La Cuaresma está llegando a su fin.
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Cada mañana paso por delante de la Puerta de Alcalá, en Madrid, para ir a trabajar. La rutina juega en mi contra y a menudo no soy capaz de contemplar la belleza del entorno que tengo ante mí cada día.
Afortunadamente, con frecuencia suceden cosas que me recuerdan que estoy ante un lugar cargado de historia.
Pero lo que ha ocurrido en las últimas semanas ha sido algo distinto. Precisamente los que debieran tener presente de dónde venimos y cuál es nuestro recorrido como pueblo, parecen haberse olvidado. Y han sido los ciudadanos, los que de manera espontánea y con la fuerza de los gestos, los que han recordado al que ha querido escuchar, que Navidad viene de «nacimiento» y que éstos, los nacimientos, son una tradición tan arraigada en nuestra cultura, que nada, ni nadie podrá impedir que expresemos con este sencillo símbolo, que nuestro Dios se encarna en el hombre. Y que es grande precisamente, porque es capaz de hacerse pequeño.
Esta mañana seguía llegando gente hasta el monumento madrileño por excelencia. De cerámica, de madera, de plástico, dibujados… han llenado de portales, la que fuera puerta de la ciudad.
A veces cometemos el error de pensar que para poner verdad sobre la mesa hace falta hablar más alto o andar dando ultimátums; y no. Los gestos sencillos y silenciosos como el peregrinaje de personas de distintas edades y procedencias de los últimos días, resultan mucho más elocuentes. Es la hora del testimonio de una fe que nunca podrá quedarse «de puertas adentro». @amparolatre