¿Hace cuánto no disfrutas un amanecer?
Sales a caminar. Te refresca la brisa fría de la madrugada. Es un momento especial, porque no es de día y tampoco de noche. La luna aún cuelga del cielo.
Aprovechas para hablar con Dios. Y ocurren los milagros de la naturaleza.
Hoy me levanté temprano y me decidí a ver el amanecer. Hace tanto que no lo disfruto. Estaba oscuro y tenía la calle sólo para mí.
He caminado con el rosario en la mano, rezando.
Me recuerda los días que pasamos de vacaciones, hace un año, en un hotel de montaña. Solía tener una rutina para aprovechar cada momento. A las 5:20 a.m. salía a caminar por las veredas para rezar el rosario. Disfrutaba la naturaleza en todo su esplendor. Hice amistad con un pájaro carpintero que construía su nido en un tronco seco. Cada vez que pasaba cerca empezaba a picotear el tronco, y yo le saludaba:
“Buen día hermano carpintero”.
El pájaro seguía taladrando y yo continuaba mi recorrido.
Terminaba de caminar a las 6:30 a.m. y me marchaba a la misa de 7:00 a.m. en la iglesia del pueblo.
Nada como empezar el día con una oración en los labios, llenándonos de Dios.
Al salir de misa pasaba por la panadería a comprar pan y pasteles recién horneados y regresaba al hotel donde me esperaba un buen desayuno, en compañía de mi esposa Vida y mi hijo pequeño Luis Felipe. Luego nos íbamos de paseo el día completo y regresábamos al atardecer.
Por momentos me he sentido como si estuviera en aquél esplendido lugar, saboreando esos deliciosos pasteles, y las rebanadas de fruta fresca.
Los ruidos del amanecer cuando despierta la naturaleza son hermosos. Nada se les compara.
A lo lejos un gallo canta.
Cierra los ojos. Escucha.
La naturaleza canta. Y Dios te dice: “Aquí estoy”.
Un agradable aroma me llega con el viento. Es del pan que termina de hornearse en una panadería cercana. Qué delicia. Te abre el apetito y te mejora el ánimo.
Los pequeños detalles son los que le dan sabor a la vida.
Salió el sol. Es hora de regresar a casa.
Me espera un delicioso café, fuerte y aromático Mi esposa, lo prepara como nadie, con un colador a la antigua, para que conserve los sabores y el aroma tan particular.
Nos sentamos y conversamos de los hijos y la vida.
El día inicia.
Qué bueno es Dios.