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La niña a la que hoy le dedico el post es especial por muchos motivos. Si la conocierais me daríais la razón.
Su manera de hablar, su espontaneidad, su mirada. Todo en ella es luminoso.
A mí me encanta verla a las cinco. No diré que tanto como a su madre, claro. Pero he de decir que siento mucha alegría cuando me saluda o cuando me grita mientras corre hacia atrás, «¡Amparo, paso al coro de mayores!
Hace unos días su madre me comentaba que la peque había salido llorando del colegio porque había suspendido «comprensión lectora». «¿Cómo se gestiona esto, Amparo?».
A la edad de esta niña ser responsable puede pesar mucho y un cuatro y medio puede suponer que se te caiga el mundo encima porque piensas que defraudas a todo el mundo. Y tan importante es lograr que tu hijo de el do de pecho en los estudios como que acepte que no siempre se pueden sacar sobresalientes, cuando estamos ante un niño responsable.
En más de una ocasión he recordado con mi madre el nivel de exigencia que tenía conmigo misma siendo niña y cómo en ocasiones mis padres ni intentaban regañarme porque ya lo hacía yo por ellos y con más dureza de lo que jamás lo harían ellos. A mí el soponcio me podía entrar simplemente por bajar de un siete. Menos mal que al llegar a la universidad aprendí a relajarme, a base de cincos y de algún que otro suspenso. Qué bien me vino aprender a quererme siendo menos brillante y darme cuenta de que para mi familia o amigos mis resultados académicos no interferían en nuestra relación.
Esta peque a la que siempre le ríen los ojos pretendía ocultarle la información a su padre y por supuesto pretendía contar con la complicidad de su madre.
En la familia, ocultar información a los padres es a menudo una tentación, que a las madres siempre nos pilla en medio. Como yo ya he pasado por esa tesitura le aconsejé a mi amiga que no cediera.
«Dile a la peque, que a su padre le encantaría abrazarla y consolarla para hacerle sentir mejor. Si no le cuenta lo que ha pasado no se va a sentir bien, pero es que además se va a perder ese momento con papá».
Desde luego no es la opción más sencilla, pero a largo plazo es la mejor. La comunicación suele ser más fácil con las madres, que normalmente somos más cercanas, estamos más tiempo con los niños y estamos más receptivas (digo en general). A medida que los niños van creciendo se producen situaciones que les cuesta o les da pereza compartir con los padres. No me refiero solo a una mala nota, puede ser también el primer chico o chica que les guste a nuestros hijos o la primera regla en el caso de las chicas, por poner solo algunos ejemplo.
Por eso me parece tan importante que cuando son pequeños le ganemos distancia a esa brecha, para que nunca sea demasiado grande como para que la comunicación «padre-hijo» se resienta.
Es importante que los padres no descuiden la comunicación con sus hijos y que busquen sus propias estrategias para que siempre haya confianza y exista un canal abierto. Algo que no está reñido con la firmeza o la autoridad, pero que requiere tiempo y habilidad.
A nosotras no nos queda otra que el ingrato papel de estar en el medio, sin ceder a los chantajes y siempre remando a favor del encuentro, que es lo que nos hará crecer a todos como familia.
La historia de esta niña, linda donde las haya, acabó bien. Fue valiente y habló con su padre. Bien por ella y bien por su madre, que supo estar ahí, al quite para hacer de la debilidad virtud y aprovechar una situación delicada en una ocasión para dar un paso adelante. ¡Bien por ellos! @amparolatre