Conocer lo mejor de uno mismo es, al fin y al cabo, conocer y descubrir el don que se me ha regalado. Tarea importante ésta a la que, desde hace muchos años ya, le dedicamos mucho esfuerzo y oración con los niños y niñas, chicos y chicas, que pasan por nuestras manos en colegios, campamentos, retiros espirituales… Es una de las tareas impostergables, imprescindibles e inevitables si queremos empezar a vivir la presencia misteriosa del Reino ya en esta vida terrena.
No es fácil que los chavales entiendan qué es un don y menos fácil es que los descubran en ellos mismos. Muchos de ellos, inmersos en la alborotada adolescencia, consideran que nada bueno tienen que ofrecer o, por el contrario, que cualquier cosita buena en la que destacan es ya un don regalado por Dios. Desde mi experiencia, abundan los primeros. Tampoco es fácil para nosotros, los adultos, que hemos crecido muchas veces sin respondernos a esta importante cuestión: ¿Qué tengo yo de bueno? ¿Qué es lo mejor de mí mismo? ¿Desde dónde debo tomar mis decisiones, hacer mis opciones, afrontar caminos y responder a llamadas e inquietudes? Todo está afectado por las respuestas a estas preguntas, que son en realidad la misma: lo laboral, lo familiar, lo religioso, lo relacional… En definitiva, nuestra felicidad y parte de la de los que nos rodean está condicionada por nuestra capacidad y voluntad de querer bucear en este asunto.
A los chicos les contamos que los dones tienen una doble vía: por una parte nos han sido dados y, por otra, están llamados a ser entregados y derramados al mundo. Son nuestros dones el camino ideal para poner nuestro granito de arena en la construcción de un mundo mejor; son nuestros dones la mejor manera de amar a nuestros semejantes; son nuestros dones la respuesta a tantas preguntas que a veces se agolpan en la ventana de nuestro corazón.
El don es algo que no depende de nuestro esfuerzo, que no ha sido conseguido ni alcanzado por nuestros propios medios. Es algo no hecho sino descubierto. El don, simplemente, se abre paso y se constata. El don se da de manera natural y espontánea en nuestro día a día. No sale forzado ni obligado. Se da siempre y no depende, en general, de que el viento sople a favor o en contra. El don es para todos, sin excepción.
Yo hace tiempo que he descubierto los dones que considero fundamentales en mí. En ellos descubro el Dios que me habita dentro, que me mueve, que me cura, que me ama. Pero siempre es una tarea inacabada, que necesita revisión, actualización y silencio. Puede que haya tesoros que están ahí desde el comienzo y que todavía no han sido hallados. El misterio de Dios es así…
Un abrazo fraterno – @scasanovam