La Cuaresma está llegando a su fin.
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Comienzo la semana con una mudanza. Una mudanza te sitúa inevitablemente ante interrogantes y situaciones que, a poco que interiorices, percibes que son como la vida misma. Si además esta mudanza se produce por “no haber más remedio”… la vida está ahí mucho más presente si cabe.
- Una mudanza te obliga a cambiar de lugar de residencia. Lo conocido, lo seguro, lo que uno había construido, los recuerdos, parte de uno mismo y de su historia… se quedan atrás y uno se ve obligado a presentarse delante de un futuro desconocido donde todo está por hacer. En mi caso, no es difícil que la ilusión y la confianza y la novedad pesen más que la inseguridad y la pérdida. Y así es también en mi vida. Voy con pocas dudas y pocos miedos en la mochila y con mucho optimismo y ganas de descubrir lo bueno que nos deparará el cambio.
- Una mudanza te obliga a tirar aquello con lo que uno no está dispuesto a cargar y a proteger aquello que considera valioso conservar. Sí, en una especie de discernimiento exprés, la importancia de cada objeto, de cada libro, de cada prenda… debe ser contrastada. Si eso lo tenemos que hacer entre varios, la cosa se complica realmente y obliga al diálogo, a la escucha, a descubrir las diferentes maneras de ver y sentir aquello que nos rodea, regalos que nos han llegado, pasados, presentes y futuros.
- Una mudanza te obliga a darte cuenta de que el lugar cambia pero el hogar se lleva. Mi mujer y yo lo hablábamos el otro día: yendo todos juntos, a uno le da casi igual adónde. Porque hay cosas que no las aporta el lugar, ni lo grande de una casa, ni sus ventajas ni sus desventajas. Hay cosas que aportamos las personas que conformamos una familia y que se ponen en juego estemos donde estemos. Los abrazos de mis hijos, nuestras películas en familia, las conversaciones en la cama, los desayunos juntos, los deberes, las ayudas, las risas, las discusiones por el desorden… eso no se muda y eso es, precisamente, lo hace de la familia el lugar perfecto para crecer y compartir.
- Una mudanza, finalmente, y más la nuestra en este caso, que es “obligada”, pone delante de tus ojos la realidad de que necesitamos la seguridad pero no podemos ser esclavos de ella. Una mudanza nos dice que la Iglesia es misionera y que uno tiene que estar abierto a los cambios, a salir, a desplazarse, a ser llevado… Una mudanza nos cuenta que los planes sirven pero no deben comerse la frescura de lo imprevisto. Una mudanza nos recuerda que muchas veces es bueno no apostar por lo conocido, por lo seguro, por el mal menor… y hay que apostar, con confianza y con esperanza, por aquello que se escapa de nuestro control.
Nuestra relación con Dios también nos exige continuamente la conversión: salir del hombre viejo y mudarnos al hombre nuevo. Manos a la obra. Vale la pena.
Un abrazo fraterno – @scasanovam