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Reforma de la Curia: Papa Francisco da un golpe de timón

8 cardenales del papa

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Los 8 cardenales que aconsejarán al papa Francisco en la reforma de la Curia Romana

Chiara Santomiero - publicado el 22/04/13

Las obligaciones de la Comisión de los 8 cardenales

Ocho cardenales de cinco continentes: estos son los componentes de la comisión instituida por el Papa Francisco para ayudarlo en el gobierno de la Iglesia ¿Cuánto influirá esta innovación en la vida de la Iglesia? Aleteia le ha hecho esta preguntas a Andrea Grillo, profesor titular de teología sacramental en el Ateneo Pontificio de S. Anselmo de Roma y en el Instituto de liturgia Pastoral de la Abadía de Santa Justina de Padua.

Alguna persona ha dicho que la elección del Papa es un punto de inflexión de la Iglesia ¿Es así?

Es una elección que seguramente demuestra la voluntad del Papa de influir en la estructura de la Curia romana. La comisión es un instrumento funcional para llegar a un objetivo global que es el reequilibrio entre el primado de Pedro y el grupo de los 12 reforzando la colegialidad con la atención a los territorios más alejados de Roma, ya sea para reformar a la Iglesia ad intra, con una escucha más atenta a las personas, como ad extra. La relación entre el Papa y los cardenales es solo una de las formas de la colegialidad que repercute en todos los obispos. La Comisión, por lo que se entiende hoy, tiene el deber de meditar en una serie de intervenciones de reforma sobre el modo en el que se comunica la Santa Sede con la base, la forma en la que los obispos son consultados por el poder central.

Probablemente incidirá en la estructura del Sínodo, que ahora se reúne cada dos años y en el cual los obispos del mundo tienen poco espacio para influir, porque los contenidos ya están sustancialmente determinados por la Curia, convirtiéndola en una estructura de mayor periodicidad, si no permanente, y con un poder real de consejo.
Deben esperarse, por tanto, momentos más significativos del trabajo de esta Comisión, que se podrán dar, ya que empiezan los encuentros en octubre, como mínimo durante un año. Aunque no podemos sobrevalorar a la Comisión tampoco se puede reducir su importancia a una maquinaria jurídica que distribuye el peso del gobierno de la Iglesia: este punto es verdad, pero la reforma es el modo en que la Iglesia se presenta. Elegir cardenales de todos los continentes es abrirse a la lógica de la periferia, dejar de pensar en una Iglesia eurocéntrica, insistiendo mucho para que se abra al exterior.

Es verdad que hay necesidad de un centro unificador, pero la unidad no es la uniformidad ni la homogeneización. Esta es una tentación en la Iglesia y su gran equivocación de la edad moderna: mirarse a sí misma como a un bloque único. El Papa está al servicio de la unidad en la diversidad: la uniformidad destruye a la Iglesia, la cierra y la hunde. Los cardenales han tenido la valentía de elegir a uno que desde el principio ha dicho lo siguiente: la Iglesia no debe ser autorreferencial sino que debe ponerse al servicio del otro que es Cristo en los más pobres.
Los gestos de Francisco desde el inicio del pontificado que tanto han sorprendido por su novedad, deben convertirse en un estilo eclesial completo que debe pasar necesariamente por la reforma institucional. Se trata de un paso necesario y muy delicado.

El comunicado de prensa con el que se ha anunciado la decisión de Francisco, ha destacado que el Papa ha recogido una sugerencia de las Congregaciones generales anteriores al Cónclave. ¿Se puede decir que existe un empuje hacia una colegialidad más definida por parte de toda la Iglesia?

Grillo: A través del comunicado de la Secretaría de Estado se entiende una elección que de alguna manera precede al Papa y que ha encontrado un consenso en sus intervenciones antes del Cónclave, tanto que llevó a su elección. Se trata de un punto de inflexión que provocará algún “dolor de barriga” pero que cambia el modo de enfrentarse con la autoridad, estructurado a partir de siglos de costumbres.

Sin embargo en una Iglesia rica de culturas diversas el debate es positivo. Por primera vez se aplica completamente la intuición del Concilio que había encendido un entusiasmo que con el paso del tiempo se entibió. Hay una nuevo paso del Espíritu que el cincuenta aniversario del concilio ha vuelto a proponer: desde que el pasado 11 de octubre se celebró la apertura del Concilio, han cambiado muchas cosas y esto no es una casualidad.

Retomando los textos conciliares nos hemos dado cuenta que cambios que nos parecían imposibles, a no ser que se dieran con el paso de los siglos, estaban al alcance de la mano. Es un proceso que ocupará a la Iglesia durante los próximos años ya que será necesario tiempo, no sólo están en juego los equilibrios romanos.

¿Debate o herida?

La Iglesia estará preparada para el debate cuando renuncie a las formas viejas de pertenencia. Es un proceso que afecta a todos, obispos, sacerdotes y laicos. Todos deben dejar costumbres cómodas pero inservibles, estilos de participación mediante los que se da formalmente el sí, pero luego la disconformidad subyace. El estilo del debate es una confrontación llevada adelante en la verdad.

El concilio planteó las premisas, ahora tenemos que seguir con las consecuencias. Confío en que la parte preponderante de la Iglesia sea capaz, aceptando la necesidad invocada de muchas partes de “una conversión pastoral” como criterio para interpretar también la nueva evangelización.

No se puede evangelizar si no salimos de nosotros mismos y de los viejos esquemas: la novedad de los gestos de Francisco es un modo, aunque no el único, de decirlo. El modo en que la Iglesia ha vivido la transición complicada de la renuncia de Benedicto XVI a la elección del nuevo Papa y el modo en que ésta se dio dice mucho sobre esta institución con respecto a lo que ésta cree de sí misma o se entiende comúnmente. Viendo a Francisco asomarse a Logia de las bendiciones, me acordé de la película de Moretti “Habemus Papam” y creo que esta vez la realidad ha superado a la ficción y nos ha regalado un final que el director no habría podido imaginar.

¿Por qué Francisco, desde el principio del pontificado, ha destacado más su elección como obispo de Roma que como Pontífice?

Grillo: Francisco ha aceptado su papel como Papa a condición de ser el obispo de Roma para poder desarrollar un ministerio de unidad a partir de esta función. Enseguida ha recuperado una relación con su pueblo a través de un gesto unívoco y ejemplar, como el de hacerse bendecir, saliendo del estereotipo que impone al Papa una identidad más allá de esta relación. Un gesto simbólico fundamental, que destaca que este papado está a la altura para cambiar de rumbo: no parte de lo general sino de lo particular, no de los valores sino de los rostros. De hecho, Francisco habla siempre a través de casos concretos, afronta los temas de fe a través de la vida de las personas.

Actuando como obispo de Roma, él recupera el servicio a la colegialidad de pontífice. Esto en el plano del diálogo ecuménico, del diálogo interreligioso, de los temas éticos, afirma una estrategia que consiste en llegar a lo divino a partir de los plenamente humano: el primado del rostro para llegar al valor. En sus escritos se encuentra que la lucha al relativismo no debe crear marginación para que todos se sientan acogidos.

La importancia del valor no puede superar al del encuentro: un programa que hasta ahora ha interpretado de forma “impecable” pero que debe convertirse en el estilo de toda la Iglesia.

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