Mi amiga vive con su hijo de 14 años. Viven los dos solos y con su mala salud de hierro hay días en los que llega justita de fuerzas al final de la jornada. Si llego justita yo, que tengo buena salud, me puedo hacer una idea.
Hace unos días ella tenía uno de esos días malos, con muchos dolores y había que ir a comprar.
Su hijo se ofreció a acompañarla y cuando terminaron le dio un abrazo y le dijo: “¿Ves? Juntos podemos con todo”. Al día siguiente mi amiga le decía a su hijo lo bien que le había hecho sentir su generosidad.
La escena del supermercado salió en nuestra conversación después de que yo le mostrara una foto de mi hija pequeña, que muchos días, de camino a casa después del colegio se queda dormida en el autobús. Si he ido antes a comprar alguna cosa, me faltan brazos y fuerzas para bajar del autobús con ella en brazos además de las bolsas.
“Amparo, no sé cómo puedes con todo lo que haces.”
Pues en otras situaciones no tan físicas, creo que puedo porque como ya he dicho tantas veces, “todavía se puede mucho, cuando parece que ya no se puede más”. Este es como un mantra que me repito a mí misma. Pero en esta situación en concreto, llegar a casa no se convierte en una odisea porque es mi hijo mayor el que coge a Sara en brazos y no porque yo se lo pida, sino porque él me lo exige a mí.
Hablamos de adolescentes, que están como están y que someten a la familia a una tensión excesiva en ocasiones, que hacen tonterías y no siempre son conscientes de los riesgos que tienen arlededor, pero que también nos dan estos momentos, que son los que nos ayudan -a ellos y a nosotros- a confiar en el futuro.
“Siembra, que algo queda”, me decía mi amiga, que añadía, “sí, pero el mérito es suyo”. Porqué al final son ellos los que deciden en ese momento actuar pensando en los demás en lugar de mirarse al ombligo, o al espejo. @amparolatre