Por Jaime Septién, director de El Observador (México)Hay muchas versiones sobre la famosa pregunta de Stalin, “¿Cuántas divisiones tiene el Papa?” La realidad es que Stalin se la hizo a Pierre Laval, ministro francés de Asuntos Exteriores, poco después de que Alemania restableciera sus fuerzas aéreas e implantase el servicio militar obligatorio, en mayo de 1935. Desde entonces hasta hoy, la pregunta estaliniana ha servido para burlarse del Papa, defendido tan sólo por unos caballeros vestidos de arlequines, con uniformes diseñados por Miguel Ángel, y armados de estacas.
El empeño de muchos críticos (digno de mejores causas) consiste en mostrar a la Iglesia católica como una organización política más o menos ridícula, decadente, gobernada por un presidente mundial (el Papa), apoyado en vicepresidentes de diversas nacionalidades (los cardenales) y en gobernadores locales (los obispos). Los sacerdotes serían los burócratas de nivel inferior. Y las monjitas, sus secretarias…
Por paradójico que sea –y lo es de verdad– esos mismos críticos dotan a la Iglesia católica de un poderío inmenso. Político, por supuesto. Basado en el engaño y la amenaza del infierno a mil 200 millones de seres humanos que pasamos por ser subnormales profundos, creyentes en ilusiones como la Inmaculada Concepción o la Resurrección de Jesucristo y su permanencia entre nosotros a través de la Sagrada Forma. Todo para ganar dinero, mantener los negocios vaticanos en secreto, sacarles herencias a viudas ricas y vejar menores de edad.
La renuncia al solio papal de Benedicto XVI hace exactamente una semana, ha reavivado el fuego graneado en contra de la Iglesia. Mi amigo Jorge Traslosheros ha llamado a este batallón como el de los “zombis vaticanólogos”. Son legión. Salen de todos lados. “Saben” a la perfección los motivos que movieron al Santo Padre a retirarse a una vida de oración. Motivos que resumen en dos: a) porque lo tronaron los lobos y, b) porque ya se hundió la barca de Pedro y el timonel salió huyendo antes de ahogarse… Detrás de todas estas lucubraciones persiste la idea de que la Iglesia católica es un grupo de políticos con sotana, aliados a las más oscuras fuerzas antiprogresistas.
La opinión de cada quién es suya. Pero no por eso es valiosa. Sería valiosa si fuera informada. Ayudaría a entender la profundidad de un gesto como el de la renuncia de Benedicto XVI. Lo propio de un zombi es repetir “lo que se dice”. Y repetir una mentira un millón de veces jamás ha generado una verdad. Por ejemplo, la mentira de que la esencia de la Iglesia es política y que el Papa huyó despavorido por “ya no tener en sus manos el mando”. A un acto de suprema libertad –inusitado en nuestro entorno social y político—se le revuelca en el lodo de la sospecha.
El Papa no le presentó la renuncia a un Congreso. Nadie se la tuvo que aceptar. Es a Jesús a quien le devuelve el cetro. Al dueño y señor de la Iglesia. Él sabrá a quién nombrar como su Vicario en la tierra. Y todo esto, con perdón, solamente se puede captar desde la fe. Y si no se tiene fe, desde el respeto, el conocimiento de la historia y la comprensión de una institución cuyo origen es sobrenatural.
Stalin no entendió que las “divisiones del Papa” no están compuestas de cañones, sino de mujeres y hombres que amamos la paz y tenemos por mandamiento supremo las obras del amor. Los repetidores no entienden hoy que el Papa no se va: que se queda, como Santa Teresita, en el corazón de la Iglesia.
Las divisiones del Papa
© Andreas SOLARO / AFP
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