Entrevista con el historiador Roberto Morozzo della Rocca que ha escrito una biografía del prelado
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Es noticia en estos días una posible aceleración de la causa de beatificación del obispo Óscar Romero, asesinado por los grupos paramilitares a sueldo de los regímenes dictatoriales de El Salvador en 1980. El postulador de la causa es monseñor Vincenzo Paglia (Vatican Insider, 22 de abril).
¿Quién era Óscar Romero? Elegido como icono de la Iglesia al lado del pueblo y empujado de quien quisiera hacer de él un símbolo político, quizás para avergonzar a la Santa Sede. Haciendo un análisis de los hechos, de los testimonios y de los diarios de Romero se descubre que, como sucede a menudo, la realidad es más sencilla y por eso más emocionante.
Aleteia ha entrevisto al profesor Roberto Morozzo della Rocca, profesor de Historia Contemporánea en Roma Tre, que e 2005 escribió una biografía del prelado de El Salvador: “Primero Dios. Vida de Óscar Romero” de Mondadori.
Profesor Morozzo, han pasado 33 años del asesinato de Óscar Romero, y todavía hoy su figura es difícilmente encasillable ¿Cómo es esto?
Roberto Morozzo della Rocca: El problema del no encasillamiento está vinculado a la relación entre la fe y la política que es muy complicada. El teólogo Yves Congar decía que “la relación entre la fe y la política es similar al dogma cristológico de las dos naturalezas. Ninguna confusión ninguna separación” y esto pasa exactamente con Romero. Intervino ciertamente en la vida pública de su país convirtiéndose en la primera voz crítica dentro y fuera de El Salvador, asumiendo un papel público. Pero lo hacía no para ganar un papel político, incluso repetía que esto sucedía “muy a su pesar”. Romero se veía obligado por el hecho de que nadie estaba al lado del pueblo, su voz era moral. Su principal preocupación era la de no querer ver derramarse la sangre. Él hacía todo lo que los grandes hombres de religión han hecho antes que él. Y el ejemplo de tantos papas de la antigüedad que fueron también “defensor civitatis” como Gregorio III.
Romero era un hombre de paz. Su discurso era contra la violencia allá donde se diera, pero también decía que la dictadura militar era quien cometía mayor violencia. Por esto fue instrumentalizado por los políticos, especialmente los de izquierda, que confundieron los planos voluntariamente: Romero no era un hombre “de izquierdas”, sino que era el que cubría el lugar vacío del defensor de la justicia en su país.
En sus diarios o con sus confidentes, decía que había bondad y maldad en ambos lados políticos y era necesario sacar lo mejor de cada uno.
¿Es verdad que Romero tuvo incomprensiones con Juan Pablo II que todavía pesan en el juicio que la iglesia da? ¿Qué piensa Bergoglio? ¿El Papa argentino entiende mejor que los europeos la aparente contradicción representada por el obispo de El Salvador?
Roberto Morozzo della Rocca: En mayo del ’79 vino a Roma para ser recibido en audiencia por el Papa Juan Pablo II y hablar con él. Había en el Vaticano una propuesta para retirar a Romero llevada adelante por el arzobispo de Buenos Aires, el cardenal Antonio Quarracino, que proponía desautorizar al prelado. Juan Pablo II quiso hablar con Romero, porque consideraba que no era necesario y le pidió sobre todo “que se mantuviese la unidad de los obispos”, como ya hizo en Polonia para combatir al régimen comunista. Wojtyla conocía poco el episcopado salvadoreño y la situación del país. Pero no hubo ninguna reprimenda. Romero salió del encuentro perplejo –como luego comentó a sus amigos- porque estaba acostumbrado a Pablo VI que lo animaba a seguir hacia delante. La conversación con Juan Pablo II fue más articulada, pero de las conversaciones que Romero tuvo en la curia, descubrió que el clima había mejorado y que se le tenía más confianza.
Hubo un segundo encuentro en enero del ’80, poco antes del asesinato. En este encuentro Romero encontró en el Papa una acogida fraterna y se creó una corriente de simpatía entre ellos. En los días siguientes Romero habló de la gran alegría que sentía por saberse apoyado por el Papa. Es posible que fuera este uno de los motivos que aceleraron la decisión de la oligarquía de asesinarlo, porque la esperanza de que fuese destituido desapareció y el apoyo del Papa se convirtió en algo cierto. Sencillamente el Papa quería entender mejor el tema, porque no conocía a Romero, ni la situación de El Salvador. La “leyenda negra” se debe a esta fase interlocutoria, pero no está basada en hechos reales, ni en la valoración del mismo Romero a través de sus homilías y de los diarios. Bergoglio conoce bien la situación de América Latina, conoce bien la violencia de las dictaduras y la de la izquierda. Él ha conocido en persona este drama y por tanto tiene los medios para colocar el pensamiento y la acción de Romero en el contexto justo.
Las relaciones entre la Iglesia Católica y las dictaduras sudamericanas fueron muy difíciles, a veces el enfrentamiento era frontal, aunque siempre haya habido acusaciones de connivencia.
Roberto Morozzo della Rocca: Todas las Iglesias cristianas sufren la influencia cultural de la sociedad en la que viven. En América Latina ha habido una terrible polarización: los militares y las guerrillas. Es muy difícil mantener la lucidez. Obispos, clero y laicos tomaron parte por un lado o por otro. “Evolucionados” eran aquellos que intentaban mantenerse al margen de la violencia cometida por las partes, Romero era uno de ellos, uno de los que intentaba construir la paz. Era una posición difícil en la que se arriesgaba la vida. Romero decía “no nos dejemos llevar por esta polarización, persigamos la justicia”. Todos los hombres de religión están dentro de sus sociedades, el Evangelio no es una cultura en sí mismo sino que es un hecho espiritual, no es un manual para la vida pública y social, de él se extrae la inspiración para la propia acción. Los hombres se ven empujados naturalmente a un lado u a otro, solo frente a la eucaristía hay unidad.
Cómo historiador ¿qué le llama más la atención de este obispo martirizado mientras decía la Misa?
Roberto Morozzo della Rocca: Me fascina de él su elección consciente del martirio. Sabía ya en las semanas anteriores que tenía muchas posibilidades de morir. También la Santa Sede lo sabía y, de hecho intentó llevárselo a Roma durante un tiempo para defenderlo. Pero él no quería irse, quería quedarse con su pueblo. Renunció al chófer porque le preocupaba que pudiese morir en su lugar durante un atentado. Es fácil hablar con la retórica del heroísmo o del profeta, pero Romero lo vivió realmente en su piel, llegó al final con todas sus consecuencias. Pudo huir de la muerte pero sabía que aquel era su lugar y su responsabilidad.