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¿La teoría del “Big Bang” contradice a la Biblia?

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Aleteia Team - publicado el 01/01/13

El relato bíblico no es una descripción científica o una crónica de hechos ligados a la creación divina. La teoría de un universo en expansión fue formulada por un sacerdote católico demostrando que la ciencia y la fe son complementarias, aunque autónomas

1. La teoría de un universo creado y en expansión fue elaborada entre 1927 y 1931 por Georges Lemaître (1894-1966), sacerdote y astrofísico belga.

¿Quién, en el siglo XXI, recuerda todavía que Georges Lemaître, sacerdote y astrofísico belga, fue el inventor de la famosa teoría del Big Bang?

Ahora ya es desconocido y olvidado, a excepción de en Bélgica.

Y sin embargo, fue él el que elaboró un modelo relativista del universo en expansión (1927), formulando la primera teoría cosmológica según la cual el universo primitivo y denso, entró en expansión inmediatamente después de una explosión.

En 1922 redacta una memoria que se presenta como una síntesis personal de la relatividad estrecha y general, titulada La física de Einstein.

Estudiando, de hecho, las ecuaciones del padre de la teoría de la relatividad, observó que el Universo que surgía no podía ser estático, sino dinámico, de lo contrario toda la masa habría acabado por colapsar sobre sí misma.

En 1927, durante el periodo de su cátedra en Lovaina, publica su artículo más importante, que impresionó mucho a Albert Einstein, aunque en los primeros años, rechazará la teoría del Padre Lemaître.

El sacerdote llegó a sostener que en el origen, el universo debía estar concentrado en un “átomo primordial” extremadamente caliente y terriblemente condensado, que en seguida explotó y comenzó a expandirse creando galaxias y después estrellas.

La teoría de Lemaître fue en seguida llamada, irónicamente, teoría del Big Bang en 1950 por el astrónomo británico Fred Hoyle, el cual estaba a favor del modelo estacionario, según el cual el Universo es siempre idéntico a sí mismo.

A día de hoy, la comunidad científica es concorde en considerar que el Big Bang sucedió hace alrededor de 13.700 millones de años.

Albert Einstein quedó tan fascinado por esta exposición que se atrevió incluso a decir:

“Quien no sea capaz, ante la inmensidad y el esplendor del universo, de experimentar en lo más profundo de su alma un sentimiento de admiración hacia el Ser Superior, autor de todo esto, no es digno de ser llamado Ser Humano.”

Desde el momento en el que el padre Lemaître hizo públicas sus teorías, en 1927, algunos astrofísicos guiados por Fred Hoyle, comenzaron a criticar esta teoría y a acusar al sacerdote católico de “concordismo”, es decir, de pretender mezclar la aproximación científica con el fin de sostener las enseñanzas de la Biblia.

2. En 1965, el descubrimiento de la radiación fósil confirmó la gigantesca explosión inicial del Big Bang. Desde aquel momento y tras un largo debate que duró hasta 1980, la mayor parte de los científicos comenzó a adoptar la teoría de Lemaître.

En su teoría, el padre Georges Lemaître había imaginado que la gigantesca explosión inicial del Big Bang debía haber dejado tras de sí un residuo de energía, como una especie una radiación fósil.

El mundo científico prestó poca atención a esta idea, volviendo en cambio a concentrarse en la controversia en curso.

Más tarde, sin embargo, un americano de origen ruso, George Gamow, desarrolla la teoría del padre Lemaître y calcula la que debería ser la radiación fósil correspondiente.

Su cálculo se basa en la radiación térmica emitida por un cuerpo negro, en la temperatura de 5 Kelvin (en la gama de las microondas).

Con gran sorpresa general, en 1965, Arno Penzias y Robert Wilson, investigadores de la Bell Telephone Company y encargados de manejar los primeros radiotelescopios descubren por pura casualidad la radiación fósil.

Esta radiación fósil tiene la temperatura de 2,7 Kelvin, y proviene de todas partes del universo.

Fue Odon Godart quien comunicó al padre Lemaître, unos días antes de su muerte, la noticia del descubrimiento de la radiación fósil, que él había elegantemente rebautizado como “el fulgor desaparecido desde cuando fueron creados los mundos”.

