Se oye a menudo que en el pobre o el extranjero que te encuentras está Cristo, ¿qué significa esto?
1. A Dios le gusta esconderse y revelarse en el pobre, en el drogadicto, en el joven de la calle
El padre Benzi, sacerdote de Forlí que trabajaba, con un carisma especial, en el mundo de la pobreza y de la marginación, aconsejaba a todo el mundo su receta de vida: “Si quieres estar de pie, debes arrodillarte”.
Para él, encontrarse con Dios era encontrarse con el otro, el pobre, el drogadicto, el joven de la calle…
Y era un ejercicio paciente y misericordioso de apertura a los demás. Amar gratuitamente era para él la cualidad más bella de Dios.
Esto, como para muchos cristianos, nos pone en sintonía, incluso en sinergia con el mismo Dios.
Lo encuentras encontrando al otro y a su humanidad pobre. Es allí, de hecho, donde a Dios le gusta esconderse; es allí, paradójicamente donde prefiere revelar su presencia.
2. También en la oración, que es re-lectura en nuestra vida de muchos encuentros vividos con Él
El encuentro sucede también a través de nuestra oración. En esta nos encontramos con el Señor. Él pasa por nuestra vida todos los días, llama a nuestra puerta, pero… desgraciadamente muchas veces ¡no estamos en casa!
En la oración lo podemos contemplar, así como aparece en la Biblia… de espaldas. Su rostro será posible admirarlo sólo en el más allá y será la alegría más grande de todo ser humano.
Por esto, el padre Benzi repetía convencido: “En el momento en el que cierre los ojos en este mundo, la gente dirá: “ha muerto”. Esto en realidad, no es verdad… Apenas cierre los ojos, me abriré a la infinidad de Dios”.
3. La naturaleza puede “inspirar” una presencia y un contacto con Dios o nuestra propia naturaleza
En la calma, en el silencio o en la tranquilidad existen los “lugares del alma”, donde es posible reencontrarse con uno mismo; y en lo más profundo de nosotros, como recuerda san Agustín, podemos percibir la respiración de Dios, su voz.
Inmersos en la naturaleza entre el olor de las hojas mojadas, el piar de los pájaros, lejos del tráfico de la ciudad, del sonido de los teléfonos móviles,… hay lugares donde es posible meditar, escuchar y contemplar.
Salir de nosotros mismos. Encontrar al Otro, a través del cual, todas las cosas, todos los seres, existen y subsisten. Es Él quien hace vivir.
Además, nuestra pobreza, nuestra búsqueda interior puede hacerse encuentro con Dios. Desde nuestra pobreza, así, se llega a una cierta presencia de Dios; un largo camino de búsqueda. El prójimo, en el fondo, somos nosotros.
4. El extranjero, el huésped, es considerado un mensajero de Dios por distintas religiones
También el extranjero, otro ser humano diferente a mí, se convierte misteriosamente en una invitación al encuentro con Dios. El otro que es minoría y pertenece a otro mundo de valores es siempre un signo misterioso suyo.
Su alteridad se hace eco de la alteridad de Dios mismo, Aquel que no está en el centro, sino en la frontera del mundo del hombre. “Es como el océano que se retira dejando emerger la tierra”, sugería Hölderlin.
La frontera, de hecho, es el lugar teológico, que relativiza las construcciones del ser humano, lo absoluto de sus conquistas, la centralidad de su mundo, como también su secreto sentido de omnipotencia.
Es el lugar por excelencia del encuentro y de la confrontación, de la autonomía y de la simbiosis de la identidad y de la alteridad que se dan cita; donde llegar a descubrir en el otro un don, quizás un hermano, aunque con un perfil diverso, una fisonomía diferente.
Contemplar todo esto es entrever el mismo y a la vez siempre nuevo rostro de Dios. Aquel que te libera de ti mismo. El Dios del encuentro. Aquel que te espera en todas las fronteras.