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Vive sin recetas. El paraíso se esconde ya en tu vida

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Santi Casanova - publicado el 29/03/17

Reconozco que me sienta mal cuando veo lo mucho que nos gusta a las personas el que nos digan cómo hacer las cosas. Nos encanta recibir recetas de otros de cómo vivir, de cómo educar, de cómo vivir en pareja, de cómo ser mejor cristiano o de cómo reaccionar ante cualquier situación que se nos pueda ocurrir. ¡Nos encantan las recetas! Las leemos y las compartimos para que todos la lean y nos sentimos identificados con ellas.

¿Por qué no nos paramos a mirar nuestra vida con algo de profundidad en lugar de buscar tanta recetita? ¿Por qué no miramos de frente lo que somos y lo que hacemos y nos dejamos de tanta pamplina? La luz de nada sirve sino es para iluminar la oscuridad propia, para transparentar los propios rincones, para desvelar el camino recorrido.

Mi hijo me ha despertado esta mañana. Vino a la cama, como cada día, al irse al cole. Siempre me da un beso antes de irse. No hay mejor despertador. ¿Tiene eso precio? ¿Sale en alguna receta?

He desayunado con los otros dos hijos. Con ellos el desayuno suele ser el primer momento de risas del día. Son un ejemplo de afrontar el día con ilusión y esperanza. Entre cereales, tostadas y leche… nos sentimos queridos unos y otros. Me gusta prepararles lo que van a tomar y sentarme su lado. ¡Y pegarles un grito final advirtiéndoles que se nos hace tarde! Y bajar andando al cole y sentir el aire y el frío o la suave temperatura…

Luego me he metido en el colegio y ¡me han saludado tantos niños! ¡Y me han abrazado! ¡Y gritaban mi nombre! Y luego acompañé a tres cursos de 7 y 8 años en su oración semanal. Hicimos un mini via crucis y les expliqué con emoción qué era la cruz y por qué es la mayor prueba de amor de la historia.

Cerca del mediodía, me fui a tomar unos pinchos y me encontré con la permanente sonrisa de Lidia, la dueña del bar. Siempre alegre, siempre acogedora. Disfruté de su compañía y del pincho de tortilla. Ya conoce mis gustos y parte de mi vida y me siento acompañado por ella cada vez que voy.

¡Y una pequeña siesta antes de afrontar el trabajo de la tarde! Fui a la comunidad y me recosté en un sofá y descansé. Estaba muy cansado. Cansado de darme. Cansado de no llegar. Cansado de no dormir lo suficiente. Merecido descanso…

Y la tarde… ¡de ensayo teatral! Un grupo magnífico de padres y madres, entregado por sus hijos y por el colegio, con el que estrenamos “Charlie y la Fábrica de Chocolate”. Un equipo. Una familia. Una comunidad. Un lugar para querer, para aprender, para ser. Cada uno de ellos es un regalo del cielo.

Y vuelta a casa. Agotado. Deseoso de ver a mi hijos y a mi mujer, que mañana marcha diez días de viaje. Su abrazo, buscando paz. Nervios, tensión y un ratito de peli para calmar los ánimos. Me encanta disfrutar del cine todos juntos. Terminar la película emocionado y con lágrimas en los ojos. Queriendo volver a ser niño.

Y acostarlos y recibir cada uno de sus besos como si vinieran del mismo Dios. Y pensar que el cielo ya había llegado… sin necesidad de ninguna receta.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

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