Lemaître había sido llevado al hospital dos semanas antes, enfermo de leucemia. El autor de la teoría del Big Bang dijo sencillamente: “Ahora estoy contento, ¡al menos tenemos la prueba de ello!”.  Esta prueba les valió un Premio Nobel a Robert Wilson y Arno Penzias.

Además, en 1929 el astrofísico estadounidense Edwin Powell Hubble había descubierto que el cosmos no es estático y eternamente igual, sino que, al contrario, las galaxias se alejan unas de otras a velocidad creciente.

Pero la oposición a la teoría del Big Bang continuó entre 1950 y 1980, sobre todo porque había sido descubierta y sostenida por un sacerdote.

La tormenta se aplacó sólo a partir de 1980, y a día de hoy, la mayor parte de los científicos reconoce esta teoría como válida.

3. La Biblia no es un tratado científico, pero a pesar de ello la explicación que ésta proporciona sobre el origen del universo no está en contradicción con los más recientes descubrimientos científicos.

En 1958, hablando de la teoría del Big Bang, el padre Lemaître explicó que el papel de la ciencia y el de la Biblia en la explicación del origen del universo son diferentes:

“Personalmente considero que la hipótesis queda totalmente fuera de toda cuestión metafísica o religiosa. Ésta permite al materialista también negar a cualquier ser trascendente. Para el creyente, ésta […] está de acuerdo también con los versículos de Isaías, cuando hablan del ‘Dios escondido’, escondido también al principio de la creación”.

Hay que decir que la teoría del Big Bang fue acogida en seguida con gran entusiasmo dentro de la Iglesia, tanto que en el discurso pronunciado el 22 de noviembre de 1951 ante la Pontificia Academia de las Ciencias, el papa Pío XII declaró:

“Parece verdaderamente que la ciencia actual, remontándose de golpe a millones de siglos, haya conseguido hacerse testigo de ese primordial Fiat lux por el que de la nada surgió con la materia un mar de luz y de radiaciones, mientras las partículas de los elementos químicos se escindieron y se reunieron millones de galaxias”.

Es verdad también, sin embargo, que Lemaître buscó distinguir desde el principio el método científico del teológico y a evitar que el concepto científico ligado al inicio físico y natural del universo se confundiera con el concepto teológico de “creación”.

Por otro lado, ya la reconstrucción del pasado biológico de la tierra según Charles R. Darwin (1809-1882) y los estudios del alemán Hermann Gunkel (1862-1932), a caballo entre los siglos XIX y XX convencieron a muchos teólogos de que la verdad del relato bíblico no debía siembre buscarse en la simple transposición de los hechos narrados sobre el plano de la realidad histórica.

Decisivo, para la comprensión de los textos bíblicos, fue además la aplicación de un principio enunciado entre otros por Baruch Spinoza (1632-1677) en el incompleto Tratado teológico-político, en base al cual todo examen sobre las Sagradas Escrituras debía realizarse en relación con los contextos históricos en los que éstas habían surgido.

En particular, la identificación de diversos géneros dentro de la Biblia constituyó un paso adelante muy importante, que contribuyó a mejorar el diálogo con el mundo laico de los científicos.

De la creación divina se habla en los dos primeros capítulos del Génesis que, para los judíos, es el primer libro de la Torah, la colección de esos libros de la Ley de Moisés que los cristianos llaman en cambio Pentateuco.

Aunque, por ejemplo, los profetas Jeremías y Amós lo citan y por ejemplo en Jr 10,6-16 se lee que YHWH es el Rey (v. 6) que controla todos los procesos en el orden del mundo y que “ha formado todo” (v. 16); mientras que en Am 4,13 se refiere a Dios como a “aquel que hace los montes y crea los vientos” y que “hace el alba y las tinieblas”.

La conclusión de los expertos sobre la composición del primer capítulo del Génesis es que se trata de un texto elaborado en el periodo en el que Israel vivió la trágica experiencia del exilio en Babilonia (587 a. C.) por obra del llamado autor (o grupo) sacerdotal, con toda probabilidad perteneciente al círculo de los sacerdotes judíos deportados a Babilonia por Nabucodonosor.

Por tanto, no sólo la sistematización de las partes, sino el proprio desarrollo de los conceptos teológicos –y entre estos, la idea de creación– son fruto de elaboraciones o reordenaciones sucesivas.

