Un lector de Aleteia pregunta
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La respuesta está en el Evangelio. En el de San Mateo, dentro de la narración del bautismo de Jesús, se lee la siguiente frase: Jesús salió del agua; y entonces se le abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios que descendía en forma de paloma y venía sobre Él (3, 16).
Con muy parecidas palabras se narra lo mismo en los evangelios de San Marcos (1, 10) y San Lucas (3, 21-22). El de San Juan lo pone en boca de Juan Bautista, como signo de reconocimiento de quién era Jesús: He visto al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y permanecía sobre Él (1. 32).
Cuando se quiere representar en imágenes a la Santísima Trinidad, no es igual de fácil la representación de cada una.
Lo más sencillo, evidentemente, es representar al Hijo, la segunda persona, puesto que se encarnó. Y le corresponde propiamente la forma humana, pues además de ser Dios es verdadero hombre.
En segundo lugar figura la persona del Padre. No se ha encarnado, pero se recurre a la figura de un padre humano de Jesús, con bastante lógica. Pero ¿y el Espíritu Santo?
Un espíritu es irrepresentable como tal por definición. Quedaba como única solución razonable rastrear las Escrituras, sobre todo el Nuevo Testamento, en busca de figuras con las cuales se ha hecho presente visiblemente su persona o su acción.
De este rastreo salen dos figuras: la paloma, que aparece en el bautismo del Señor en el Jordán; y las lenguas de fuego, que se posan sobre los apóstoles en Pentecostés.
La imaginería cristiana ha utilizado las dos. Si ha utilizado con más frecuencia la paloma probablemente se debe a que es una imagen más cercana a lo personal que una lengua de fuego.
¿Y por qué quiso adoptar la forma de paloma? No se puede contestar a ciencia cierta, pero se puede especular un poco al respecto.
Hoy día simboliza sobre todo la paz, y eso tiene también un origen bíblico, pues hace referencia a la paloma que soltó por tres veces Noé del arca, volviendo la segunda vez con una rama de olivo en el pico (la tercera ya no volvió; cfr Gen 8, 8-12), lo cual quería decir que había vuelto la paz y la normalidad al mundo.
De todas formas, no parece que haya aquí una relación directa entre los dos símbolos.
Es más probable que acertemos si la pregunta no es qué simboliza ahora, sino qué simbolizaba entonces.
En el Cantar de los cantares se lee lo siguiente, como parte de un poema en boca del amado: ¡Ábreme, hermana mía, amada mía, mi paloma, mi preciosa! (5, 2). En el Talmud judío hay alguna referencia a que la paloma era un signo de castidad (cfr. Eruvim, 100b).
En el evangelio figura la recomendación de que sus discípulos sean sagaces como las serpientes y sencillos como las palomas (Mt 10, 16).
Todo esto apunta a que en la simbología de Israel en tiempos de Jesucristo la paloma era figura de un amor sencillo y limpio.
Y esto encaja bastante bien con la persona del Espíritu Santo, procedente del amor mutuo del Padre y del Hijo, y enviado a los hombres como Don que les conduce hacia la plenitud del amor de Dios.