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¿Alabar está en desuso?

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Santi Casanova - publicado el 24/02/16

Hoy no está bien visto alabar, al menos en la sociedad en la que vivo. Alabar a alguien suena a “peloteo”, a buscar favor, a exagerar méritos. Ayer comentaba con los alumnos del cole este tema y estábamos de acuerdo en que vivimos en una sociedad donde es más fácil que se nos corrija, se nos exija, se nos rete, se nos mida… que se nos alabe. La prueba la tenemos simplemente con preguntar y preguntarnos sobre nuestros dones y sobre nuestras deficiencias. Para casi todo el mundo es más fácil enumerar lo que no hace bien, lo que necesita mejorar, sus defectos, etc. En cambio los dones, aquello que hace que el mundo sea mejor con nosotros… ¡Uf! ¡Tremendo esfuerzo!

Si esto lo llevamos a la oración, es fácil adivinar por qué nos es más fácil pedir y dar gracias que alabar. Pedir al Señor es sencillo. Lo sabemos hacer todos. Pedir. Pedimos que nos acompañe, que nos resuelva los problemas, que nos evite dificultades, que cure enfermedades, que traiga la paz al mundo, que se acuerde de éste o aquella… Incluso, a veces, pedimos que se haga su voluntad, sin más. Dar gracias ya nos cuesta un poquito más. Los niños son unos artistas en esto pero a medida que vamos creciendo en adultez nos sentimos como con “derechos adquiridos”, perdemos la capacidad de sorpresa y nuestra mente analítica impide que veamos cada día, y lo que trae, como un auténtico milagro. Alabar, alabar… lo que se dice alabar… rezando los salmos, algunos, y poco más.

Esta semana, con los niños, hemos practicado eso de hacer una oración de alabanza. Con ellos ¡sale todo con gran naturalidad!. ¿El sagrario? En medio del oratorio. ¿Nosotros? A su alrededor. ¿Cómo empezar? Mirándole. ¿Qué decir? Lo bueno del Señor, lo magnífico que es el Señor, qué grandes son sus obras, lo que me gusta de Él, en qué me gustaría parecerme más a Él… ¡Y decírselo! ¡Decírselo! ¡Gritárselo desde el corazón!

Hemos hecho un mundo repleto de ídolos a los que adoramos. El dinero en el banco, la inversión a largo plazo, seguros por doquier, un bienestar sin límites, la tecnología, el futbolista de turno, la cantante famosa, el político desvergonzado… Adoramos a cualquiera y dejamos de alabar a Aquel que no nos pide nada, que no tiene nada, que se ha despojado de todo, que busca a los que todo lo han perdido.

Señor, tú eres mi centro. Señor, tú eres mi roca. Señor, tú eres bueno. Señor, tú perdonas a todos. Señor, tú me escuchas siempre. Señor, tú no abandonas nunca. Señor, Señor, Señor… No me canso de decirte lo mucho que te quiero.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

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