Gimnasio, inglés, menos kilos en el cuerpo, terminar proyectos, estudios… Las personas nos apresuramos a llenar nuestras “agendas” vitales de objetivos, compromisos, propósitos… Yo creo que lo hacemos para demostrarnos, a nosotros mismos, que aspiramos a algo en un momento en el que parece que buena parte de la humanidad ha dejado de aspirar. Somos los “homo conformatus” los que poblamos Occidente y nada parece indicar que queramos dejar de serlo. Nos va tan bien… que hemos olvidado que se puede aspirar a algo mejor. Nos han dicho tantas veces la suerte que tenemos por tener un smartphone, internet, mil canales en la tele, dos coches, una universidad al lado de casa y billetes de avión baratos para disfrutar de unas merecidas vacaciones, que nos hemos olvidado de que nuestro corazón sigue lleno de aspiraciones.
¿Qué hay de malo en ponerse objetivos para este año nuevo que comienza? Ponerse objetivos no es malo pero me da la sensación de que son como la galletita que uno se toma a media mañana para matar el hambre: da gustito pero ni alimenta ni quita el hambre. ¿Reflejan los objetivos que nos ponemos aquello a lo que aspiramos? Tengo mis dudas. Somos el “homo conformatus” que prefiere decir que va a esforzarse en ir al gimnasio antes que decir que va a esforzarse en llevarse mejor con su suegra; que prefiere decir que va a esforzarse más en aprender inglés antes que decir que va a esforzarse más en entender mejor la mirada de cada uno de sus hijos.
Sin ánimo de descubrir nada, yo me he propuesto tener un único objetivo para este año: abrirme a que la vivencia del Año de la Misericordia cambie mi corazón. ¡Eso es fácil decirlo! ¡Lo sé! Pero quiero poner medios. Algunos son los siguientes:
- Ser fiel y exigente con mi rato de oración personal y comunitaria.
- Acercarme al sacramento de la Reconciliación a menudo.
- Escuchar más y mejor a mi mujer y a mis hijos. Tener la boquita cerrada más tiempo.
- Pedir perdón a todo aquel al que pueda haber hecho daño con mis palabras, mis gestos, mis actitudes…
- Caer menos en la crítica al prójimo, especialmente a aquellos más cercanos.
- Leer más, sobre todo lecturas que me ayuden a crecer interiormente.
- Vivir con menos cosas, más pobre. Comprar menos.
- Estar pendiente de aquellas personas que más necesiten un abrazo, un cariño, una caricia.
- Cuidarme, dormir más para evitar luego malos humores y discusiones y tensiones provocadas por mi falta de descanso.
- Peregrinar en familia a algún lugar de los establecidos, salir al encuentro del Perdón.
- Dar gracias cada día por lo paciente y tierno que es Dios conmigo.
Podría seguir pero no me atrevo. Sé que no camino solo y que no son ni mi voluntad ni mis fuerzas las que conseguirán todo eso. Tal vez sí la fe y la confianza. Empiezo el camino con ilusión y ganas de cambiar, de dejarme traspasar, de dejarme arrastrar por el torrente del amor del Señor.
Un abrazo fraterno – @scasanovam