1. Desde el inicio de la Iglesia ha habido hombres y mujeres que se han sentido llamados a seguir a Jesucristo más de cerca, imitando su modo de vida. Muchos han sido los que han llevado una vida solitaria, volviéndose eremitas. Otros fundaron o ingresaron en familias religiosas, abrazando la vida comunitaria.
La característica común de esas personas es la decisión de consagrar sus vidas a Dios. Los consagrados son personas que eligen dedicarse a Jesucristo con todo el corazón. Para ello profesan los consejos evangélicos – considerados rasgos característicos de Jesús –: castidad, pobreza y obediencia.
Esta profesión se hace dentro de uno de los muchos institutos de vida consagrada aprobados por la Iglesia en los que las personas asumen una forma estable de vida.
“Fui al Carmelo recitando el Salmo 121 (‘que alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor’)”, cuenta la hermana Maria Luiza de Medeiros, de la Orden de las Carmelitas Descalzas. En 2012, a los 81 años, lleva ya 56 de vida religiosa, en el Carmelo de Tremembé (a 160km de São Paulo).
Hija de padres católicos y con cinco hermanos – cuatro chicas y un chico–, la hermana Maria Luiza sintió la llamada a la vida religiosa después de leer el libro Historia de un alma, de santa Teresita del Niño Jesús (1873-1897).
El libro supuso una transformación en su vida, así como los textos de santa Teresa de Ávila (1515-1582), reformadora de la Orden de los Carmelitas, por medio de los cuales ella percibió el Carmelo (convento) como su vocación especial.
Según explica la hermana Maria Luiza, el objetivo principal de su vida, así como de sus hermanas de comunidad, es la unión con Dios, un vínculo que se obtiene y fortalece principalmente a través de la oración.
El día de una carmelita de por sí ya es una oración. La jornada comienza a las 4,30 h de la mañana. A las 5h, ella ya está en la capilla, para rezar los Laudes (alabanza matutina) con las otras hermanas. Desde las 5,30 h hasta las 6,30 h, hace oración mental. A las 7 h tiene la misa.
A lo largo del día, también tiene períodos de oración – privada y en comunidad – por la mañana, por la tarde y por la noche. Tiene también espacio para la formación, la recreación y el trabajo. La vocación de una carmelita es “vivir en obsequio de Jesucristo, meditando día y noche la ley del Señor y velando en oración”, como dice la Regla de la Orden.
Referencias:
Exhortación Apostólica Post-Sinodal “Vita Consecrata”
Sitio oficial de los Carmelitas Descalzos
2. Los consagrados profesan los llamados “consejos evangélicos”: castidad, pobreza y obediencia. Con ello, asumen los rasgos característicos de Jesús. Es una forma de unificar el ser para dedicarse totalmente al Dios sumamente amado.
Al entrar en el Carmelo, en 1956, la hermana Maria Luiza fue novicia (primer paso de la vida religiosa). Después de un periodo de maduración y de formación (hoy son cinco años), profesó los votos perpetuos de castidad, pobreza y obediencia.
Según explica la religiosa, en la castidad está el amor indiviso, la pureza de cuerpo y de alma. En la pobreza está la expresión de que su única riqueza es Dios. Y en la obediencia, el gran desapego de uno mismo.
La castidad “significa la integración correcta de la sexualidad en la persona y, con ello, la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual” (Catecismo de la Iglesia Católica, CIC, 2337).
Todo bautizado está llamado a la castidad, que se distingue en las personas según sus diferentes estados de vida. “Existen tres formas de la virtud de la castidad: la primera, la de los esposos; la segunda, la de la viudez; la tercera, la virginidad” (CIC, 2349).
La castidad, en los célibes –personas que no se casan–, expresa justamente la entrega a Dios un corazón indiviso. Es una virtud que, manteniéndose la persona soltera, no extingue su capacidad de amar. Muy al contrario, dilata el amor, porque permite la donación total a Dios y a los hermanos.
Se trata de un testimonio de que “en Cristo es posible amar a Dios con todo el corazón, poniéndole por encima de cualquier otro amor, y amar así, con la libertad de Dios, a toda criatura” (Vita Consecrata, VC, 88).
Por medio del segundo voto, el de pobreza, el consagrado manifiesta que Dios es la única riqueza del hombre. Aquí sigue las reglas de su instituto, en cuanto a la limitación en el uso y disposición de los bienes. Este voto manifiesta una vida vivida en sobriedad y ajena a la riqueza de la tierra.
Por fin, la obediencia expresa la gracia libertadora de una dependencia filial y no servil, rica de sentido de la responsabilidad y animada por la confianza recíproca, entre el religioso y sus superiores legítimos (cf. VC, 21).
“Con tal identificación «conformadora» con el misterio de Cristo, la vida consagrada realiza por un título especial aquella confessio Trinitatis que caracteriza toda la vida cristiana, reconociendo con admiración la sublime belleza de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y testimoniando con alegría su amorosa condescendencia hacia cada ser humano” (VC, 16).
3. La vida consagrada expresa la búsqueda recíproca entre Dios y el hombre, el amor que los atrae. Es la autoridad de la Iglesia la que regula su práctica. Las diversas formas de vida, sea solitaria o común, surgidas a lo largo de la historia, son como las múltiples ramas del frondoso árbol de este estilo de vida.
Son muchas las opciones para una persona que quiere abrazar la vida consagrada. Tiene los Institutos de Vida consagrada (Órdenes y Congregaciones religiosas, masculinas y femeninas, Institutos Seculares), las Sociedades de Vida Apostólica, la vida eremítica, las vírgenes consagradas y sus asociaciones, además de nuevas formas de vida consagrada.
En el caso específico de la vida religiosa, en la que se mantiene la castidad en el celibato, se distingue de las otras modalidades de vida consagrada “por el aspecto cultual, por la profesión pública de los consejos evangélicos, por la vida fraterna llevada en común, por el testimonio de unión con Cristo y con la Iglesia” (CIC, 925).
La vida religiosa nació en Oriente, en los primeros siglos del cristianismo. Hoy se vive en institutos canónicamente erigidos por la Iglesia.
Aquí, por ejemplo, están las diversas congregaciones religiosas masculinas y femeninas, como los jesuitas, los franciscanos, los dominicos, los carmelitas o los benedictinos.
La hermana Maria Luiza vive su consagración en la familia de los Carmelitas Descalzos. Por ello, vive en un convento que recibe el nombre de Carmelo. “Es un palacio, pero no es mío. Es un palacio de Dios”, afirma.
El corazón de una carmelita “se dilata al mundo entero”. “Es una luz que irradia”, dice la religiosa. “Ama a todos y a cada persona, sin distinción, deseando el bien de cada hermano. Una carmelita se vuelve una hermana universal. Nuestra vida de oración es siempre por amor a Dios, deseando la gloria de Dios, y deseando el bien de los hermanos”.
La hermana Maria Luiza entró en el Carmelo recitando el Salmo que cantaba la alegría de ir a la casa del Señor. Después de 56 años de consagración, con entusiasmo y una sonrisa en los labios, reafirma: “es una alegría que hasta hoy ha estado en mi corazón”.