“La palabra es fuente de malentendidos” dice el pequeño Principito de Exupery, durante uno de los momentos álgidos de la historia. Y esa frase, con la que yo siempre estuve en desacuerdo, suscita en mí hoy cierta simpatía.
Las redes sociales, la web interactiva, los nuevos medios de comunicación… nos han traído la posibilidad, magnífica, de que todos podamos ser protagonistas, reporteros, informadores, críticos, tertulianos, opinadores de la realidad, incluso creadores de actualidad. Compruebo cada día como hay miles de personas a las que sigo que opinan de todo y dan su palabra en cada uno de los asuntos que les interesan. A mí mismo me pasa a veces. Cada vez que sucede algo serio siento un come-come por dentro para lanzar mi tweet o actualizar mi estado de Facebook o comentar el de otro, dando a conocer mi posición sobre tal y cual asunto. Es más, ¡cuántas veces he pensado que se me había pasado un asunto de la actualidad sin haber dicho ni una sola palabra! ¡Y lo que eso podía significar o dar a entender!
Creo que la horizontalidad informativa y comunicativa han traído mucho de bueno a la humanidad y posibilita decir, hacer, proponer, colaborar… de maneras que hasta ahora eran imposibles. Nos iguala, nos acerca, nos complementa. Pero también creo que hemos crecido en soberbia. Mis propios sentimientos al no opinar a veces de determinados temas lo denotan. Y el ver a personas que cuestionan todo y a todos, lo hace patente de manera notoria. Se cuestiona al Papa, al Presidente del Gobierno, al periodista enviado al conflicto, al experto en comunicación, a la asociación de turno… No sé si nos damos cuenta pero conviene decirlo: la red nos iguala en oportunidades pero no en educación. La red nos iguala en oportunidades pero no en formación. La red nos iguala en oportunidades pero no en autoridad.
Nos hemos confundido mucho con esto de la libertad de expresión, con la libertad de crítica, con la libertad personal… No es cuestionar, ni mucho menos, estos derechos y principios básicos en una sociedad moderna y respetuosa con los derechos humanos. No se trata de eso. Pero sí creo que necesitamos discernir y pedirle al Señor sabiduría. El sabio siempre es humilde. Eso no quiere decir que no sepa de sus conocimientos, de su valía, pero precisamente por eso, por ese conocimiento de sí mismo y de la vida, conoce sus propias limitaciones, sus propias incoherencias, sus propias lagunas.
La palabra es fuente de malentendidos, sobre todo, cuando el malentendido anida en nuestro propio interior.
Un abrazo fraterno – @scasanovam