Sobre esta cuestión había intervenido, con la Providentissimus Deus, León XIII en 1893, recordando que los católicos no están obligados a creer que la actividad creadora de Dios haya tenido lugar en el arco temporal de seis días de 24 horas cada uno, dado que los autores divinamente inspirados de las Sagradas Escrituras, cuando tratan o sencillamente se aproximan a argumentos propios de la ciencia experimental, no siempre usan escrupulosamente la propiedad del lenguaje científico.

De hecho, observaba León XIII en su carta encíclica:

“Se ha de considerar en primer lugar que los escritores sagrados, o mejor el Espíritu Santo, que hablaba por ellos, no quisieron enseñar a los hombres estas cosas (la íntima naturaleza o constitución de las cosas que se ven), puesto que en nada les habían de servir para su salvación, y así, más que intentar en sentido propio la exploración de la naturaleza, describen y tratan a veces las mismas cosas, o en sentido figurado o según la manera de hablar en aquellos tiempos, que aún hoy está vigente para muchas cosas en la vida cotidiana hasta entre los hombres más cultos”.

En 1909, el magisterio de la Iglesia volvió autorizadamente sobre el tema en cuestión con el documento Respuesta de la Pontificia Comisión Bíblica sobre el carácter histórico de los primeros tras capítulos del Génesis, querido por el papa san Pío X, en el que se afirma explícitamente que los seis días del Génesis pueden ser interpretados como un lapso cualquiera de tiempo.

En 1965, en el párrafo 11 de la constitución dogmática sobre la Revelación Divina Dei Verbum, el Concilio Vaticano II aclaró una vez más que todo lo que los autores inspirados afirman debe considerarse afirmado por el Espíritu Santo, en consecuencia “los libros de la Escritura enseñan con certeza, fielmente y sin error la verdad que Dios, para nuestra salvación, quiso que fuese consignada en las Sagradas Letras”.

Por tanto, verdades reveladas para nuestra salvación y que son tales bajo este perfil, y no necesariamente siempre bajo el perfil literal.

El proprio libro del Génesis excluye una interpretación hiperliteral del relato bíblico, cuando en el capítulo 2 propone un segundo resumen relativo a los primeros tiempos de la creación que de alguna forma invierte el orden de las cosas creadas: esta vez el hombre aparece como primera obra de la creación, después del cielo y la tierra, y sin duda antes de todo tipo de vegetación.

A propósito de esto, san Agustín (De Doctrina Christiana, III, 18, 26) explicaba que los dos relatos de la creación, como cualquier otro versículo de la Sagrada Escritura, son ambos verdaderos y que la enseñanza contenida en ellos, más allá de la incongruencia del sentido literal, no puede consistir en querer desvelarnos el ritmo espacio-temporal preciso del aliento creador de Dios.

También, y sobre todo en la cuestión del origen de la vida, por tanto, la ciencia y la fe no están de hecho en conflicto, sino que pueden fecundarse mutuamente, a través de la mediación de la filosofía, permaneciendo sin embargo sus respectivas autonomías y los diversos ámbitos de investigación, como explicaba Juan Pablo II en una carta enviada en 1987 al entonces director de la Specola vaticana, padre George V. Coyne, S. J.

En ella, el Papa augura que los teólogos profundicen cada vez más en el diálogo con la ciencia contemporánea y las teorías comúnmente aceptadas:

“Tal conocimiento les defendería de la tentación de hacer, con fines apologéticos, un uso poco crítico y apresurado de las nuevas teorías cosmológicas como la del ‘Big Bang’”.

Por tanto, la concepción de un universo en constante expansión refleja la imagen de un Dios que se hace cercano al hombre y camina a su lado durante la historia, porque como escribió Benedicto XVI en una Carta a los Seminaristas del 18 de octubre de 2010:

“Para nosotros, Dios no es una hipótesis lejana, no es un desconocido que se ha retirado después del “big bang”. Dios se ha manifestado en Jesucristo”.  

En conclusión, el modelo cosmológico según el cual la creación del Universo habría tenido origen con el “Big Bang” no contradice la visión de la fe y las enseñanzas de la Iglesia.

De ello es prueba ulterior el hecho de que fuese precisamente un sacerdote católico, el padre Georges Lemaître, el primero en proponer esta teoría de la expansión universal desde un estado primordial caliente y denso.

La teoría del Big Bang es con todo una teoría física y no una doctrina.

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