La Cuaresma está llegando a su fin.
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Escuchar un adagio cuando el día ya se ha escondido y cuando el sueño comienza a vencer la batalla por la supervivencia nocturna, es conectar directamente con los rincones más temblorosos de uno mismo. A mí me cuesta conectar con esos rincones. Normalmente, durante el día, soy una persona llena de energía, de optimismo, de fuerza, de vitalidad, que se mueve a golpe de sonrisa, a golpe de horizonte, a golpe de fortaleza. Pero soy consciente de que yo no soy sólo eso y de que la debilidad, la fragilidad, el miedo, el enfado y la tristeza viven también en mi paisaje interior.
Necesito quedarme solo, por la noche, para conectar con estas emociones que me son tan desagradables. No me gustan. Las evito, sin duda. Y trabajo personal me ha costado, durante años, conectar con esta parte que yo escondo por defecto, a mí y a los demás. La música me resulta un camino idóneo para hacer marcha hacia estos lugares más inhóspitos y descuidados de mi ser. Y entonces se produce el milagro.
Sí, hay cosas que me enfadan y que provocan en mi cuerpo y en mi mente tal desconcierto que reprimirlo es todavía peor. Sí, hay cosas que me entristecen y heridas que me duelen. Sí, tengo a veces sensación de frío, de desamparo, de soledad; de estar luchando solo por muchas cosas, de estar en perspectivas que nadie comparte, de defender planteamientos que nadie entiende. Sí, hay momentos en los que se me borra la sonrisa y en los que me cuesta recuperarla. Sí, hay instantes en los que me pregunto qué debo hacer, qué debo decir, cómo debo responder, qué tono debo emplear, qué actitud debo tomar… y no doy con las respuestas.
Mientras el adagio avanza, avanza también la tentación de dejar que el frío lo inunde todo, de abandonarme a una oscuridad que no existe, de pensar simplemente que nada va a cambiar y que sólo queda bajar la cabeza y tragar. Es una tentación poderosa y seductora la de la melancolía, la de la tristeza autojustificada, la del lamento desagradecido. Es la tentación de pensar que uno ya no tiene fuerzas para determinadas luchas, que uno, efectivamente, es raro, peculiar, distinto, incomprensible… El diablo echa las redes y hay que estar atento para que el adagio no acabe convirtiéndose en la banda sonora del día a día.
Me acostaré sabiendo que mañana todo vuelve a comenzar y que el sol volverá a salir. Sé que la esperanza renacida de la mañana pintará de otro color, una vez más, la realidad que me circunda. Estoy convencido de que seguiré luchando y sonriendo y proponiendo y dándolo todo. Intentaré ser mejor mañana y dar sin esperar, amar sin esperar, orar sin esperar… sabiendo que, casi seguro, fracasaré una vez más. Tal vez ahí esté la llave de la lucha, de la pelea, de la fe, de la vida.
Aquí estoy, Señor. Sin más. Déjame hoy descansar en Ti.
Un abrazo fraterno – @scasanovam