Hoy celebramos el sexto cumpleaños de mi hijo pequeño. Lo celebramos en casa y eso, hoy, es ir contracorriente. Algunos pueden pensar que lo hacemos por llevar la contraria y, creedme, no es así. Lo hacemos en casa porque es lo que mi mujer y yo vivimos en nuestras respectivas familias siendo niños. Lo vimos, lo experimentamos y aprendimos. Y, por otra parte, ¿hay algún otro lugar mejor que la casa familiar para celebrar la vida que brota del corazón de la familia? ¿No es, en sí mismo, el lugar natural de celebración?
Pensando un poco y hablando con unos y otros, hemos ido comprobando que muchas veces los padres y las madres hemos ido exiliando nuestras celebraciones a otros lugares. Sin entrar en valoraciones injustas, porque cada uno puede hacer lo que considere oportuno, detecto cansancio y, también, comodidad. Poner la casa patas arriba es, sin duda, más incómodo que ir a un parque de bolas, o al McDonalds o a otro lugar donde nos entretienen a los niños. Otras veces, también, damos al niño la autoridad y la decisión final de elegir porque “tiene derecho” al ser su cumpleaños y el niño o la niña, obviamente, elige el mismo lugar que sus amigos o el lugar más “atractivo” a sus ojos de niño.
Celebrar el cumpleaños en casa es una opción familiar que nos lleva a salir de nosotros mismos dejando entrar a otros en el espacio donde la familia es ella misma, sin caretas, sin maquillajes, sin engaños. Abrir la casa y acoger a los que vienen tiene un significado mayor que el que, aparentemente, pueda parecer. Justamente es estar dispuesto a celebrar allí donde todo sucede cada día, allí donde nos amamos y discutimos, donde nos soportamos, donde nos apoyamos, donde nos apoyamos, donde nos ayudamos, donde aprendemos a ser nosotros mismos. Optar por poner la casa patas arriba es estar dispuesto a no controlarlo todo, a no tener bajo control todo lo que sucede en la familia; es optar por un modelo de familia abierta a sus circunstancias, a las sorpresas, a dejarse afectar por los que llegan y pasan, a desconocidos con los que compartir para que dejen de serlo…
Pensando en los niños, sin tanta filosofía por el medio, creo que es algo beneficioso para ellos. En casa, se encuentran, juegan con sus juguetes, comparten juntos, descubren rincones de casas ajenas, tejen relaciones, se entretienen desde otro ángulo muy distinto al entretenimiento programado al que, tantas veces, les empujamos los adultos. Es, también, mostrarles un camino de ser persona y familia, de ser padre y de ser hermano.
Cuántas veces celebramos la vida con otros allí donde la vida no sucede… pensando que celebramos algo, con alguien, cuando, en realidad, no hay más que nuestro propio engaño.
Un abrazo fraterno – @scasanovam