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El sexo sigue siendo un tema tabú para muchos, sobre todo para muchos creyentes aunque también para otros y otras que no lo son. Tabú en el sentido de que cuesta hablar de sexo en general, de la vivencia sexual particular. Es como un silencio que pretende dar a entender que todo va bien, que todo va normal, que tu vida sexual es “como la de todos”.
Creo que es saludable hablar de sexo como una faceta más de la vida de una persona. Cierto, es una faceta con grandes tintes de intimidad y que hay que proteger con cierta dosis de pudor. Pero no creo que sea bueno hacer pasar por pudor lo que, en realidad, es una cierta incapacidad para hablar de ello con otros. Nos cuesta.
Precisamente por la importancia que tiene la vivencia de la sexualidad en la vida de cualquiera, no podemos permitirnos el lujo de convertirla en un zulo escondido, inalcanzable, oscuro e inaccesible para cualquiera, empezando por nosotros mismos. La vivencia de la sexualidad, además de pudor e intimidad, requiere también cierta dosis de naturalidad, de alegría, de normalidad. El peso de hacer como que “no es tan importante” es tremendo y puede hacer mucho daño en uno mismo y en los de alrededor.
En mi casa siempre he procurado que fuera un asunto del que se hablara con naturalidad. La televisión y el resto de medios de comunicación, especialmente hipersexualizados hoy, necesitan que haya conversaciones en casa sobre el ser hombre, el ser mujer, sobre la parte afectiva de mi sexualidad, sobre el cuerpo, sobre la relación de pareja, sobre la necesidad de expresarnos, sobre la bondad de caricias, de besos, sobre cómo lo vivimos los padres… Y no sólo conversaciones: en el propio funcionar de cada día, se acaba transmitiendo la idea de “oscuridad” o la idea de “normalidad”. No llamar a las cosas por su nombre suele generar “leyendas” difíciles de desmontar luego…
Y también es importante que en la vida de pareja se hable de sexo y se viva la sexualidad con normalidad y alegría. Saber cómo estamos, lo que necesitamos, lo que sentimos, lo que va bien, lo que no funciona, la necesidad de ayuda… Hablar de expectativas, de deseos, de frustraciones, de preocupaciones… Comunicarnos afectivamente. Darnos cariño a lo largo de todo el día. No reducir la vivencia sexual al dormitorio sino dar amplitud a gestos, palabras, detalles… que nos permiten sabernos queridos, cuidados, deseados, valorados por el otro en mi ser hombre o en mi ser mujer. Y a la vez, estrechar lazos en el dormitorio, sentirnos confiados, querernos “desnudos” frente a otro que me quiere así. Cultivar una unión sexual que nos haga crecer individualmente, como pareja, como creyentes si es el caso…
He tenido muchas conversaciones de sexo con mi pareja y también con amigos y amigas muy cercanos. Siempre lo he necesitado y siempre lo he llevado a cabo. Porque de esto uno también necesita hablar y compartir. La alternativa es cargar con una piedra demasiado pesada para uno solo…
Un abrazo fraterno – @scasanovam