Hoy hablaba con mis alumnos de lo que nos costaría dejar si un día tuviéramos que tomar una decisión que implicara abandonar parte de lo que hoy tenemos a nuestra alrededor. Seguir la vocación de cada uno implica, en no pocas ocasiones, tomar caminos distintos y, casi siempre, nos llevan a apostar por algo y renunciar a algo. ¿Nos lo hemos planteado alguna vez? ¿O pensamos, tal vez, que uno puede, como decía Chesterton, repartir el pastel y quedarse, a la vez, con todo él?
Optar por una vocación religiosa, casarse, elegir los estudios que me gustan, comenzar a trabajar, dedicar tiempo a echar una mano en alguna asociación u organización social, etc. Las decisiones vocacionales siempre nos implican la vida. Optar, elegir, en sí mismo, conlleva coger y dejar, elegir un camino y dejar otros.
Muchas veces pensamos que es lo material lo que más atados nos tiene: la tecnología, la seguridad económica, un buen lugar donde vivir, comodidades varias… Pero cuando uno se pone a pensar y a preguntar a otros, sorprende que son las personas las que, en muchas ocasiones, son las que ejercen un mayor anclaje en nuestras vidas. Dejar a papá y a mamá, al novio, a los hijos, a los hermanos, a los amigos… Tener que verlos menos, ir a vivir a otro lugar, distanciarnos, poder estar menos a su lado, no poder abrazarnos, vernos, escucharnos, quedar… nos genera el suficiente desamparo e inseguridad como para que optar se nos haga cuesta arriba.
Las ataduras personales son más sutiles que las materiales y, por lo que parece, no nos generan tanto conflicto. Asumimos que el vínculo afectivo y personal nos impide dar ciertos pasos e, incluso, cuando nos lo contamos a nosotros mismos, le encontramos sentido y justificación. Normal. Tiene todo el sentido y toda la justificación. El caso es: ¿Es ese vínculo afectivo y personal una cadena? ¿Estamos presos por determinadas cercanías personales? ¿Ponemos a otros en el centro de nuestra existencia? Y si es así… ¿qué consecuencias tiene esto?
El joven rico, que se marchó entristecido al ser incapaz de seguir a Jesús, no sólo estaba pensado en posesiones, seguro. Estoy casi convencido de que en su cabeza se agolpaban rostros a los que no estaba dispuesto a dejar de ver.
Un abrazo fraterno – @scasanovam