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¿Es la mortificación una práctica posible en el siglo XXI?

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Bastian Weltjen | Shutterstock

Alexandre Ribeiro - publicado el 25/02/13 - actualizado el 09/02/24

Hablar de mortificación en pleno siglo XXI parece inconcebible, sobre todo en una época en la que nadie quiere sufrir, por eso, veamos este interesante tema

Hablar de mortificación en el siglo XXI parece cosa del pasado, por eso nos parece inconcebible que aún exista gente que tome en serio este tema, sin embargo, para quien desea progresar espiritualmente, cobra sentido y actualidad.

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Mortificación y ascesis

La mortificación es una dimensión de la ascesis. El término ascesis procede de la cultura griega y significa «ejercicio realizado con esfuerzo y método». Para los griegos, la ascesis indicaba cualquier ejercicio físico, intelectual, moral y religioso, realizado con método y disciplina, cuyo objetivo es el progreso constante. Sin embargo, en el ámbito cristiano, la ascesis, especialmente en la Edad Media, estuvo marcada por aspectos negativos.

Para los griegos, eran dimensiones de la ascesis, por ejemplo, que el soldado que se ejercitara en el uso de las armas, el filósofo en la meditación, el sabio en el ejercicio de las virtudes, y el religioso en la contemplación de Dios.

La ascesis no era un término de connotaciones negativas. Al contrario, se comprendía como algo necesario para el desarrollo humano, pues estimulaba y consolidaba la disciplina imprescindible a la conquista de un objetivo.

Una versión actual sería cultivar las virtudes para ser feliz.

El error: el cuerpo es inferior al alma

Pero en su asimilación por la cultura cristiana, sufriendo influencias de corrientes de pensamiento pesimistas y dualistas –dicotomía alma-cuerpo–, la ascesis quedó marcada preferencialmente por la dimensión negativa.

Para varias generaciones de cristianos, la mortificación fue interpretada como muerte literal al cuerpo, considerado como fuente de los pecados.

El cuerpo era visto como la sede de las pasiones, la parte inferior del hombre, en continua oposición a la parte superior, el alma.

La Edad Media fue el período de las más duras ascesis corporales. A pesar de la influencia de san Agustín (354-430) –siendo la ascesis definida como esfuerzo para crecer en la capacidad de amar– y de san Benito (480-547) –énfasis en la humildad–, la espiritualidad occidental, en ese período, en gran parte acabó adhiriéndose a la práctica de los sacrificios físicos.

Flagelación y descrédito de la ascesis cristiana

Formas de penitencia corporal como la «disciplina» (autoflagelación voluntaria) fueron perfeccionadas. A finales de la Edad Media, la «disciplina» cotidiana fue llevada al fanatismo por los «flagelantes», causando descrédito a la ascesis cristiana.

Los «flagelantes» eran los miembros de movimientos y cofradías medievales que practicaban la penitencia con flagelaciones públicas.

Ese movimiento tuvo su culmen en la segunda mitad del siglo XIII. Estos grupos de personas recorrían ciudades y campos flagelándose a sí mismos o unos a otros mientras rezaban.

Hoy tales prácticas son rechazadas, pues son fruto de una mentalidad religiosa que ya no es aceptada, debido a su gran pesimismo antropológico.

Pero esto no significa que la mortificación, en su verdadero sentido, sea algo superado e innecesario para el desarrollo de la vida cristiana.

BAPTISM

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El bautismo, sacramento regenerador

El bautismo, sacramento por el cual los cristianos son regenerados como hijos de Dios, es la verdadera fuente de la mortificación cristiana. Así, mortificar no significa dar muerte al cuerpo, sino al pecado. Es tener una vida disciplinada para no desperdiciar la gracia de Dios.

El término «mortificación» tiene su origen en el texto bíblico de la Carta a los Colosenses, capítulo 3, versículo 5. Al inicio de este pasaje, el autor conjuga el verbo «mortificar», que significa literalmente «mortificarse», es decir, «dar muerte», «hacer morir».

Este verbo está inserto en el contexto integral del pasaje bíblico, que retoma el tema de la muerte del «hombre viejo», tratado por san Pablo en el capítulo 6 (versículos 1 al 11), de la Carta a los Romanos.

De este modo, el verbo «mortificar» asume el significado de muerte a una existencia pecaminosa. Por tanto, el término mortificación significa muerte al pecado, al «hombre viejo».

San Pablo, en el referido pasaje de la Carta a los Romanos, afirma que, por el bautismo, el cristiano permanece unido a la muerte de Jesucristo y participa, de este modo, de la vida del «hombre nuevo».

Morir al pecado para resucitar con Cristo

Estar unido a la muerte de Cristo tiene como objetivo seguirlo en la vida nueva inaugurada por la resurrección.

En el bautismo, el cristiano ya está muerto para el pecado y renacido para Dios, en Cristo Jesús. Y dado que ya está muerto, debe continuar muriendo cada día al pecado, en cada situación de su vida cotidiana.

Para los cristianos, la mortificación sigue siendo no solamente actual, sino necesaria. Ser cristiano es revestirse del «hombre nuevo», y para que éste viva, el «hombre viejo» tiene que morir en nosotros.

Aunque en el bautismo nos sea concedida la simiente de la nueva vida, esta necesita ser actualizada y concretada en las actitudes y acciones del día a día.

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La mortificación sigue existiendo como disciplina

La mortificación sigue existiendo y disfrutando de amplio espacio en la vida de las personas. Evidentemente, no se usa este término, sino el de vida disciplinada, que constituye el núcleo de la práctica de la mortificación. Una vida regulada por dietas, ejercicios físicos e incluso ayunos, es un tema relevante para la cultura contemporánea.

Tener disciplina en la vida es un dato fundamental de la existencia humana. Para lograr objetivos, independientemente de cuál sea su motivación, es indispensable el esfuerzo personal.

La mortificación, en sentido amplio, es eso: lucha a muerte contra todo aquello que impide la obtención de un ideal, que obstaculiza la consecución de una meta.

Por esta razón, la mortificación– entendida como valor positivo de la disciplina personal para educar la voluntad– es parte integrante de la educación humana.

Si en el pasado, con la intención de privilegiar el alma, el cuerpo fue víctima de prácticas exageradas de mortificación, hoy es el alma la gran olvidada.

Alma y cuerpo deben valorarse por igual

Pero el alma y el cuerpo son las dos dimensiones constitutivas de la persona humana y, como tal, deben ser igualmente valoradas.

En la vida diaria concreta, matar al «hombre viejo» implica renunciar a todo lo que contradice al Evangelio. Significa luchar para vivir según los mismos valores que guiaban la vida de Jesús, en la relación con uno mismo, con la comunidad, con la naturaleza y con Dios.

La mortificación no es más que una existencia en continua conversión. Es la disciplina necesaria para no desperdiciar la gracia bautismal. En este sentido, no es algo pasajero, fruto de una época, sino un imperativo de la vida cristiana en todos los tiempos.

Además, la mortificación capacita al cristiano para discernir, a través de un espíritu crítico y de una vida sobria, las diversas y sutiles formas de tentación que, si no se identifican y neutralizan, acaban conduciendo a alguna forma de esclavitud.

La información fue consultada en la tesis doctoral: «La Fuerza Salvífica de la Mortificación – Propuesta de una nueva reflexión teológico-pastoral acerca de la mortificación cristiana», del Pbro. José Roberto Palau.https://www.maxwell.vrac.puc-rio.br/10064/10064_1.PDF

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