en su cuerpo, abriendo el campo libre a las adolescentes que pueden actuar sin permiso de sus padres y que pueden comprar sin sin receta la llamada “píldora del día después”.

A eso se le llamó un “triunfo de la civilización”, un “avance espectacular” en el “reconocimiento de los derechos civiles”, y hasta la quebrada Seguridad Social se prestó para que de modo gratuito se pudiera cambiar de sexo a las personas que lo desearan. No faltaron países que pensaron que “si la España Católica” llega a esto… ellos también debían hacer lo propio. Pero no fue la España Católica la que aprobó las leyes, sino un Gobierno sectario que tenía la obsesión de eliminar la religión de la sociedad, con la imposición de un materialismo práctico que facilitara la existencia de una sociedad sin Dios, que quedaría cada vez más arrinconado para aquellos ciudadanos reducto de otras épocas ya superadas por la historia. Era como la aplicación nietzschiana de “la muerte de Dios”: si Dios ha muerto hemos resuelto un enorme obstáculo para que el hombre llegara a la felicidad y a la libertad.

Pero el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, tan sectario en los temas religiosos –¿cómo es posible que se atreviera a organizar una “Alianza de Civilizaciones” cuando él negaba y luchaba contra la civilización más importante, la religiosa?—se enfangó en el mal gobierno y en el desastre de las medidas económicas adoptadas, hasta el punto que los suyos tuvieron que decirle que se fuera, si no quería ver a España al nivel del que hoy es Grecia.

Ni Zapatero –un triste presidente del Gobierno español—ni el Tribunal Supremo de los Estados Unidos lograrán cambiar a través de las leyes u otros artilugios la constitución de la familia humana gormada por un hombre y por una mujer, basada en la antropología del hombre y de la mujer, porque esta antropología no depende de leyes positivas, ni de mutaciones químicas, sino de la ley natural, es decir de la voluntad de quien creó al hombre y a la mujer, es decir de Dios. Tal vez construiremos otra Torre de Babel, pero al igual que entonces nunca el hombre va a llegar a desafiar a Dios y acabará destruyéndose a sí mismo. Las leyes no solo pueden tomarse sobre la base de una situación de hecho como el caso de la homosexualidad, que siempre ha existido en el mundo, sino que deben servir al hombre en lo que el hombre (el hombre y la mujer) son en su propio ser y en su propia misión y desarrollo en el mundo. 

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matrimonio homosexual
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