He estado leyendo durante todo el día de hoy y de ayer, los post-it donde todos los alumnos de Primaria del curso pasado, expresaron una acción de gracias para dejarla bajo el sagrario en el oratorio del colegio donde trabajo. Me alegro de haber decidido leer cada uno de ellos, pese a ser alrededor de trescientos alumnos.
Es reconfortante comprobar la relación fresca de muchos niños con Jesús. Para muchos un “te quiero, Jesús” es más que suficiente. Y lo pienso y me pregunto si realmente hay algo más importante que esa declaración de amor que brota espontánea y confiada del corazón. ¿Cuántas veces los adultos somos capaces de sintetizar tan adecuadamente nuestra fe? Muy pocas. Ese “te quiero, Jesús” de muchos de ellos encierra un sentimiento mucho más profundo: yo creo que brota de un amor que ellos sienten por parte de Jesús. Y volvemos a lo mismo: ¿Hay algo más importante que sabernos amados por Dios? ¿Hay algo más importante de la idea de Dios que reconocer que es Dios-Amor, Dios-Misericordia, Dios-Ternura? Posiblemente no.
Seguí leyendo y me alegro de que muchos de ellos den gracias por haber aprendido tantas cosas en el oratorio y también por habérselo pasado bien. Y este binomio me ha dado que pensar: ¿Puede uno ir a rezar y pasárselo bien? Evidentemente, un adulto nunca lo diríamos así. Sabríamos colorear y matizar eso que los niños dicen con inocencia; sabríamos, tal vez, expresarlo de otra manera. Al final, como traduzco eso que los niños agradecen, es que ir a rezar no tiene que ser una actividad “seria” propia de aquel hombre serio que hablaba con El Principito de Exupéry y se llenaba la boca alabando su “seriedad”, como si fuera una auténtica virtud. Los niños han descubierto que la alegría y la oración van de la mano. Han descubierto que ir a encontrarse con el Padre no puede ser una actividad que nos genere temor, marcada por la disciplina de aula, que nos ate, nos inmovilice, nos ahogue. Han descubierto que eso de rezar va mucho con ser uno mismo y con descubrir que puedo escuchar a Alguien al que no veo, que puedo hablar a Alguien que me escucha, que puedo estar contento por ser amigos… También han descubierto que se puede rezar en silencio y compartiendo y cantando y danzando y llorando y abrazando… Sí, se puede aprender y pasárselo uno bien, también en las cosas de Jesús.
Y por último quiero destacar la mayoritaria opinión de estos niños de entre 6 y 11 años acerca de lo que más les había gustado en el curso. Tres cosas triunfan por encima de las otras: la “oración del corazón”, que es el rato en silencio con los ojos cerrados de oración personal; el Via Crucis en Cuaresma y el Rosario en mayo. ¿Soprendidos? Yo también. Esta opinión nos obliga a educadores, catequistas, padres y madres, etc. a estar abiertos a que las “cosas de siempre”, con sentido y con medios renovados, impacten en los niños y en su crecimiento espiritual. Hacer silencio, encontrarse con Jesús a solas, cargar con la Cruz y seguirla en procesión con cantos y mirar a María, rezarle y contemplar los misterios… siguen estando en la cresta de la ola.
Cuántas lecciones nos dan los niños en esto de ser amigos y seguidores de Cristo. Ya lo dijo Él: si no os hacéis como uno de estos…
Un abrazo fraterno – @scasanovam